Carolina Dinara Salgado Kruglova: la niña arrancada de Blanes y perdida entre fronteras


Carolina Dinara Salgado Kruglova desapareció oficialmente el 13 de septiembre de 2016, en Blanes (Girona). Tenía 8 años. Hoy tendría 17. Su nombre aparece en los listados oficiales de menores desaparecidos en España, pero su historia no habla de un niño perdido en la calle… sino de una niña arrancada de un país y atrapada en un limbo llamado sustracción parental internacional.

Carolina nació en 2008, hija de un padre argentino-español, Carlos Fernando Salgado Allaria, y de una madre de origen ruso. Había crecido entre la Costa Brava y los veranos de playa, con la doble referencia de dos culturas. Pero también en medio de una relación de pareja rota, denuncias cruzadas y un miedo latente: que algún día alguien se la llevara lejos. Ese miedo estaba tan claro que un juez acabaría escribiéndolo negro sobre blanco.

En septiembre de 2016, ese miedo se cumplió. Aprovechando un régimen de visitas, la madre salió de España con Carolina pese a que ya existían advertencias judiciales y prohibiciones de expedición de pasaporte para la menor. El punto oficial de desaparición queda fijado en Blanes: allí constan los datos de la niña por última vez en territorio español. Desde ese día, para el Estado español, Carolina figura como “desaparecida”. Para su padre, la palabra es otra: “secuestrada”.


El 14 de diciembre de 2016, el Juzgado de Primera Instancia nº 2 de Blanes atribuyó a Carlos el ejercicio exclusivo de la patria potestad y la guarda y custodia de Carolina, prohibiendo expresamente que la niña saliera de territorio nacional o del espacio Schengen sin autorización judicial y ordenando la retirada de cualquier pasaporte que se le hubiera expedido. La justicia española, sobre el papel, ponía a la menor bajo el amparo de su padre… cuando en realidad ya estaba fuera del país. Era una sentencia que llegaba tarde.

Con el tiempo, las piezas se fueron encajando: según ha explicado el propio Carlos, su ex pareja se llevó a Carolina a Kirguistán, país de Asia Central donde reside parte de la familia materna. Allí, las resoluciones españolas no se ejecutan, los procedimientos se dilatan, y la niña queda atrapada entre dos sistemas jurídicos que se miran de lejos. En entrevistas y campañas públicas, el padre denuncia que Kirguistán ignora las decisiones de los tribunales españoles y le ha llegado a prohibir la entrada en el país, cerrándole incluso la puerta a ver a su propia hija.

Mientras tanto, en España el nombre de Carolina no desaparece del mapa oficial. Figura en el Centro Nacional de Desaparecidos (CNDES) como “persona desaparecida”, con 8 años el día que dejó Blanes, 1,20 m de estatura, pelo castaño, ojos azules y complexión normal. La asociación SOS Desaparecidos mantiene activa su alerta con la referencia 25-05849, recordando que hoy sería una adolescente de 17 años. Algunos medios la incluyen de forma recurrente en los listados de menores desaparecidos de larga duración en España.


Carlos, por su parte, ha convertido su vida en una campaña permanente. Abrió el blog “¡Carolina, queremos que vuelvas a casa!”, se volcó en redes sociales con el usuario @papadecaro y lanzó iniciativas como la recaudación “Por Caro al fin del mundo” para financiar viajes, abogados y gestiones internacionales. Cada publicación repite el mismo mensaje: su hija fue sustraída ilegalmente de España en septiembre de 2016 y llevada a Kirguistán, y él no va a dejar de buscarla.

En entrevistas y testimonios recogidos por la prensa, Carlos describe un laberinto burocrático: exhortos internacionales, comunicaciones a través de ministerios, reclamaciones ante organismos de derechos humanos y largos silencios administrativos. Habla de una lucha desigual, donde un padre solo se enfrenta a dos Estados que se mueven despacio, mientras el tiempo pasa y su hija crece lejos de él, con un relato sobre su padre que él no puede contradecir.

El componente político y diplomático agrava todo. La sustracción parental internacional es una figura contemplada en convenios como el de La Haya, pero su eficacia depende de que ambos países sean parte, cooperen y ejecuten las resoluciones. En la práctica, muchos casos se atascan durante años. El de Carolina se ha citado en foros especializados como ejemplo de lo que ocurre cuando la letra de la ley se estrella contra fronteras, intereses y falta de voluntad.


Mientras los despachos cruzan papeles, la vida cotidiana sigue. Carlos sigue saliendo en fotos con una pancarta donde se lee “¡Carolina, queremos que vuelvas a casa!”. Publica mensajes donde recuerda que, cuando se la llevaron, tenía cinco dientes de leche por caer, miedos infantiles y sueños sencillos. Ahora, probablemente, es una adolescente con otro idioma en la boca, otra cultura alrededor… y una historia partida en dos.

En paralelo, las redes se convierten en archivo vivo del caso: hilos donde activistas denuncian que una niña española lleva años “secuestrada en Kirguistán”, campañas con etiquetas como #CaroConPapá o #PorCaroAlFinDelMundo, y grupos de apoyo donde se comparten vídeos, recortes y actualizaciones mínimas. Allí, el eco es siempre el mismo: “Carolina, queremos que vuelvas a casa”.

Hoy, casi una década después, el expediente de Carolina Dinara Salgado Kruglova sigue abierto. En España, continúa oficialmente desaparecida. En Kirguistán, su situación real —escolarización, entorno, versión de los hechos que recibe— solo la conoce el círculo que la rodea. Entre ambos mundos, un padre que no se resigna, una red de apoyo que no calla y un sistema que sigue sin darle una respuesta definitiva.


Porque esta historia no es solo la de una niña arrancada de Blanes. Es la de todas las criaturas atrapadas en secuestros parentales internacionales, usadas como frontera emocional entre dos adultos enfrentados, y convertidas en fantasmas administrativos que no encajan en ninguna casilla. Carolina Dinara tiene nombre, apellidos, rasgos y una infancia robada por la suma de decisiones individuales y fallos institucionales. Y hasta que no vuelva a casa —o, al menos, hasta que pueda elegir con libertad dónde quiere estar—, su caso seguirá siendo una herida abierta en el mapa de las desapariciones españolas.

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