David Hernández Sánchez: la madrugada que Laguna de Duero no pudo explicar

Salió de casa pasadas la una de la mañana del 16 de abril de 2020. Tenía 18 años, un chándal sobre el pijama, el móvil y un mechero. En la mesa quedaban los restos del cumpleaños de su hermana. Antes de cruzar la puerta solo dijo: “Tengo que salir”. No volvió. 

A las 7:30, en pleno confinamiento, apareció tendido a poco más de cien metros de su portal, en una acera cercana al polideportivo de Laguna de Duero. Un vecino lo vio primero. No fue un accidente: tenía un fuerte traumatismo en la cabeza y al menos dos heridas de arma blanca. El móvil estaba apagado. Nadie escuchó nada. Nadie vio nada. 

La Guardia Civil peinó el entorno: el lago, las sendas, los soportales silenciosos de una ciudad encerrada por decreto. Declaró medio pueblo. Buscó el arma. No apareció. La pandemia había vaciado las calles… y con ellas, los testigos. El sumario quedó bajo secreto y, con el tiempo, el caso empezó a parecer una fotografía movida: todos recuerdan el contorno, nadie distingue el rostro. 


La última tarde había sido normal. Casa, familia, una broma, una tarta. Después, inquietud. Su madre cuenta que lo notó “nervioso” por los días de encierro. A la 1:00 salió. Horas más tarde recibió en el teléfono una imagen que jamás quiso ver: el cuerpo de su hijo en el suelo. Fue al cuartel para decir lo que nadie había confirmado aún: “Tiene 18. Es mi hijo”. 

La investigación trabajó hipótesis que nunca cuajaron. Pelea, ajuste, encuentro que se torció. Ni rastro digital útil, ni cámaras con ángulo decisivo, ni un recorrido que cuadre del todo con la cronología. En un país parado, las piezas se congelaron. El tiempo, que tantas veces ayuda, aquí solo espesó la niebla. 

En 2022, dos años después, la historia volvió a los periódicos como una pregunta abierta: “la inexplicable muerte” de un chico querido por sus amigos, alto, delgado, que trabajaba en un bar del barrio. La herida seguía en carne viva: los chavales evitaban hablar del tema; a algunos la pena les vació hasta el apetito. 


Cuatro años más tarde, el golpe más duro no vino de una pista nueva, sino de su ausencia: el Juzgado de Instrucción n.º 3 de Valladolid acordó el archivo provisional por falta de autor conocido. No significaba cerrar, pero sí dejar de avanzar. La familia lo vivió como otra madrugada: sin luz. Pidió reabrir, revisar, y no permitir que el expediente quedara a la intemperie.

En notas y entrevistas se repiten los mismos mosaicos de datos: salió de casa a la 1:00, apareció a las 7:30 cerca del polideportivo, golpe en la cabeza, dos puñaladas, sin arma, sin testigos, sin robos. La mecánica es clara; el “quién” y el “por qué”, no. En el mapa del caso, los últimos cien metros son un abismo. 

Queda la vida en pausa: una madre que pregunta, una hermana que cada abril vuelve a cumplir años con un hueco en la mesa, un pueblo que aprende que la proximidad no siempre da respuestas. Laguna de Duero sigue pasando por ese bordillo como quien roza una espina: hay lugares que ya no son solo lugares, sino recuerdos que escuecen. 


Si estuviste allí, si oíste algo, si guardas un detalle que en 2020 te pareció nimio, habla. Las historias sin cierre no prescriben en el corazón de quien espera. A veces el dato que falta no es espectacular: es una hora exacta, un giro, una sombra, un nombre al que no se le dio importancia. Y puede cambiarlo todo. 

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