El 5 de abril de 2015, Denise Pikka Thiem (41), estadounidense, dejó Astorga (León) rumbo a El Ganso por el Camino de Santiago. Tomó un desvío para visitar Castrillo de los Polvazares y, al salir del pueblo, siguió una flecha amarilla que, en lugar de devolverla a la ruta oficial, la condujo por un camino frente a la finca donde vivía Miguel Ángel Muñoz Blas. Ese error, probado en sentencia, la puso ante su asesino.
Durante semanas, amigos y familiares dejaron de recibir sus mensajes —Denise era constante: fotos, breves crónicas— y se activó una búsqueda masiva: patrullas, registros de senderos, fincas y cauces. El Camino, símbolo de hospitalidad, se pobló de controles y peines policiales. No hubo rastro de la peregrina: desaparecida desde el Domingo de Pascua.
El 12–13 de septiembre de 2015 la investigación dio el vuelco. Miguel Ángel Muñoz, vecino de Castrillo, fue detenido y condujo a los agentes hasta una finca donde apareció el cadáver de Denise, semienterrado y cubierto con piedras. El arresto se practicó en Asturias; el hallazgo, en las afueras de Astorga. La confirmación oficial cerró cinco meses de incertidumbre.
Paralelamente trascendió que el acusado había sido cuestionado por intentos de abordaje a otras peregrinas en la zona en fechas próximas. Para la acusación, el patrón era claro: un depredador que observaba el paso de caminantes en un tramo poco transitado y aprovechaba desvíos o falsas referencias para aislar a su víctima.
La instrucción fijó una secuencia: Muñoz abordó a Denise tras el desvío, la llevó con engaños a un terreno apartado, la agredió y robó sus pertenencias, y después ocultó el cuerpo bajo piedras. El jurado popular declaró culpable a Muñoz en abril de 2017; la Audiencia de León impuso 23 años de prisión: 20 por asesinato y 3 por robo con violencia, además de indemnizaciones a la familia.
En el juicio, el acusado ensayó explicaciones —desde un arranque de “locura” a un cuadro de demencia—, pero el tribunal consideró irrefutable el conjunto de pruebas: confesión inicial, localización del cuerpo por su indicación, y el contexto de acecho a peregrinos. La prensa resumió el veredicto del jurado: “la asaltó sin darle oportunidad de pedir ayuda o defenderse”.
La pena quedó firme en marzo de 2018: el Tribunal Supremo ratificó los 23 años, rechazó los recursos de la defensa y mantuvo la condena por asesinato y robo con violencia, así como la indemnización a los deudos. La resolución del alto tribunal zanjó la vía casacional y consolidó los hechos probados: el desvío inducido, la agresión y el enterramiento.
En los fundamentos, la justicia apuntó también al gancho del robo: la codicia como móvil inmediato, ejecutada con violencia sobre una caminante aislada. Algunos relatos periodísticos subrayaron la premeditación de un tramo “prácticamente bunkerizado”, con el acusado controlando quién pasaba y cuándo.
El caso dejó cicatrices más allá del banquillo. Astorga y la Maragatería revisaron señalética y recomendaciones de seguridad; redes de hospitaleros y asociaciones de peregrinos reforzaron avisos en etapas solitarias. En la memoria del Camino quedó el nombre de Denise como advertencia y como ofrenda: flores y piedras con su nombre en el punto del hallazgo.
Hoy, cuando un peregrino llega a Castrillo de los Polvazares, sabe que la historia de Denise no es una leyenda sino una verdad judicial: una mujer que buscaba silencio y horizonte fue desviada a una finca donde la esperaban la codicia y la cobardía. El Camino sigue; su luz también. Y cada paso recuerda que la hospitalidad necesita, a la vez, memoria y cuidado.
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