¿Dónde está Adelina Pintos? salió a la calle en Sant Just y se desvaneció en Barcelona

La tarde del domingo 6 de marzo de 2022 en Sant Just Desvern parecía de lo más normal. Adelina Pintos Meiriño, 81 años, vecina de la Carretera Reial, volvía a casa después de comer fuera con una amiga. Tenía alzhéimer, sí, pero también una vida activa, rutinas muy marcadas y una familia pendiente de ella. Esa noche, en algún punto entre su portal y las calles que suben hacia Barcelona, su rastro se rompe. Desde entonces, el caso Adelina Pintos es una herida abierta: tres años largos sin una sola prueba concluyente, ni viva ni fallecida. 

Antes de ser una foto en los carteles rojos de “DESAPARECIDA – URGENTE”, Adelina era “la abuela que siempre sonreía”. Sus hijas la describen como una mujer risueña, muy habladora, que disimulaba la demencia con conversación y buen carácter. 1,60–1,62 de estatura, complexión normal, pelo canoso por encima del hombro, ojos marrones y una mancha de sol en la frente que la hacía fácilmente reconocible. Padecía alzhéimer, pero con apoyo familiar mantenía cierta autonomía: salía con una amiga en transporte público a Barcelona y volvía a casa, a la vivienda que compartía con su hijo. Era una vida en equilibrio precario… hasta que el equilibrio se rompió. 

El domingo 6 de marzo, Adelina repite su ritual: comida con una amiga fuera de Sant Just, ida y vuelta en transporte público. Hay constancia de que regresa a su domicilio: la bolsa que llevó todo el día aparece dentro de casa. Según contaron sus hijas y su yerno a la prensa, creen que al llegar y no ver a su hijo —con quien convivía— se desorientó y salió de nuevo a la calle para “ir a buscarlo”. “Debido a su enfermedad se cree que es un niño pequeño, por eso creemos que fue lo que ocurrió”, explican. 


Lo último que se sabe con certeza de la desaparición de Adelina Pintos es a eso de las 20:30 de ese mismo domingo. Un conocido de la familia la ve pasar por una calle de Sant Just, un poco por encima de la Carretera Reial, y mantiene una breve conversación con ella. Esa imagen —Adelina caminando de noche, sola, con 81 años y alzhéimer— es la última confirmada. A partir de ahí, todo son hipótesis. 

Cuando el hijo que vive con ella llega tarde a casa, ve todo a oscuras y asume que su madre ya está durmiendo. No entra en la habitación. No sabe que la cama está vacía. Es de madrugada, al levantarse para ir al baño, cuando se asoma al cuarto y descubre que no está. Llama a su hermana y el lunes 7 de marzo, hacia el mediodía, la familia interpone la denuncia por desaparición. En ese momento ya han pasado muchas horas desde la última vez que alguien la vio en la calle. Horas cruciales que nadie podrá recuperar.

La ropa se convierte en una especie de ancla: en el momento de desaparecer, Adelina vestía pantalón marrón de tela, blusa fucsia, zapatos negros algo desgastados y abrigo granate con el cuello oscuro. La describen como una mujer de complexión normal, ni gorda ni flaca, melena canosa a la altura del hombro. La ficha oficial de SOS Desaparecidos añade los datos fríos: 1,62 m de altura, 75 kilos, pelo corto y liso canoso, ojos marrones, diagnóstico de alzhéimer. Ese es el retrato que empieza a circular por redes, marquesinas, medios y programas de radio.


Pronto llega la primera gran incógnita del caso Adelina Pintos Meiriño: ¿se quedó en Sant Just o se fue hacia Barcelona? El yerno lo resume con una frase repetida en varios medios: “Si siguiese en Sant Just alguien la habría vuelto a ver”. La familia está convencida de que pudo coger el tranvía en dirección a Francesc Macià y, desde allí, enlazar con algún autobús hacia zonas que conocía de Barcelona. Un hombre asegura haberla visto en el Poblenou poco después, lo que refuerza la idea de que viajó en transporte público esa misma noche. 

A partir de ahí, comienzan a llover llamadas: la han visto en Poblenou, en La Sagrera, en la Meridiana, incluso en la plaza Pep Ventura de Badalona. Todas tienen algo en común: personas que recuerdan a una mujer mayor, canosa, caminando sola, pero que no la detuvieron porque no sabían que estaba desaparecida. Cuando la familia consigue atar cabos, ya es tarde para volver atrás y “parar el tiempo” en esos puntos. Desesperados, lanzan un mensaje que se convierte en consigna: “Si la veis, detenedla, aunque no estéis seguros de que es ella, es la única manera de ayudar”. 

Mientras las pistas ciudadanas se amontonan, los Mossos d’Esquadra ponen en marcha su búsqueda: perros rastreadores, helicóptero, revisiones de transporte público, análisis de cámaras. Agentes explican a la familia que han visto a una mujer muy similar a Adelina en imágenes de videovigilancia de plaza Catalunya… pero al revisar con detalle, descubren que no es ella. Los supuestos avistamientos se van desinflando uno a uno, como globos pinchados. No hay una sola prueba concluyente. Ni un billete validado con su tarjeta, ni una imagen nítida, ni un objeto suyo encontrado en algún punto del trayecto. 


El tiempo pasa y el silencio se vuelve pesado. A los 20 días de la desaparición, la familia sigue difundiendo su foto y recibiendo ubicaciones que no llevan a nada. A los siete meses, el caso llega al programa “Desaparecidos”, que lo bautiza como “la extraña desaparición de Adelina Pintos”. Al cumplirse un año, Radio Nacional le dedica un episodio en “Diario de ausencias”: su hija Merche relata el día a día de búsqueda y apunta a algo más grande que su propia tragedia —la falta de asistencia social suficiente para garantizar acompañamiento permanente a las personas con alzhéimer— como caldo de cultivo de desapariciones como la de su madre. 

En marzo de 2024, Metrópoli Abierta titula sin rodeos: “Se cumplen dos años de la extraña desaparición de Adelina, la anciana con alzhéimer de Sant Just”. La familia resume en una frase la sensación que los persigue: “Se la ha tragado la tierra”. Después de centenares de carteles, entrevistas y falsas alarmas, solo manejan dos teorías: o alguien la recogió —voluntaria o involuntariamente— y la sacó del radar, o el primer día le pasó algo (una caída, un accidente, una desorientación fatal) que nadie ha logrado localizar. “Después de tanto tiempo no puede estar sola”, dice su yerno, con una crudeza que duele leer. 

El caso ya no es solo una historia de barrio. En 2025, la Cadena SER incluye a la familia Martínez Pintos en un reportaje sobre las familias de desaparecidos en España: hablan de vivir “con un mordisco en el alma”, pendientes del teléfono de la policía. Merche admite que tiene pocas esperanzas de encontrar a su madre con vida, pero insiste en que necesita “cerrar este capítulo, saber qué pasó”. Asociaciones como QSDglobal y SOS Desaparecidos mantienen su ficha activa, organizan jornadas donde la familia toma la palabra y recuerdan que Adelina no es una cifra: es el rostro amable que aparece en sus conferencias cuando se habla de mayores vulnerables que desaparecen. 

Lo que vuelve tan inquietante el caso de Adelina Pintos Meiriño es precisamente eso: desaparece en un entorno urbano, con transporte público, cámaras, vecinos, gente por todas partes. No se pierde en una montaña remota ni en un acantilado; se diluye entre tranvías, buses, barrios y prisas. Y lo hace siendo uno de los perfiles más frágiles: mujer mayor, con alzhéimer, caminando sola de noche. Es el tipo de ausencia que te obliga a mirar de otra manera a la señora que ves sola en la parada, a preguntarte cuántas veces hemos cruzado la mirada con alguien que llevaba horas, días o semanas oficialmente desaparecido sin que lo supiéramos. 


Hoy, más de tres años después, Adelina Pintos Meiriño sigue oficialmente desaparecida. La ficha de SOS Desaparecidos continúa activa: 84 años ahora, 1,62 m, 75 kilos, pelo canoso corto y liso, ojos marrones, alzhéimer. Vestía pantalón marrón, camisa fucsia, abrigo granate y zapatos negros. Si estás en Barcelona o alrededores y crees haberla visto, o recuerdas haber cruzado con ella aquel 6 de marzo de 2022 en Sant Just, los teléfonos de contacto siguen abiertos: SOS Desaparecidos (+34 649 952 957 / +34 644 712 806) o Mossos d’Esquadra. 

Hasta que alguien aporte esa pieza mínima —un recuerdo, una imagen, un trayecto exacto—, la historia de Adelina seguirá siendo una de esas pesadillas silenciosas que se esconden a plena luz: una mujer mayor que abre la puerta de casa para buscar a su hijo… y se pierde en una ciudad entera sin que nadie pueda decir dónde está. Y aquí, en tu pantalla, su nombre se queda escrito como lo que es: un recordatorio incómodo de que el verdadero terror, muchas veces, es vivir sin respuestas.

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