El 29 de mayo de 2025 es, en teoría, un jueves cualquiera en el Aljarafe sevillano. En la práctica, es el día en que el rastro de Álvaro O. G., un vecino de 31 años, se apaga en Bormujos (Sevilla) y se convierte en un expediente más del Centro Nacional de Desaparecidos… y en una pesadilla abierta para quienes lo conocían. Desde entonces, ni una imagen posterior, ni un movimiento bancario, ni una señal clara de qué pudo ocurrirle.
De Álvaro sabemos lo que recoge su ficha oficial: mide 1,75, pesa unos 75 kilos, tiene ojos verdes, pelo negro, rizado y corto y complexión delgada. En el cartel difundido por el CNDES aparece con barba de varios días, mirada directa a cámara y la palabra que se repite como un golpe en la parte superior: “DESAPARECIDO”. No hay datos públicos sobre su profesión, su rutina o sus planes para aquel día; sólo una descripción física y un lugar: Bormujos.
Bormujos es un municipio del área metropolitana de Sevilla, muy cerca de la capital, marcado por urbanizaciones, centros comerciales y carreteras que conectan con la ciudad en pocos minutos. No hablamos de un paraje remoto, sino de un entorno urbano y transitado. Y sin embargo, lo único que la prensa ha podido afirmar es que Álvaro fue visto por última vez el 29 de mayo en el municipio y, desde entonces, nada se sabe de él. Ni recorrido confirmado, ni cámara concreta, ni “salió de casa hacia…” en las notas oficiales.
Para su entorno, ese jueves se queda congelado en una frase: “desde entonces, nada”. Cada 29 de mes es un recordatorio de que no ha vuelto, de que no se ha localizado ni móvil ni ropa ni un objeto que permita reconstruir sus últimos pasos. Y eso es quizá lo más inquietante del caso de Álvaro O. G. desaparecido en Bormujos: no hay un “último lugar reconocible” más allá del propio pueblo, ni una escena clara sobre la que trabajar, al menos en lo que se ha hecho público.
La primera gran señal al exterior llega con la alerta del Centro Nacional de Desaparecidos, difundida a principios de junio. Medios como La Vanguardia recogen la ficha: varón de 31 años, desaparecido el 29 de mayo de 2025 en Bormujos; 1,75 m de altura, complexión delgada, pelo negro rizado corto, ojos verdes. El cartel empieza a circular en redes sociales y en grupos de WhatsApp, acompañado del llamamiento de siempre: cualquier persona que tenga información debe contactar inmediatamente con las autoridades.
Poco después, Informativos Telecinco vuelve a poner el foco en el caso: “Buscan a Álvaro, un joven desaparecido desde el 29 de mayo en Bormujos, Sevilla”. El artículo recuerda que ya han pasado dos semanas sin novedades, detalla de nuevo su aspecto físico y subraya que el CNDES pide ayuda ciudadana para dar con su paradero. La única instrucción concreta es clara y fría: si alguien sabe algo, debe llamar al 062 de la Guardia Civil. Ninguna pista confirmada. Ninguna línea prioritaria que trascienda.
Con el paso de los meses, la fundación QSDglobal se suma a la búsqueda. En julio lanzan una publicación marcada por una frase que duele leer: “Dos meses sin rastro de Álvaro O. G.”; en octubre, otra aún más cruda: “Cinco meses sin rastro de Álvaro”. Las campañas recuerdan la misma información básica —fecha, lugar, descripción física— y el mismo mensaje: Álvaro sigue desaparecido. A día de hoy, no consta en ningún medio que haya sido localizado.
Mientras su caso se estanca, las estadísticas crecen. En 2024, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad investigaron en España la desaparición de 16.147 personas, un 6 % más que el año anterior; se esclareció el 95,5 % de las denuncias, y más del 72 % se resolvieron en menos de una semana. Pero eso deja otro dato escalofriante: 6.638 casos activos de larga duración, expedientes que siguen abiertos, algunos desde hace años. En esa lista, junto a miles de nombres, está también Álvaro O. G..
En los casos recientes como éste, Interior insiste en que todas las hipótesis permanecen abiertas: marcha voluntaria, accidente, implicación de terceras personas… pero, en el caso concreto de Álvaro, no se ha hecho pública ninguna línea predominante. Los medios sólo repiten que se pide colaboración y que no hay noticias desde el 29 de mayo. No hay referencias a problemas previos, deudas o conflictos; tampoco, a un suceso concreto que permita decir “todo empezó aquí”. Lo que hay es un vacío informativo que, lejos de tranquilizar, inquieta todavía más.
Quien haya hablado con familias de desaparecidos sabe cómo se vive ese vacío: cada mensaje que llega al teléfono puede ser “la” llamada; cada noticia de alguien localizado en otro punto de España abre una herida nueva. Aunque de Álvaro no se han publicado declaraciones directas de familiares, la experiencia de otras familias en situaciones similares —muchas de ellas acompañadas por QSDglobal o el propio CNDES— muestra siempre el mismo patrón: esperanza y miedo a partes iguales, y la sensación de que el mundo sigue adelante mientras su vida se quedó atrapada en una fecha.
El CNDES recuerda algo importante: no hay que esperar 24 horas para denunciar una desaparición. En cuanto se detecta que alguien no está donde debería y no contesta, hay que avisar. En el caso de Álvaro O. G. desaparecido en Bormujos, esa denuncia ya está presentada, el cartel ya está en la calle… pero falta lo esencial: información nueva. Por eso, la colaboración ciudadana no es un lema vacío, sino la única herramienta que puede romper el bloqueo cuando no hay cámaras, ni testigos claros, ni escenas de crimen definidas.
Si alguna vez has vivido, trabajado o pasado tiempo en Bormujos o el Aljarafe sevillano en torno al 29 de mayo de 2025, si crees haber visto a un joven de 31 años, delgado, ojos verdes, pelo negro rizado corto en esa fecha o en los días posteriores, hay dos números que deberías memorizar: 062 (Guardia Civil) y 112 (emergencias). También puedes contactar con asociaciones especializadas en desapariciones, que saben cómo canalizar incluso los datos que, al principio, parecen poco importantes.
¿Cómo puede un hombre joven desaparecer en un municipio metropolitano, rodeado de tráfico, comercios y viviendas, sin que nadie pueda reconstruir su último recorrido? ¿Cuántas historias como la de Álvaro se esconden detrás de esas cifras nacionales, reducidas a un número de expediente mientras sus nombres apenas salen en un par de noticias locales?
Porque, al final, lo más inquietante del caso de Álvaro O. G. no es una escena de violencia ni una teoría rocambolesca, sino precisamente lo contrario: el silencio absoluto. Un día marcado en rojo, un cartel con una cara y tres letras de apellidos, y un pueblo entero que, quizá, guarda sin saberlo la pieza que falta para entender qué pasó aquel jueves en Bormujos… y por qué, desde entonces, nadie ha vuelto a verlo.
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