La madrugada del 1 de enero de 2019, mientras media España dormía la resaca de la Nochevieja, en Orihuela Costa (Alicante) una madre empezó a vivir una pesadilla que dura ya casi siete años. Su hijo, Henry Alejandro Jiménez Marín, colombiano de 20 años, no volvió a casa, no contestó al teléfono y no volvió a dejar rastro. Hoy su nombre se ha convertido en sinónimo de misterio y de rabia: desapareció tras una fiesta de fin de año y una paliza en el piso que compartía… y el principal investigado está en paradero desconocido.
Antes de ser un rostro en los carteles de SOS Desaparecidos, Henry era el hijo mediano de Gina, “un chico muy familiar y trabajador”, como lo describe su madre. Nació en Cali (Colombia) y llevaba casi 13 años viviendo en España, en la zona de Orihuela Costa. Estudiaba 2º de Bachillerato, quería entrar en la universidad y también soñaba con preparar oposiciones para Guardia Civil, mientras ayudaba en la peluquería de su madre y hacía turnos en un restaurante. Físicamente, las fichas oficiales lo describen como un joven de 1,81 m, 75 kg, pelo corto y rizado, ojos marrones, complexión atlética y un tatuaje muy reconocible: la cara de un tigre en el antebrazo derecho.
Su vida se repartía entre el trabajo, los estudios y la familia. Gina cuenta que Henry la ayudaba en todo, que era de los que están “siempre en casa” y que no desaparecía sin avisar. Aquella Nochevieja de 2018 la iban a pasar medio separados: él primero tenía turno de noche en un restaurante de unos amigos y después celebraría el fin de año con su grupo de amigos y compañeros de piso en la urbanización La Florida, mientras su madre le esperaba al día siguiente para la comida de Año Nuevo. A simple vista, un plan más en la costa blanca llena de expatriados, turistas y locales.
La cronología conocida arranca sobre la una de la madrugada, cuando Henry sale de trabajar del restaurante y se dirige al piso que compartía con un chico de origen islandés y otros jóvenes. Allí siguen la fiesta: música, alcohol, consumo de drogas como LSD, conversaciones que van subiendo de tono. Lo que debía ser un fin de año casero se convierte, según varios testigos, en una escena de violencia: el compañero de piso islandés habría agredido a Henry con puñetazos por la espalda y en la cara, golpes tan fuertes que algunos recuerdan que “sonaban como petardos”. Todo eso delante de otros chicos, que después darían versiones parciales bajo declaración.
Además del alcohol y el LSD, en la historia entra en juego un teléfono móvil. Esa noche, Henry habría grabado un vídeo en el que pide ayuda a su madre y se le ve con múltiples golpes, según relató Gina a los medios. Esas imágenes casi desaparecieron: sólo una pequeña parte se conserva hoy en el sumario, el resto se volatilizó, aumentando la sensación de que alguien se apresuró a borrar pruebas. La familia cree que en ese vídeo no sólo se veía a un chico afectado por lo que había consumido, sino también las consecuencias de la agresión que acababa de recibir.
Tras la pelea, los testigos cuentan que Henry dijo que “iba a denunciar algo”. No llegó a hacerlo. Según el relato recogido por varios medios y por la propia familia, en torno a las 8–9 de la mañana del 1 de enero abandona la vivienda “muy alterado”, gritando “mamá, mamá”, y se va sin móvil, sin cartera y sin documentación, vestido con chándal gris, jersey amarillo y zapatillas blancas. En los primeros días se pensó que su última ubicación conocida era ese piso de La Florida, pero luego surgió otro dato inquietante: una cámara de seguridad en un bar de la zona de Aguamarina lo habría captado hacia las 23:42 del mismo día 1, y su familia asegura reconocerlo en esas imágenes. Después de ese fotograma, el rastro de Henry se corta en seco.
La alarma en casa no tarda. Henry “siempre contestaba”, repite su madre. Esa madrugada del día 1, el silencio ya es raro. Al no aparecer para la comida de Año Nuevo, Gina avisa a su hijo mayor, Andrés, que el 2 de enero comienza a buscarlo desesperado. Es entonces cuando interviene la Guardia Civil de Pilar de la Horadada, que llama a declarar a los últimos que le vieron con vida: amigos, compañeros de trabajo… y, por supuesto, al compañero de piso islandés, ya señalado como autor de la agresión durante la fiesta. Desde el principio, la desaparición queda ligada a esa pelea de Nochevieja.
Los primeros días se organizan búsquedas masivas. Guardia Civil, Policía Local, Protección Civil y voluntarios rastrean barrancos, descampados, campos abiertos y calas de la costa oriolana, con apoyo de helicóptero y perros de rastreo, intentando recomponer los pasos de un chico que salió sin ni siquiera su documentación. También en Torrevieja, Protección Civil coordina una batida por distintas zonas del término municipal, mientras los carteles con la foto de Henry y el tatuaje del tigre empiezan a empapelar farolas, bares y paradas de bus. Pero ni las patrullas ni el ojo del helicóptero encuentran rastro de su ropa, del cuerpo o de algún objeto que permita reconstruir qué le pasó tras salir del piso.
Mientras la parte visible es la de las batidas, la investigación entra pronto en un secreto de sumario espeso. Durante 2019 y 2020, la madre concede entrevistas donde repite una y otra vez lo mismo: “seguimos igual que el primer día”, “todo está bajo secreto, no nos dicen nada”, “los chicos que compartieron esa noche con él esconden información”. En 2022, un reportaje en El Español recoge otra frase demoledora de la familia: “a la Guardia Civil le ha venido grande el caso”, reprochando que no se registrara el piso desde el minuto uno ni se interrogara en profundidad al círculo más cercano. La sensación de abandono termina de romperles: Gina y Andrés acaban marchándose de Orihuela porque la ciudad se había vuelto “asfixiante”.
Los años pasan y el caso se va llenando de actos, no de respuestas. Se crea la “Plataforma de Familia y Amigos de Henry Alejandro Jiménez Marín” para mantener viva la búsqueda y presionar a las instituciones. En 2021 y 2022 organizan concentraciones y minutos de silencio en la Plaza de la Constitución de Torrevieja, con enormes pancartas donde se lee “Te queremos hermano” y “Pedimos justicia por Henry”. Gina se traslada a Inglaterra intentando sobrevivir al dolor, pero cada 1 de enero vuelve, al menos mediáticamente, a la misma pregunta: ¿qué pasó exactamente en aquel piso de La Florida y en las horas posteriores?
La parte más reciente de la historia trae un giro que mezcla esperanza con frustración. A finales de 2024, tras varios años con la causa archivada, la jueza de Instrucción nº 3 de Orihuela decide reabrir el caso de Henry Alejandro Jiménez Marín, a petición de la abogada de la familia. La investigación se tramita como un “hecho susceptible de constituir un delito de homicidio y lesiones”, y todas las miradas se dirigen de nuevo al mismo punto: Alexander, el joven islandés con el que Henry compartía piso, señalado desde el principio por la familia como principal responsable.
Según Mundo Deportivo y otros medios, se cita a Alexander a declarar como investigado el 11 de diciembre de 2024. No se presenta. Está en paradero desconocido. La jueza estudia emitir una orden de busca y captura para poder interrogarlo sobre la pelea, la supuesta huida de Henry sin efectos personales y lo que ocurrió en las horas siguientes. En enero de 2025, la familia vuelve a las calles de Torrevieja, en una manifestación recogida por Informativos Telecinco, para recordar que llevan seis años convencidos de que Henry fue asesinado, aunque legalmente nadie ha sido condenado por ello. “Si no hay cuerpo, no hay crimen”, lamentan, resumiendo el muro al que se estrellan todas las desapariciones sin hallazgo.
En medio de esta maraña, hay detalles que hielan la sangre y que la familia insiste en no olvidar. Según un reportaje de EscudoDigital, el compañero de piso islandés no sólo admitió haber agredido a Henry, sino que además tendría un antecedente inquietante: antes de vivir con él compartía piso con otros tres amigos y uno murió “repentinamente”; primero se habló de sobredosis y más tarde se supo que tenía moratones y signos de agresión. No hay una condena firme que lo vincule a la desaparición de Henry, y la justicia le sigue aplicando la presunción de inocencia, pero estos datos alimentan la convicción de la familia de que no están ante una simple marcha voluntaria, sino frente a una historia de violencia que alguien está ocultando.
El caso de Henry se enmarca, además, en una fotografía nacional cada vez más inquietante. Según el último informe del Centro Nacional de Desaparecidos, en 2024 se investigaron 16.147 desapariciones en España, un 6 % más que el año anterior; el 95,5 % de las denuncias se han esclarecido, y más del 72 % se resolvieron en menos de una semana. Pero quedan más de 6.600 casos activos de larga duración, nombres que, como el de Henry, siguen atrapados entre expedientes y carteles. Él es, oficialmente, uno de ellos: la ficha de SOS Desaparecidos continúa activa, con referencia 20-01154, recordando su estatura, su tatuaje de tigre y la fecha maldita: 01/01/2019, Orihuela Costa.
Si vivías en La Florida, Aguamarina, Orihuela Costa o Torrevieja aquel Año Nuevo de 2019; si estuviste en algún bar donde pudo entrar un chico de 20 años, delgado, con pelo rizado, chándal gris, jersey amarillo y un tatuaje de tigre en el antebrazo; si escuchaste conversaciones sobre una pelea, un joven que salió “gritando mamá” o un amigo extranjero que se marchó de España de repente, aún puedes hacer algo. Cualquier pista, por pequeña que parezca, puede comunicarse a SOS Desaparecidos (+34 649 952 957 / +34 644 712 806) o a la Guardia Civil, citando el caso de Henry Alejandro Jiménez Marín. Porque hasta que alguien rompa el pacto de silencio de aquella Nochevieja, la historia de Henry seguirá siendo esto: un chico que salió de una fiesta después de una paliza, una madre que nunca volvió a verlo… y una pesadilla que se repite, cada 1 de enero, en la pantalla de todos los que aún se preguntan dónde está.
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