El nombre de José María Marcos Sondesa apenas ocupa unas líneas en una ficha de desaparecidos. Unas pocas palabras, una fecha y una ciudad: 22 de marzo de 2022, Sagunto, Valencia. Desde entonces, nada. Sólo un vacío que se ha ido haciendo más pesado con los años, mientras su rostro permanece atrapado en un cartel de SOS Desaparecidos y en la memoria de quienes se niegan a aceptar que un adulto pueda desvanecerse sin dejar una explicación detrás.
José María tenía 55 años cuando desapareció. Según la ficha oficial, mide 1,65 metros, pesa unos 68 kilos, tiene el pelo negro, ojos marrones y complexión delgada. Hoy, si sigue con vida, tendría 58 años. La referencia de su caso es 25-06086, un número frío que contrasta con todo lo que hay detrás: familia, rutina, una vida entera detenida en una sola fecha.
El escenario de su desaparición no es cualquier lugar. Sagunto, con su casco histórico encaramado a los pies del castillo y del teatro romano y su puerto industrial mirando al Mediterráneo, es una ciudad donde conviven ruinas milenarias y fábricas, turistas de verano y vecinos de toda la vida. Un municipio de más de 60.000 habitantes donde, pese al bullicio, es relativamente fácil que alguien pase desapercibido si nadie mira bien.
Lo único que sabemos con certeza es esto: el 22 de marzo de 2022 es la fecha en la que se le pierde el rastro de forma oficial. Un martes cualquiera, sin grandes titulares, sin tormentas, sin desastres. Desde ese punto, los detalles se vuelven difusos. No hay una versión pública sobre si salió de casa, si fue visto en el trabajo, en el puerto, en el casco antiguo o en una carretera secundaria. Para el sistema, simplemente “desaparece el 22/03/2022 en Sagunto, Valencia”.
A partir de ahí, empieza el silencio administrativo que tanto asusta a las familias de desaparecidos. No hay notas de prensa que hablen de hallazgos, ni noticias de búsquedas masivas, ni actualizaciones oficiales que indiquen un giro en la investigación. Sólo la constancia de que el caso sigue activo en la asociación SOS Desaparecidos, lo que implica que nadie ha podido confirmar su localización ni vivo ni muerto.
El cartel difundido por la asociación se convierte, entonces, en la única forma de resistencia frente al olvido: su foto, sus rasgos, su estatura y los teléfonos de ayuda, disponibles las 24 horas del día: +34 649 952 957 y +34 644 712 806. Desde ese pequeño recuadro rojo y blanco se pide lo mismo de siempre: “Ayúdanos a localizarlo”. Detrás de esa frase hay llamadas que llegan a deshoras, avisos que no llevan a ninguna parte y la esperanza tozuda de que, algún día, alguien reconozca su cara en una estación, en una calle, en una sala de espera.
Cuando faltan datos públicos, los vacíos se llenan de preguntas. ¿Se fue voluntariamente? ¿Pudo sufrir un accidente en algún punto poco transitado? ¿Hubo un problema de salud que le hiciera desorientarse? En España, más del 90 % de las desapariciones se catalogan como ausencias voluntarias o situaciones sin delito, pero eso no consuela a nadie cuando el teléfono no suena y el tiempo sigue corriendo.
Lo aterrador de casos como el de José María Marcos Sondesa es precisamente esto: no hay escena del crimen, no hay cámaras que capten un último movimiento claro, no hay ni siquiera una narrativa oficial a la que agarrarse. Sólo un adulto que deja de estar localizable en su entorno habitual y una familia que, desde ese momento, aprende a vivir entre dos realidades: la de lo que saben y la de lo que imaginan. En esa grieta es donde nacen las auténticas pesadillas.
Mientras tanto, la estadística sigue creciendo. En 2024, las fuerzas de seguridad investigaron en España la desaparición de 16.147 personas, un 6 % más que el año anterior. El 95,5 % de esos casos se resolvió y el 72 % se aclaró en menos de una semana. El problema es el otro porcentaje: ese pequeño grupo que no vuelve, que pasa de “desaparición reciente” a “desaparición de larga duración” y que acaba, como José María, atrapado en un listado que se actualiza una vez al año.
Por provincias, Valencia figura entre las que acumulan más denuncias por desaparición: en 2024 se registraron 1.505 casos sólo en esta provincia, según los datos del Centro Nacional de Desaparecidos. Detrás de esa cifra hay menores que se fugan, personas mayores con deterioro cognitivo que se desorientan… y adultos como José María, cuya pista se pierde en ciudades donde, paradójicamente, parece que todo el mundo se ve y nadie se mira.
Las autoridades han empezado a reconocer, al menos sobre el papel, el peso de estas historias sin cierre. El Gobierno ha presentado el II Plan Estratégico en materia de personas desaparecidas para el periodo 2026-2029, con un presupuesto de 5,1 millones de euros para reforzar la respuesta en las primeras horas, mejorar la coordinación policial y aplicar nuevas tecnologías de alerta y geolocalización. También se habla de desapariciones de larga duración y del deber institucional de no abandonar esos expedientes que llevan años abiertos.
Pero mientras los planes se redactan, la realidad es mucho más cruda. El caso de José María Marcos Sondesa sigue exactamente en el mismo punto para el público: misma fecha, misma ciudad, misma descripción física, mismo cartel. Ninguna filtración mediática, ningún hallazgo casual, ningún giro que permita escribir “localizado” al lado de su nombre. Para su entorno, cada aniversario de aquel 22 de marzo no es una efeméride: es un recordatorio de que viven en un bucle.
Si estás leyendo esto y alguna vez has vivido, trabajado o pasado temporadas en Sagunto o alrededores, su rostro podría haberse cruzado contigo sin que lo supieras. Si crees haberlo visto en algún momento, incluso fuera de Valencia, SOS Desaparecidos pide canalizar cualquier información, por mínima que parezca, a través de sus teléfonos 649 952 957 y 644 712 806 o del formulario de avistamientos en su web. A veces, una sola llamada sirve para desmontar años de incertidumbre.
Porque al final, lo más oscuro de la humanidad no siempre está en los grandes crímenes, sino en la capacidad de dejar que alguien se convierta sólo en un archivo, en una foto comprimida que circula por redes sociales. El caso de José María Marcos Sondesa es, hoy, un enigma abierto y silencioso. Y quizá la única forma de romper esa pesadilla sea que más ojos, más allá de Sagunto, reconozcan ese nombre y ese rostro… y se atrevan a hacer la llamada que falta.
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