“Apunta las coordenadas, mamá… no nos dejéis morir”. La voz viene del mar, de un número desconocido, la tarde del 3 de noviembre de 2009. Al otro lado está Manuel Ríos Cruz, “Lolo”, 25 años, sevillano, en una barca a la deriva junto a un amigo en aguas entre Málaga, Granada y Almería. Minutos después de aquella llamada desesperada, el silencio. Desde entonces, el caso de Manuel Ríos Cruz desaparecido en el mar de Málaga es una herida abierta: una barca vista bocabajo que luego “ya no estaba”, unas coordenadas apuntadas en un papel de autobús y dieciséis años sin cuerpo ni respuestas.
Antes de convertirse en un rostro fijo en los carteles de SOS Desaparecidos, Lolo era un chico de barrio con una vida muy normal. Medía 1,80 m, complexión atlética, pelo negro, barba y bigote, ojos negros y varios tatuajes: el rostro de su madre en el pecho y los nombres Ángel y David en los brazos. Trabajaba de albañil de día y portero de discoteca de noche, ahorrando para su gran sueño: casarse con su novia Michelle, de origen rumano. No era un loco del mar; al contrario, su madre ha contado que no le gustaba especialmente embarcarse. Por eso, que su historia acabe en una barca perdida en mitad de la noche sigue resultando tan difícil de encajar para la familia.
En la exposición “Ausencias” de la fundación QSDglobal, su madre, Remedios, resume así el contexto: “Lo único raro en su vida era su pareja, a la que dejó un par de días antes de su desaparición. Un tipo controlador, celoso…”. Ese vínculo, del que apenas se dan detalles, forma parte del paisaje emocional de los días previos, pero no hay pruebas públicas que la relacionen con su desaparición. Lo que sí se sabe es que, aprovechando el Puente de Todos los Santos, Lolo decide irse unos días con un amigo, Juan Pérez Arauz, también sevillano. A su familia les dice que se van a Málaga y que volverán el día 3.
Los dos salen de Sevilla rumbo a la Costa del Sol. En casa de Remedios no salta ninguna alarma: Lolo ya había viajado otras veces, trabajaba mucho y de vez en cuando se permitía una escapada. El 1 de noviembre la familia celebra una barbacoa de Halloween; los días siguientes pasan sin señales raras. Él tenía planificado regresar el 3 de noviembre de 2009. Pero esa jornada se convierte, a la vez, en su último día conocido y en el inicio de una pesadilla que aún no ha terminado.
Aquel 3 de noviembre, Remedios empieza a ponerse nerviosa: llama a su hijo para saber a qué hora vuelve y Lolo no responde. “Si no venía a casa, me avisaba para que no me asustara”, recuerda años después. Ya por la tarde, de vuelta a Sevilla en autobús, recibe la llamada que lo cambia todo: un número desconocido, la voz del amigo al otro lado pidiéndole que coja papel y bolígrafo para apuntar “unos números”. Esas cifras, que ella no entiende en ese momento, resultan ser coordenadas en mitad del mar.
Cuando por fin escucha a su hijo, la escena se vuelve insoportable. Lolo está histérico, gritando que están a la deriva, que el motor se ha roto y que no pueden dejarlos morir. En algunos relatos, su madre recuerda otra frase que se le clavó para siempre: “No quiero morir aquí”. Una pasajera del autobús le pasa un papel para que apunte los números. Remedios, temblando, baja del vehículo como puede y pide ayuda a gritos. Un hombre que la escucha llama a Salvamento Marítimo y le pasa las coordenadas que su hijo le ha dictado. La búsqueda de Lolo y Juan comienza en ese instante.
Según ha contado la familia y recoge la prensa, Salvamento acude a la zona indicada, entre Granada y Almería, y allí localiza una barca volcada, bocabajo. Pero el parte que les transmiten al día siguiente resulta casi incomprensible para ellos: los equipos tienen que repostar y atender, además, la llegada de dos pateras esa misma noche; cuando regresan al punto, la barca ya no está. Ningún cuerpo, ningún resto, solo un eco en el radar y una oportunidad perdida de examinar a fondo la embarcación.
Oficialmente, desde el 3 de noviembre de 2009 no se ha vuelto a saber nada de Manuel Ríos Cruz, desaparecido a los 25 años. SOS Desaparecidos mantiene su ficha activa: desaparece el 03/11/2009 en Málaga, Málaga; hoy tendría 41 años; 1,80 de altura, complexión atlética, pelo negro, barba y bigote, ojos negros, tatuaje con el rostro de su madre en el pecho y los nombres Ángel y David en los brazos. QSDglobal también lo incluye en su memoria “Ausencias. Nuestros desaparecidos”, como uno de los casos emblemáticos de jóvenes tragados por el mar sin explicación.
Lo que viene después es la parte menos visible pero más brutal de la historia: la búsqueda interminable de la familia. La hermana de Lolo, que vivía en Córdoba, se instala en la casa familiar para coordinarse con Salvamento Marítimo y seguir minuto a minuto las novedades. Remedios prepara un macuto con chándales, calcetines y zapatillas para su hijo y su amigo, convencida de que pronto les dirán que los han rescatado. Esa llamada nunca llega. En lugar de eso, empiezan los viajes a comisarías, juzgados y, más tarde, a cárceles y hospitales del norte de África, perseguido el rumor de que quizá estén allí. La familia llega a vender una casa para financiar esas búsquedas. Ninguna da fruto.
En 2020, una noticia tensa de nuevo todas las cuerdas: la Policía Científica localiza un cuerpo en el mar con características compatibles con las de Lolo y pide a Remedios una muestra de ADN. Durante un mes y medio, la familia vive en vilo, atrapada entre el deseo de tener por fin un lugar donde llorarlo y el miedo a que esa puerta se cierre definitivamente. Al final, el resultado es negativo: no era Manuel Ríos Cruz. El mar vuelve a quedarse con sus secretos.
Mientras las olas borran rastros, la madre se convierte en activista. Remedios participa en actos de QSDglobal, lee manifiestos en el Día de las Personas Desaparecidas y denuncia públicamente que casos como el de su hijo reciben mucha menos atención mediática que otros. En entrevistas para Crónica Global y otros medios, repite la misma idea: “Han sido años de vacío, de investigaciones que no llegan a nada… mientras me quede fuerza voy a luchar por él”.
¿Qué pasó realmente en el caso de Manuel Ríos Cruz? La versión oficial habla, de facto, de un naufragio: una barca a la deriva, un motor roto, dos jóvenes sin experiencia en el mar y una zona de gran profundidad donde los cuerpos podrían haber quedado en el fondo o haber sido arrastrados por las corrientes hacia otros países como Francia, Marruecos o Argelia. No se han hecho públicos indicios claros de delito ni hay personas investigadas por homicidio. El dato de esa expareja “controladora y celosa” pertenece a la esfera íntima y al contexto, pero no existe ninguna resolución judicial que la vincule a los hechos. Lo único que se puede afirmar con rigor es que, a día de hoy, no hay cuerpo, no hay barca recuperada y no hay explicación cerrada.
Dieciséis años después, el caso de Lolo se ha convertido también en un ejemplo de lo que significan las desapariciones en el mar: operaciones limitadas por la noche, prioridades compartidas con rescates de pateras, corrientes que se llevan objetos y cuerpos en horas y una burocracia que, pasado un tiempo, tiende a archivar lo que no sabe resolver. Mientras otros casos recientes, como el de los argentinos Emma y Maxi perdidos con una tabla de paddle surf en Málaga, han generado grandes despliegues mediáticos, Remedios recuerda que su hijo vivió “lo mismo, pero en silencio”.
Hoy, Manuel Ríos Cruz sigue oficialmente desaparecido. Su ficha continúa activa en SOS Desaparecidos; su madre, sus hermanos y las asociaciones repiten su nombre en cada acto, para que no se diluya entre estadísticas. Si estabas en Málaga, Motril, Almería o alrededores aquel puente de noviembre de 2009; si supiste de una barca volcada que alguien vio y nadie recuperó; si escuchaste comentarios de puerto, de marineros, de Salvamento o de terceros que aquel día estuvieron en el agua, aún puedes hacer algo. Cualquier pista puede comunicarse a SOS Desaparecidos (+34 649 952 957 / +34 644 712 806) o a QSDglobal. Porque hasta que alguien ayude a descifrar aquellas coordenadas apuntadas en un papel de autobús, el mar de aquella noche seguirá siendo el escenario de una pesadilla sin final: la de un hijo que llamó diciendo “no quiero morir aquí”… y que, oficialmente, aún sigue siendo buscado.
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