El misterio de Daniel Noriega González: el joven que aparcó junto al viaducto de Cieza y nunca volvió al coche



La madrugada del 28 de noviembre de 2021, la Guardia Civil de Tráfico localizó un coche detenido en el arcén de la A-67, a la altura del viaducto de Cieza (Cantabria). No había rastro de accidente, ni señales de violencia, ni conductor en el interior. El vehículo pertenecía a Daniel Noriega González, vecino de Torrelavega, 28 años, 1,80 de estatura, complexión fuerte, pelo castaño y ojos marrones. Desde ese instante, la vida de su familia quedó suspendida en un punto del mapa: el viaducto sobre el río Besaya. 

Daniel llevaba una vida aparentemente normal. Según los carteles de SOS Desaparecidos, era un joven de 28 años, corpulento, de 80 kilos, sin antecedentes públicos de fugas ni desapariciones previas. Vivía en la comarca del Besaya y ayudaba a su familia, muy conocida en la zona: su padre, Emilio, regenta la taberna “El Peli” en Castañeda, desde donde todavía hoy se organizan batidas y puntos de encuentro. 

La llamada que cambió todo llegó alrededor de las cuatro de la madrugada de ese 28 de noviembre. La Guardia Civil avisó a la madre de Daniel: habían encontrado su coche abandonado en el viaducto de Cieza. Lo primero que pensaron los padres fue algo cotidiano: quizá se habría quedado sin gasolina y, desorientado, habría seguido a pie. Pero el coche estaba en perfecto estado, sin señal de avería, y Daniel no apareció ni esa noche ni las horas siguientes. El escenario empezó a parecer menos un despiste y más el inicio de una desaparición en toda regla. 

Con el amanecer, se activó el primer dispositivo de búsqueda del joven desaparecido en Cieza. La zona no era un punto cualquiera de la autovía: los medios locales recordaron pronto que ese tramo del viaducto de Cieza era tristemente conocido por otros casos de personas que se habían quitado la vida allí. La hipótesis de un posible desengaño amoroso como detonante se coló en la investigación desde el principio: el propio padre habló en la COPE de que su hijo atravesaba un momento sentimental complicado. Pero, por muy fuerte que sonara esa posibilidad, lo cierto es que nadie vio a Daniel saltar, ni hubo testigos directos de lo ocurrido. 


Durante los primeros días, la búsqueda de Daniel Noriega fue intensa. Se movilizaron más de 40 efectivos, según medios regionales: Guardia Civil, el helicóptero del 112 Cantabria, otro helicóptero de la propia Benemérita, el Grupo Especial de Actividades Subacuáticas (GEAS), equipos de emergencia del Gobierno autonómico, Cruz Roja con su grupo de rescate acuático y perros de rastreo. El cauce del Besaya se peinó desde el entorno del viaducto en Cieza hasta Suances, e incluso hacia la desembocadura en el mar Cantábrico. 

En uno de esos barridos localizaron un detalle que heló la sangre de la familia: la chaqueta que llevaba Daniel la última vez que se le vio. Estaba en la zona de búsqueda, junto al río, sin rastro de su propietario cerca. El hallazgo reforzó la idea de que el joven podría haber terminado en el Besaya, arrastrado por la corriente. El consejero de Interior cántabro, Fernández Viaña, pidió entonces la colaboración de pescadores y usuarios de embarcaciones para que estuvieran atentos a cualquier señal extraña en el agua. 

Pero el tiempo jugó en contra. La misma prensa que hablaba de “operativo a gran escala” describía también lluvia, granizo, viento y nieve, un cóctel que hacía casi imposible un rastreo minucioso: el caudal del Besaya crecía, el agua estaba turbia, las orillas resultaban peligrosas. “Es imposible peinar el río en condiciones en solo 48 horas”, se lamentaba el padre de Daniel en declaraciones a Alerta. Mientras los partes oficiales hablaban de “búsqueda condicionada por el mal tiempo”, la familia sentía que la ventana de oportunidad se cerraba a toda velocidad. 

El 13 de diciembre de 2021, apenas dos semanas después de la desaparición, se anunció el fin del operativo oficial en Cieza, tras una jornada en la que se dio por concluido el rastreo “con la luz del día”. Se había revisado el río desde el viaducto hasta la desembocadura, por tierra, mar y aire, y se habían empleado helicópteros, drones y equipos subacuáticos. Pero ni un cuerpo, ni un rastro decisivo. Para las autoridades, la fase de búsqueda intensiva había terminado; para la familia, lo más duro apenas comenzaba. 


A partir de ese momento, el peso del caso Daniel Noriega recayó casi por completo sobre los suyos. Cada mañana, a las nueve, familiares, amigos y voluntarios se reunían en la taberna de Emilio, en Castañeda, y salían a peinar el río a pie, en barca o con drones cedidos por equipos civiles. Algunos reportajes hablan de un único grupo de voluntarios sobreviviendo al paso del tiempo, mientras los recursos institucionales se desvanecían. “Sólo quiero que le encuentren para poder enterrarle”, confesaba su madre en una carta abierta publicada en la prensa cántabra. 

El siguiente golpe llegó, no desde el río, sino desde los despachos. Los padres y allegados de Daniel empezaron a denunciar que, al asumirse extraoficialmente que se trataba de un suicidio, nadie se esforzaba ya por buscar el cuerpo. En enero de 2022, en la Cadena SER, la portavoz de la familia, Karen Aguilera, explicaba que habían enviado una carta al presidente Miguel Ángel Revilla pidiendo reactivar el dispositivo en el Besaya… sin haber recibido ni siquiera una respuesta. Se sentían “abandonados” por las instituciones, obligados a seguir buscando solos aquello que el sistema parecía dar por perdido. 

El impacto del caso llegó incluso al Parlamento de Cantabria. A finales de 2022, la diputada María Isabel Urrutia (PP) registró una batería de preguntas parlamentarias: quería fechas exactas de inicio y fin de la búsqueda, número de horas efectivas dedicadas al rastreo tanto por el Gobierno regional como por el central, detalle de los medios utilizados y, sobre todo, motivos para no haber desplegado “todos los recursos disponibles” en la desaparición de Daniel Noriega. También preguntaba por qué no se había mantenido algún nivel de búsqueda continuada. El caso saltaba así del cauce del Besaya al Boletín Oficial del Parlamento. 

A pesar de la presión mediática, de las apariciones en programas de radio como el “Servicio de búsqueda” de RNE y de que el caso se ha analizado en espacios de crónica negra como “El señor de los crímenes”, lo cierto es que, a día de hoy, Daniel sigue oficialmente desaparecido. Su ficha continúa activa en SOS Desaparecidos y en los listados de la asociación como uno de los expedientes abiertos en Cantabria, junto a otros casos de larga duración. No hay hallazgo de restos, ni confirmación de muerte, ni escena cerrada. Solo un coche vacío en una autovía y un río que nunca ha devuelto una respuesta. 

El interrogante central del caso de la desaparición de Daniel Noriega González en Cieza sigue siendo el mismo: ¿qué pasó desde el momento en que aparcó en el viaducto hasta que su coche fue localizado? La hipótesis del suicidio encaja con el lugar, con el contexto emocional y con la chaqueta encontrada junto al río, pero carece de una pieza clave: el cuerpo. La posibilidad de un accidente fortuito o incluso de una intervención de terceros no ha encontrado, hasta ahora, indicios sólidos en los que apoyarse. Entre el asfalto de la A-67 y las aguas del Besaya hay una franja de sombra en la que todo puede caber… y nada se puede afirmar con certeza. 

Hoy, más de tres años después, la pesadilla de la familia de Daniel no es solo la posibilidad de que esté muerto; es vivir atrapados en el “no saber”. No tienen tumba donde llevar flores, ni fecha que cerrar en el calendario, ni relato final que poder contar. Cada vez que el río Besaya arrastra ramas después de una crecida, cada vez que un pescador cree ver algo extraño, vuelve la misma mezcla de esperanza y terror. Hasta que alguien encuentre una pista definitiva —en el agua, en la orilla, en una confesión tardía o en un dato olvidado—, su nombre seguirá escrito en los carteles naranjas de SOS Desaparecidos y en la memoria de Cantabria como lo que es: el joven de Torrelavega que aparcó junto al viaducto de Cieza y se desvaneció entre la autovía y el río.

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