Desaparición de Crispín S. M.: el anciano que salió de la residencia de Navahondilla y se perdió entre el monte y la carretera


Tenía 85 años, demencia diagnosticada y una obsesión fija: “volver a Madrid”. La tarde del 27 de mayo de 2024, Crispín Sánchez Madueño salió de la residencia geriátrica de Navahondilla (Ávila) y empezó a caminar por una pista hacia San Martín de Valdeiglesias, ya en la Comunidad de Madrid. Un vecino joven lo vio avanzar solo por una cañada, a unos 200 metros del centro. Desde ese punto, su rastro se corta en seco. Más de un año después, la desaparición de Crispín S. M. sigue siendo una herida abierta en su familia, en el Valle del Tiétar y en el mapa de personas desaparecidas en España. 

Antes de desaparecer, Crispín era muchas cosas: marido, padre, abuelo y, sobre todo, un hombre que nunca dejó de sentirse madrileño pese a llevar tiempo entre Ávila y la Sierra Oeste. Nacido en Alicante, había vivido gran parte de su vida en el barrio de Ciudad de los Ángeles (Villaverde, Madrid), lugar al que deseaba regresar una y otra vez. Su hijo Ramón cuenta que ese barrio era “su hogar real”, más que cualquier otra casa. Además, tenía una vivienda con parcela en Navahonda, a apenas dos kilómetros de la residencia, lo que añadía más rutas posibles a un terreno ya de por sí complicado. 

Su salud llevaba tiempo deteriorándose. Según la familia, a Crispín le diagnosticaron demencia senil y principio de Alzheimer unos tres años antes de su desaparición. Desde la Semana Santa de 2022 vivía en la residencia de Navahondilla, gestionada por la Junta de Castilla y León. Allí nunca se adaptó: la llamaba “la cárcel” cuando hablaba con su hijo, y el año anterior ya se había marchado por su cuenta al menos en dos ocasiones, siendo localizado y devuelto. La fijación era siempre la misma: llegar a la parada del autobús para ir a Madrid. Cada escapada que terminaba bien parecía anunciar que un día podría no hacerlo. 

La tarde del lunes 27 de mayo de 2024, entre las 20:00 y las 20:15, Crispín salió de la residencia. A partir de aquí, las versiones se bifurcan. La residencia sostiene que el anciano logró “escaparse” utilizando un palé de madera para salvar la valla perimetral de unos 1,70 metros y un colchón al otro lado, en plena zona de obras. Su hijo Ramón, en cambio, asegura que cada vez que iba a recogerle encontraba una puerta siempre abierta, y está convencido de que su padre salió por ahí, caminando sin más, en lugar de protagonizar una fuga casi acrobática. Lo que sí consta es que la familia fue avisada en torno a las 23:00, varias horas después de su salida.


El último testigo clave es un joven vecino que vive cerca del Ayuntamiento de Navahondilla. Lo vio avanzar por una pista en dirección a San Martín de Valdeiglesias, solo, con paso tranquilo. A unos 200 metros de la residencia, se le pierde la pista. En ese momento, Crispín vestía un pantalón de chándal oscuro, jersey verde de punto y zapatillas deportivas, medía alrededor de 1,60 m y pesaba unos 70 kilos. Llevaba su cartera con documentación, pero sin dinero ni teléfono móvil, algo que para una persona con deterioro cognitivo convierte cualquier desorientación en una trampa sin salida. 

En la mañana del martes 28 de mayo, tras la denuncia de la familia, se activó un gran operativo de búsqueda. La Guardia Civil desplegó al menos 46 efectivos, con refuerzos del Grupo de Rescate e Intervención en Montaña (GREIM) de Barco de Ávila, Arenas de San Pedro y Navacerrada, especialistas del GEAS de Valladolid para revisar balsas y el Pantano de los Morales, helicópteros con base en Torrejón de Ardoz, drones de la Unidad RPAS, patrullas de Seguridad Ciudadana de Ávila y Getafe, y un guía del Servicio Cinológico con perros adiestrados en búsqueda de personas. A ellos se sumaron equipos del 112 Castilla y León, Protección Civil, familiares y vecinos. 

Durante seis días se rastrearon unas 8.000 hectáreas de monte, pistas forestales, barrancos y zonas de agua en el entorno de Navahondilla y el Valle del Tiétar. El Puesto de Mando Avanzado se instaló a la entrada del pueblo, coordinando batidas a pie, vuelos de helicóptero, sobrevolado de drones y búsquedas específicas en simas, pozos y embalses. Cada jornada concluía con la misma sensación: terreno inmenso, vegetación densa, muchas posibilidades y ningún rastro sólido de Crispín. Ni ropa, ni objetos personales, ni huellas claras. Solo la certeza de que un hombre muy vulnerable se había desvanecido en un entorno duro incluso para excursionistas experimentados.

El dispositivo intensivo se dio por concluido tras esos seis días, sin éxito. A partir de ahí, la parte visible del caso cambió de cara: del uniforme verde de la Guardia Civil se pasó a la ropa de calle de familiares y voluntarios, que continuaron peinando caminos y cañadas por su cuenta. Mientras tanto, la alerta de SOS Desaparecidos seguía activa: Crispín S. M., 85 años, persona muy vulnerable, desaparecido el 27/05/2024 en Navahondilla (Ávila), jersey verde de punto y chándal azul, con teléfonos de contacto para cualquier pista. 


En los meses siguientes, la desaparición de Crispín se fue convirtiendo en un símbolo silencioso. La fundación QSDglobal lanzó campañas bajo el lema “SIN RASTRO DE CRISPÍN” y “CINCO MESES SIN RASTRO DE CRISPÍN S. M.”, recordando que seguía desaparecido desde el 27 de mayo en Navahondilla. Medios regionales como La Tribuna de Ávila agruparon su caso al de otros desaparecidos de la provincia, como Isaías Rolong en Navaluenga, señalando que, tres meses después, “no existen indicios sobre el paradero de ambos” pese a los protocolos activados. 

En diciembre de 2024, el diario Ávilared recogía la voz de la propia Guardia Civil: “Nunca dejamos de buscar”, afirmaba el jefe de la Comandancia. Explicaba que cada día alguna patrulla tiene un cometido ligado al caso de Navahondilla, y que “cada cierto tiempo” se reanudan búsquedas por zonas concretas con apoyo de perros de montaña. Los ayuntamientos del entorno han ido desbrozando simas y zonas de vegetación muy cerrada para permitir revisiones más profundas con equipos de montaña y tirolinas. Aun así, reconocía un hecho demoledor: no hay ningún indicio nuevo. 

En agosto y septiembre de 2024, la aparición de un cadáver en Navaluenga reavivó temores: pertenecía a otro desaparecido de mayo, pero las crónicas de EFE y otros medios recordaban que la desaparición de Crispín, ocurrida diez días después y a pocos kilómetros, seguía sin una sola pista, pese a la participación de espeleólogos, especialistas de montaña y GEAS en la zona. En otras palabras: el terreno ya ha devuelto restos de otras personas… pero no los de Crispín. El vacío en torno a él se hace, si cabe, más inquietante.

A finales de noviembre de 2025, los artículos sobre rescates recientes en Ávila siguen mencionando su nombre como referencia: el caso de Crispín Sánchez Madueño, el anciano de 85 años desaparecido en Navahondilla y todavía no localizado. La ficha de SOS Desaparecidos continúa activa, ahora con su edad actualizada a 87 años, sin nota de hallazgo ni cierre oficial. En los mapas de casos de larga duración, el punto de Navahondilla sigue encendido.


¿Qué pudo pasar aquella tarde? Las hipótesis se mueven en un triángulo incómodo. Una posibilidad es la más dura y sencilla: desorientación, caída o accidente mortal en una zona de difícil acceso, con el cuerpo aún oculto por la orografía y la vegetación del Valle del Tiétar. Otra, que Crispín lograra llegar a una carretera secundaria y subirse a un vehículo rumbo a Madrid, siguiendo su obsesión por regresar a Ciudad de los Ángeles, lo que abriría el abanico a una desaparición ya fuera del radio inicialmente rastreado. La familia, por su parte, tampoco descarta que una cadena de descuidos en la residencia —una puerta abierta, una vigilancia insuficiente— le dejara expuesto a un entorno para el que ya no estaba preparado.

El caso de la desaparición de Crispín S. M. en Navahondilla es, en el fondo, una historia sobre la fragilidad de quienes dependen completamente de otros. Un anciano con deterioro cognitivo, que llama “cárcel” a la residencia donde vive, que ya se ha escapado otras veces, no puede quedar a merced de una puerta mal cerrada o de un turno saturado. No se trata de buscar culpables a ciegas, pero sí de preguntarse qué protocolos fallaron para que un hombre extremadamente vulnerable pudiera salir solo al monte al caer la tarde, sin móvil, sin dinero y con una memoria que ya no le alcanzaba para volver.

Hoy, cuando su hijo Ramón pega carteles, habla en medios y repite que no va a rendirse, la pesadilla de esta historia está en ese verbo que lo ocupa todo: no saber. No saber si se cayó en una sima que nadie ha visto, si alguien lo recogió en coche, si sigue en algún lugar esperando ayuda que no llega. Si viviste o pasaste por la zona de Navahondilla, Sotillo de la Adrada o San Martín de Valdeiglesias a finales de mayo de 2024; si recuerdas a un hombre mayor, de 1,60, jersey verde, pantalón de chándal oscuro, caminando solo por una cañada o subiendo a un coche… cualquier recuerdo, por pequeño que parezca, puede ser la pieza que falta para que Crispín deje de ser solo una foto en un cartel y vuelva a tener, al menos, un destino cierto. 

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