El montañero que se desvaneció en el Calvitero

Salió temprano desde la segunda plataforma de El Travieso, en la Sierra de Béjar, con un plan claro: coronar el Pico Calvitero y volver antes de que el mal tiempo cerrara la montaña. Se llamaba José Antonio Martínez, 45 años, vecino de Las Franqueses del Vallès, con años de monte a la espalda y una frase a su mujer antes de arrancar la jornada: “Empiezo la ruta, te quiero”. Era el 29 de diciembre de 2022. Nunca regresó. 

A media tarde, el teléfono de José Antonio dejó su último latido digital. A las 15:40, la señal lo situó en el entorno del Calvitero, en el límite entre Salamanca y Cáceres, justo cuando el frente arreciaba con lluvia, viento y niebla densa. Desde ese punto, nada más: ni llamadas, ni datos, ni nuevas posiciones que dibujaran salida. El coche seguía aparcado en el arranque de la ruta, donde lo dejó al amanecer. 

Los primeros dispositivos de búsqueda se activaron con el GREIM de la Guardia Civil, drones, helicóptero y perros, peinando canaletas, hoyas nevadas y cortados hacia Hoya Moros y el cordal del Calvitero. La hipótesis inicial fue tan sobria como cruel: una desorientación súbita o una caída en una zona invisible desde los itinerarios clásicos, camuflada por la meteorología. 


Con el paso de los días, las batidas se expandieron por laderas, vaguadas y abrigos rocosos, aprovechando cada ventana de tiempo y cada fusión del manto nivoso para volver a mirar donde ya se había mirado. En verano de 2023, la Federación Española de Deportes de Montaña y Escalada lanzó un llamamiento para un operativo técnico de voluntarios con experiencia por encima de 1.300 metros, buscando huecos que la nieve y el mal tiempo habían negado en invierno. 

El 29 de diciembre de 2023, cuando se cumplió un año, la montaña seguía sin hablar. La familia pidió no bajar los brazos y la esposa de José Antonio, Mercedes Gascó, resumió el pulso entre razón y esperanza: confiaba en su resistencia y en que quizá lo buscaban donde no estaba. Cada aniversario reabría el mapa, las dudas y los sonidos del viento en el cordal. 

La prensa local reconstruyó los minutos previos con la precisión posible: inicio por El Travieso, avance hacia cumbre, última señal junto al repetidor, y una cortina de agua y niebla que podía convertir un vivac de fortuna en trampa. El relato insistía en un detalle obstinado: todo lo suyo seguía en el coche, como si aún fuera a volver a por ello. 

En los meses siguientes, equipos mixtos de profesionales y voluntarios volvieron a sectores ya peinados, descendieron embudos, revisaron dolinas y lapiaces, y repasaron collados bajo nuevas coordenadas GPS. Las jornadas acababan igual: cansancio, silencio y un registro más en el cuaderno de “negativo”. La montaña, cuando calla, no da pistas: solo suma preguntas. 

En junio de 2025 se organizó una de las batidas más amplias: 130 personas entre especialistas y voluntarios, con drones y guías caninos, para rascar información en umbrías y canchales que el deshielo volvía transitables. El dispositivo confirmó la determinación social que rodea al caso… y también el vacío que se resiste a llenarse. 

Queda una cronología sobria y dura: 29 de diciembre de 2022, última señal a las 15:40 cerca del Calvitero; vehículo en origen de ruta; meteorología adversa; búsquedas sucesivas sin hallazgo. Y una constante: la certeza de que, en alta montaña, un giro de viento, cinco metros de niebla o un paso en falso pueden separar dos mundos. 


“Viajaste a la montaña y la montaña te guardó entre sus rocas”. La frase que circula entre quienes suben al Calvitero resume la herida. El caso de José Antonio Martínez sigue abierto, vivo en cada batida y en cada mapa desplegado en un maletero. Si conoces la zona, si viste algo aquel día o si guardas una foto, una coordenada, un recuerdo: a veces, la llave no es un gran hallazgo, sino una línea, una hora, un detalle que por fin haga hablar a la sierra. 

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