Francisca Cadenas: la esquina que se tragó la noche

Hornachos, Badajoz — 9 de mayo de 2017. Francisca Cadenas “Paqui”, 59 años, salió a la puerta de casa a despedir a unos conocidos y caminó apenas unos metros por su calle. Eran las 22:30–23:00. A menos de cien metros de su portal, en una vía estrecha y de poca circulación, su rastro se cortó para siempre. No hubo bolso, ni móvil, ni señales de forcejeo. Solo una farola encendida y el silencio de un pueblo que no volvió a verla llegar. 

En las primeras horas, la Guardia Civil peinó el casco urbano y el entorno de Hornachos; se revisaron pozos, fincas y cunetas, y se rastrearon llamadas. Con los días, el operativo creció: helicópteros, perros, voluntarios y un mapa de cuadrículas que convirtió la comarca en un tablero de búsqueda sin premio. Ninguna pista sólida, ninguna cámara, ningún testigo capaz de fijar el minuto exacto en que Paqui desapareció.

La investigación barajó todos los escenarios: marcha voluntaria (inverosímil por su arraigo y rutina), accidente (sin indicios), sustracción o agresión (sin escena). El caso quedó abierto, pero el expediente empezó a caminar despacio, como si la propia cronología se hubiese hundido en la misma calle donde la noche se cerró.


Siete años después, llegó un giro que devolvió esperanza al pueblo. En noviembre de 2024, la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil asumió el mando de la causa, reordenó hipótesis y llamó a declarar a vecinos de la propia calle, buscando coser con tiempos, pasos y distancias lo que la primera batida no pudo atar. 

El 12 de febrero de 2025, la UCO volvió físicamente al escenario: reconstruyó los últimos metros de Paqui, midió desde su portal a distintos puntos de la calle y cotejó relatos con cronómetros y cintas métricas. Ni el vecindario ni la familia sabían que ese día se acordonaría la zona; se enteraron cuando las cintas ya estaban puestas. Fue la primera reconstrucción formal del recorrido en casi ocho años. 

De aquella tarde de toma de medidas no trascendieron conclusiones, pero sí un mensaje: el caso no está dormido. Las declaraciones recientes en Zafra, las nuevas mediciones y la revisión de alternativas indican que la investigación intenta, por fin, despegarse de la niebla que siempre la rodeó. En Hornachos, ese movimiento fue un hilo de aire. 


Mientras tanto, la memoria colectiva ha hecho su trabajo. Cada aniversario, carteles con el rostro de Francisca cubren escaparates y farolas; su nombre sale en misa, en la cola del pan, en la plaza. La pregunta —¿cómo puede desaparecer alguien a la vista de todos?— volvió consigna, y la consigna, vigilia.

El expediente judicial, sin cuerpo ni escena, exige precisión: rehacer minutajes, reexaminar terminales, repasar pozos ya vistos con criterios nuevos, y confrontar relatos con una topografía que no ha cambiado. La UCO lo sabe; por eso, los pasos medidos valen tanto como una nueva declaración. 

Si estuviste en esa calle la noche del 9 de mayo de 2017, si recuerdas un coche parado donde nunca aparcaba nadie, una puerta entreabierta, un sonido que no encaja —aunque te parezca mínimo—, importa. Los casos que se resuelven tarde suelen hacerlo con detalles que parecían irrelevantes al principio.


“Cruzó la esquina… y la noche se la guardó.” Francisca Cadenas tenía 59 años. Su ausencia es el recordatorio más inquietante de que el miedo no siempre llega de lejos; a veces se sienta en el bordillo de tu calle, espera el momento exacto y se marcha con lo que más quieres. Hoy el reloj de Hornachos sigue andando, pero no da la hora completa hasta que ella aparezca. 

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