El caso no empezó en la azotea, sino semanas antes, con un “juego” perverso: el 17 de septiembre alguien dejó en su rellano una botella de horchata con una nota en tono jovial; el 9 de octubre, otra botella —esta vez de zumo— también con mensaje. La segunda bebida sabía extraña: Helena la llevó a un laboratorio y el análisis detectó benzodiacepinas, un sedante. Esa secuencia, hoy confirmada en sumarios y reconstrucciones, es la columna vertebral de la hipótesis de sumisión química previa a su muerte.
En la madrugada del 2 de diciembre, alguien la drogó, la trasladó hasta la azotea del edificio de la calle Calvet d’Estrella y la arrojó al patio interior. Las quemaduras y la gasolina apagan la tesis de una caída accidental; las benzodiacepinas en su organismo cierran el círculo de una acción planificada. La pregunta que atraviesa todo el sumario desde entonces es quién —o quiénes— convirtieron esas cartas “amistosas” en un preludio de muerte.
La investigación se centró muy pronto en su entorno próximo en la Unió Excursionista de Sabadell (UES). Montserrat Careta, que residía en el edificio desde cuya azotea fue arrojada Helena, llegó a ser detenida; meses después murió en prisión y dejó una carta proclamando su inocencia. Su pareja entonces, Santi Laiglesia (Santiago L. P.), estuvo investigado en la primera causa. Años de diligencias, cambios de juez y líneas agotadas dejaron el procedimiento sin juicio y con más sombras que certezas.
El interés público renació en 2020 (impulsado también por el programa “Crims”) y el juzgado reabrió la causa. Desde 2021 se incorporaron nuevas pruebas biológicas sobre prendas vinculadas a la escena y se reactivó la investigación sobre miembros del entorno excursionista, entre ellos Xavier Jiménez, que quedó bajo la lupa judicial en la nueva fase de diligencias. La reapertura, antes de que operaran ciertos plazos de prescripción, permitió seguir practicando pruebas.
El salto forense llegó en 2025: la Policía Científica identificó un perfil de ADN femenino “indubitadamente ajeno” a Montserrat Careta en un jersey de Helena, y un perfil masculino combinado. La Fiscalía, con ese hallazgo, pidió citar a Santiago L. P. para que explicara su vínculo con la prenda y ampliar la toma de muestras genéticas. Ese mismo informe propone descartar científicamente a Careta de la autoría y solicitar ADN de otra antigua investigada (Ana E.) para cotejos.
Los fiscales también han señalado que, con los nuevos indicios biológicos, la “hipótesis cooperativa” cobra fuerza: más de una persona habría intervenido en la secuencia final —drogada, trasladada, rociada con gasolina y arrojada—, algo coherente con una logística difícil de ejecutar en solitario. Esa lectura, si se consolida judicialmente, situaría el crimen fuera del falso marco de “broma cruel” y dentro de una acción concertada.
Las cartas anónimas (tono íntimo, datos personales y el guiño a la horchata, su bebida favorita) delatan a alguien cercano. Esa proximidad, cruzada con el sedante hallado en la bebida y en su cuerpo, es una de las piezas más sólidas que han sobrevivido al paso del tiempo: la cadena “carta-regalo → bebida adulterada → sumisión química” no es una conjetura literaria, sino una secuencia probada en el expediente.
Veintitrés años de idas y venidas procesales desgastan cualquier caso; aquí, sin embargo, la pericia genética de 2025 reabre puertas que parecían selladas. La familia de Helena —y una comunidad cultural que la recuerda con un premio literario que lleva su nombre— siguen siendo el motor cívico de una causa que pide algo básico: que las piezas nuevas (ADN femenino no Careta, perfil masculino combinado, periciales de mezcla) se traduzcan en interrogatorios, cotejos y, si procede, acusaciones claras.
“Helena no se cayó; a Helena la tiraron”, repiten cada aniversario. Lo que hoy sabemos —las bebidas sedadas, la autoría cercana que conocía sus gustos, la exclusión forense de una sospechosa histórica y los perfiles genéticos pendientes de nombre y apellidos— sostiene esa frase como un hecho y no como un eslogan. Falta lo esencial: atribuir los perfiles, cerrar el círculo y poner fin a un laberinto que ha durado demasiado.
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