Pablo Ibar: el triple asesinato de Miramar, un video borroso y tres décadas de controversia

La mañana del 27 de junio de 1994, en una casa de Miramar (Broward, Florida), el dueño de un club nocturno, Casimir “Butch Casey” Sucharski, y las modelos Sharon Anderson y Marie Rogers fueron hallados ejecutados a tiros. La vivienda tenía una cámara oculta que registró, durante unos veintidós minutos, la irrupción de dos hombres armados, el tormento a las víctimas y los disparos finales. Ese video granulado—pieza central del llamado caso “Casey’s Nickelodeon”—marcaría la investigación y todos los juicios posteriores. 

A partir de fotogramas impresos del metraje, la policía difundió volantes y, semanas después, recibió un aviso desde Miami: un detenido en un caso no relacionado “se parecía” a uno de los intrusos. El hombre era Pablo Ibar, hijo del pelotari vasco Cándido Ibar. No se hallaron huellas de Ibar en la escena; la propia defensa subrayó que tampoco hubo coincidencias dactilares que lo situaran allí. El coacusado identificado por un compañero de vivienda fue Seth Penalver. 

El primer juicio de Ibar en 1997 terminó con jurado en desacuerdo. En 2000, un nuevo jurado lo declaró culpable de triple asesinato y lo condenó a muerte. La pieza “reina” siguió siendo el VHS borroso y una camiseta azul que, según la acusación, cubrió el rostro de uno de los asaltantes; en el video se ve a un agresor retirársela por un instante. La narrativa fiscal sostuvo que ese instante bastaba para reconocerlo. 


Mientras Ibar resistía en el corredor de la muerte, su coacusado siguió otra senda. En 2006, la Corte Suprema de Florida anuló la condena de Penalver por errores del juicio, y en 2012 un jurado lo absolvió completamente tras un nuevo proceso. Aquel veredicto alimentó las dudas sobre la identificación en el video y el peso real de las pruebas forenses. 

En 2016 llegó el punto de inflexión para Ibar: la Corte Suprema de Florida anuló su condena y ordenó un nuevo juicio, al considerar que su defensa había sido ineficaz y que el proceso previo fue injusto. La decisión abrió la puerta a reexaminar el VHS y la evidencia científica con estándares actualizados, descolgándolo del corredor de la muerte tras 16 años. 

El tercer juicio se celebró en Broward en 2019. Pese a los cuestionamientos sobre la calidad del video y a debates periciales en torno a mezclas de ADN de la camiseta azul analizadas con software probabilístico, el jurado declaró culpable a Ibar el 19 de enero de 2019. En mayo de ese año fue sentenciado a cadena perpetua, sin pena de muerte. 


Desde entonces, la defensa ha seguido apelando. En paralelo, la cobertura mediática internacional—especialmente en España—y las campañas de su entorno han mantenido vivo el foco sobre el “caso Ibar”, insistiendo en que el video no permite una identificación fiable y que no hay evidencia biológica concluyente que lo sitúe dentro de la casa de Miramar aquella mañana. 

En 2025 surgió un elemento nuevo: un testigo se presentó declarando que conoce a los “verdaderos autores” del triple asesinato y que el móvil habría sido un ajuste de cuentas vinculado a drogas. La defensa incorporó esta declaración jurada para intentar reabrir el caso y vaciar la condena de 2019, afirmando además que perfiles genéticos de dos hombres no identificados aparecen asociados a la camiseta ensangrentada. Las autoridades aún deben decidir si esa nueva evidencia amerita otro juicio. 

El historial judicial más reciente muestra también movimientos procesales en cortes de apelación de Florida por distintas vías técnicas, con confirmaciones y denegatorias en recursos específicos, mientras el equipo legal principal concentra esfuerzos en los elementos novedosos que podrían afectar el fondo del veredicto. El litigio sigue vivo y la situación de Ibar continúa bajo revisión en varias vertientes. 


Treinta y un años después, el caso Pablo Ibar es sinónimo de debate sobre errores judiciales, identificaciones basadas en imágenes de mala calidad y límites de la ciencia forense de los noventa frente a métodos actuales. Para sus defensores, es el paradigma de una condena sostenida por un video borroso; para la fiscalía, un crimen atroz captado en directo donde la identidad del agresor quedó expuesta durante unos segundos fatales. La pregunta central—¿quién aparece realmente en esa cinta?—sigue siendo el corazón de la controversia. 

Hoy, Pablo Ibar cumple cadena perpetua en Florida proclamando su inocencia, mientras su defensa busca que la justicia reabra el caso con testimonio fresco y relectura de la evidencia. Lo que ocurra a partir de aquí no solo dirá algo sobre él: dirá mucho sobre cómo el sistema penal pondera un rostro difuso en VHS frente a la exigencia de certeza más allá de toda duda razonable. 

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