Caldes de Montbui (Barcelona) — final de agosto de 2021. Camila Rebecca Quezada Sidorkevich tenía 6 años, iba al cole, hablaba en español y en ruso, y dividía su mundo entre dos figuras centrales: su padre, Julio, y su madre, Daria Sidorkevich. A simple vista era una niña más en una pequeña localidad catalana. Pero debajo había una guerra de versiones, denuncias cruzadas y miedo a perderla. Y en esa guerra, Camila desapareció.
Según la cronología reconstruida por su entorno paterno, los últimos días de agosto de 2021 parecían rutinarios: casa, parque, visitas con su madre. El padre tenía la custodia y la niña convivía con él en Caldes de Montbui, mientras la madre, de origen ruso, mantenía relación con la menor en un contexto de fuerte conflicto familiar.
Todo estalla entre el 29 y el 31 de agosto. La web creada por el padre sitúa la desaparición de Camila Rebecca el 29 de agosto de 2021: ese día, madre e hija dejan de estar localizables. La ficha oficial de SOS Desaparecidos fija como fecha de desaparición el 31 de agosto, coincidiendo con el momento en que Julio acude a la vivienda donde debía recoger a la niña… y no encuentra a nadie. Puerta cerrada, teléfonos apagados, y una ausencia que ya no se ha roto.
Los datos físicos de Camila se repiten en carteles, webs y redes: en torno a 1,15–1,16 m de estatura, unos 24 kg de peso, cabello castaño largo (liso u ondulado según las descripciones) y ojos claros/marrones verdosos. Tenía 6 años cuando desapareció; hoy tendría 10. En todos los avisos hay un punto común: la alerta de “sustracción parental”, desaparecida junto a su madre de origen ruso.
Detrás de la desaparición de Camila Rebecca Quezada Sidorkevich hay una historia de ruptura de pareja y acusaciones extremas. Daria Sidorkevich, su madre, había aparecido meses antes en un programa de televisión ruso asegurando que pensaba esconder a su hija para protegerla. En esa entrevista repitió acusaciones gravísimas contra el padre, al que señalaba por supuestos abusos a la menor. Esas denuncias ya habían sido investigadas en España y archivadas por falta de pruebas: los informes psicológicos apuntaron a una relación positiva entre padre e hija y a un posible componente de manipulación materna en el relato de la niña.
Cuando Julio llega a recoger a Camila a finales de agosto de 2021, ya no hay nadie en la vivienda. Denuncia de inmediato la desaparición y la posible “sustracción de menores” por parte de Daria. La Guardia Civil abre diligencias, y el caso entra en el sistema oficial de personas desaparecidas: menor desaparecida en Caldes de Montbui, Barcelona, con su madre de origen ruso, referencia 25-04814.
Desde el punto de vista penal, lo que ocurre encaja en lo que se conoce como sustracción parental internacional: uno de los progenitores retira al menor del país de residencia o lo oculta, vulnerando resoluciones de custodia y dejando a la otra parte sin contacto. La información recopilada por organizaciones especializadas indica que Camila habría sido llevada fuera de España —muy probablemente a Rusia, país de origen de la madre—, lo que complica enormemente cualquier intento de restitución.
Mientras tanto, la desaparición de Camila Rebecca se mantiene activa en todos los canales: aparece en la base de datos de SOS Desaparecidos, en el Centro Nacional de Desaparecidos (CNDES) y en listados de menores desaparecidos de larga duración en España; también cuenta con una web específica, findcamila.com, gestionada por su entorno paterno, con información en español, inglés y ruso para intentar llegar a cualquier rincón donde alguien pueda reconocerla.
En redes sociales, el padre de Camila mantiene desde 2021 una campaña constante. Publica fotos, vídeos, recuerda cada aniversario y cada cumpleaños, y repite un mensaje que ya es casi un lema: “Justicia para Camila”. No se limita a pedir ayuda, también denuncia lo que considera fallos graves del sistema: la lentitud de los procedimientos internacionales, la falta de reacción ante las señales previas y la casi imposibilidad práctica de traer de vuelta a un menor cuando el otro progenitor se refugia en un país sin cooperación real en estos casos.
La otra versión —la de la madre— apenas se conoce en España más allá de la entrevista emitida en la televisión rusa, donde se la presenta como “la madre heroína” que huye para proteger a su hija. Es un relato que contrasta frontalmente con las resoluciones judiciales españolas y con las evaluaciones periciales, pero que sigue vivo en la esfera mediática rusa. Entre ambas narrativas, la que queda atrapada es Camila, convertida en símbolo de hasta qué punto los hijos pueden ser utilizados como campo de batalla.
A día de hoy, no hay constancia pública de que se haya localizado ni a Camila ni a Daria. El caso sigue considerado una desaparición no resuelta con sustracción parental, con las autoridades españolas apuntando a la posible presencia de madre e hija en territorio ruso y con los cauces jurídicos internacionales (Convenio de La Haya, comisiones rogatorias) en un punto muerto o opaco para la familia.
La dimensión humana de este caso la encarna sobre todo la figura de Julio Quezada: padre que denuncia la sustracción, que ha visto cómo las acusaciones contra él se archivaban, pero que aun así vive desde 2021 con la carga de defenderse en el plano mediático y, sobre todo, con la ausencia de su hija. Cada mensaje suyo en redes, cada entrevista, cada actualización de la web es, en el fondo, una forma de decirle a Camila —donde quiera que esté— que la sigue esperando.
Mientras, asociaciones como SOS Desaparecidos, portales internacionales como For The Lost y listados de menores desaparecidos mantienen viva la ficha de Camila Rebecca Quezada Sidorkevich, recordando sus datos, su rostro y el contexto de su desaparición. En esas bases de datos, su expediente no aparece como “cerrado”, sino como una herida abierta.
“Camila no es un número de expediente. Es una niña que debería estar yendo al colegio, soplando velas, creciendo con su padre. Y, en cambio, es el rostro de una ausencia.”
La desaparición de Camila Rebecca Quezada Sidorkevich no es solo la historia de un presunto secuestro parental: es el retrato de un sistema desbordado cuando el conflicto traspasa fronteras, de una niña convertida en rehén emocional y jurídico, y de un padre que lleva años gritando su nombre para que el tiempo no lo borre. Porque en Caldes de Montbui, y mucho más allá, hay una silla pequeña, un cepillo de pelo y una cama infantil que siguen esperando el mismo milagro: que Camila vuelva a casa.
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