El 18 de mayo de 2021, en Ávila capital, un chico de 15 años salió del instituto con la misma mochila de todos los días y un destino claro: regresar a su casa de acogida, donde vivía tutelado por Servicios Sociales. Se llamaba —se llama— Melchor Bueno Guisado. Ese recorrido cotidiano, de clase a casa, parecía rutinario. Pero aquella tarde el camino se cortó. Desde entonces, nadie ha logrado traerlo de vuelta.
El Centro Nacional de Desaparecidos fijó la fecha y el lugar con precisión: 18 de mayo de 2021, Ávila. La alerta hablaba de un menor de 15 años, constitución corpulenta, pelo negro y ojos negros. Ningún dato sobre la ropa de ese día, ningún detalle sobre una discusión previa o una amenaza. Solo una frase fría: “desaparición”.
En las primeras horas, todo apuntaba a un retraso, a una escapada breve de adolescente. Pero el reloj empezó a sumar minutos, luego horas, después días. Melchor no cruzó la puerta del centro de acogida. No llamó. No dejó rastro en cajeros ni en redes. Lo que en un principio sonaba a enfado pasajero se fue convirtiendo en un vacío inquietante.
Con el paso de las jornadas, se supo algo más: según publicó la prensa regional, los educadores del centro llegaron a verle en algún momento tras la desaparición y trataron de convencerle para que regresara. Él habría salido corriendo, alejándose de quienes eran, en la práctica, su única familia cercana. Desde entonces, ni una confirmación oficial de nuevo contacto. Ni un lugar donde buscarlo con certeza.
Ese detalle hizo que los investigadores hablaran, al menos en origen, de una desaparición probablemente voluntaria. Pero que un menor tutelado se marche enfadado no significa que esté a salvo. Afuera le esperaban calles que no conocía del todo, adultos que no siempre preguntan la edad, y un país en el que un chico de 15 años puede perderse muy rápido si nadie mira dos veces.
El aviso de Interior se difundió pronto en medios locales: “Buscan a un niño de 15 años desaparecido en Ávila a mediados de mayo”, titulaba la prensa abulense, con la foto de Melchor encuadrada en un recuadro pequeño. Allí estaba él: rostro joven, serio, sin poses forzadas. Una imagen que, para muchos, pasó de largo en la página; para quienes lo conocían, se convirtió en un ancla a la esperanza.
La Policía Nacional y la Guardia Civil abrieron diligencias desde el primer momento. Se revisaron entornos habituales, estaciones, posibles contactos. Pero, al menos en la información que ha salido a la luz, no se menciona ningún indicio sólido de delito ni un escenario concreto donde se le hubiera visto por última vez después de aquella huida inicial. A falta de pruebas, el expediente quedó flotando en ese terreno gris: no hay constancia de que se marchara del país, tampoco de que se le hiciera daño. Solo ausencia.
En febrero de 2022, un reportaje sobre personas desaparecidas en Castilla y León volvía a recordarlo por su nombre: “La policía de Ávila mantiene abierta la búsqueda de Melchor Bueno Guisado”, subrayaba el artículo. Se remarcaba que había desaparecido de un centro de acogida de la provincia y que seguía sin aparecer. El caso no estaba archivado ni olvidado en los despachos; pero la realidad era devastadora: casi un año después, seguía sin haber rastro.
Hoy, Melchor ya no tendría 15 años, sino alrededor de 19. Mientras sus compañeros de instituto han seguido estudiando, trabajando o formando su propia vida adulta, su historia quedó detenida en una tarde de mayo. Para las estadísticas oficiales es “un menor desaparecido que ya es mayor de edad”; para quienes lo buscaron desde el centro y para los equipos que llevaron su caso, sigue siendo el chico que nunca volvió del instituto.
El suyo también es un espejo incómodo sobre una realidad poco visible: la de los menores tutelados que se escapan de centros de acogida. Muchos regresan a los pocos días; otros quedan atrapados en círculos de explotación, abusos o simple supervivencia al margen de cualquier red de protección. En el caso de Melchor, nada de eso se ha podido demostrar… pero el tiempo juega en contra. Cuatro años sin noticias son demasiado para pensar que solo está “haciendo su vida” sin mirar atrás.
No hay declaraciones de una madre en platós de televisión ni de un padre frente a cámaras llorando su nombre, porque su figura de referencia era, precisamente, el sistema. Educadores, técnicos y policías son quienes han tenido que sostener la pregunta: ¿dónde está Melchor? Un menor que ya no lo es, pero que sigue siendo vulnerable allí donde esté.
La desaparición de Melchor Bueno Guisado en Ávila no es solo un expediente más. Es la historia de un chico de 15 años que salió del instituto un martes cualquiera y se desdibujó entre calles conocidas. Es también una llamada de atención sobre lo fácil que es que un adolescente caiga fuera de todos los radares, especialmente si su vida ya estaba marcada por la fragilidad y la falta de una red familiar sólida.
Si recordamos su nombre, debemos recordar también sus señas: cuando desapareció, Melchor medía alrededor de 1,70–1,75 m, tenía complexión corpulenta, pelo negro y ojos negros. Desapareció el 18 de mayo de 2021 en Ávila capital, sin que hasta hoy conste oficialmente su localización. Si alguien lo vio en esos días, si ha coincidido después con un joven que encaje con su descripción y que pudiera ser él, esa información —por pequeña que parezca— puede ser la pieza que falta.
Porque mientras no sepamos qué fue de Melchor Bueno Guisado, el camino de vuelta al centro de acogida seguirá abierto en la memoria: un trayecto corto, un instituto, una tarde de primavera… y un chico que, algún día, debería poder escuchar que todavía lo estamos esperando.
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