Lucía García Hernández: la anciana con Alzheimer que desapareció en 150 metros en Turre (Almería)


La tarde del 22 de octubre de 2016 parecía una más en la pedanía rural de Royo Morera, en el municipio de Turre (Almería). Casas bajas, campo, olivos, vecinos que se conocen por el nombre y una rutina repetida mil veces: Lucía García Hernández, 78 años, salía de su casa para ir a ver a su hermana, a apenas unos pasos. A las 16:00 horas, según reconstruye la familia, cruzó la puerta con la tranquilidad de quien conoce el camino de memoria. Nunca volvió. Desde entonces, oficialmente, Lucía está desaparecida. Para su familia, en cambio, la frase que mejor encaja es otra: “a mi madre se la llevó alguien”. 

Antes de convertirse en un cartel de SOS Desaparecidos, Lucía era la imagen de la mujer de campo de toda la vida: 1,57 de altura, 50 kilos, pelo corto y rizado, negro, ojos marrones y complexión delgada. Vivía con su marido, también mayor, en Royo Morera, una cortijada en la sierra, y padecía Alzheimer en fase inicial. La enfermedad le hacía olvidar cosas recientes, pero conservaba una vida muy activa: salía al campo, cuidaba animales, ayudaba en casa. Sus hijas recuerdan que “físicamente parecía de 60; no se cansaba nunca”. El único miedo que arrastraba Lucía no era perderse, sino dejar solo a su marido demasiado tiempo.

Ese sábado, como tantos otros, salió de casa para ir a ver a su hermana, que vivía a unos 150–200 metros, en la misma barriada. Estuvo allí entre cinco y diez minutos: lo justo para charlar un momento y volver. A las 16:00–16:30, según las distintas reconstrucciones, se despidió y se puso de nuevo en marcha hacia su casa. Tenía por delante un trayecto sencillo: seguir un muro de unos 50 metros, el de la carretera que viene de la autovía, y luego tomar el camino que lleva directo a su vivienda, un centenar de metros más. “Se lo sabía de memoria”, insiste su hija Beatriz. En esos 150 metros, Lucía se evaporó.


Beatriz llegó a casa de sus padres unos 20 minutos después de que su madre saliera. Pensó que seguiría con la tía, pero allí le dijeron que ya se había marchado. Cogió el coche y empezó a recorrer las dos posibles vías que Lucía podía haber tomado: hizo tres o cuatro kilómetros por ambas carreteras, preguntó a vecinos, paró a gente. Nadie la había visto. En un pueblo pequeño, donde todos se conocen, el hecho de que una mujer de 78 años desaparezca en plena tarde sin que ningún vecino pueda decir “la vi pasar por aquí” es, por sí solo, casi tan inquietante como la desaparición en sí.

A las 19:30 aproximadamente, el 112 recibe el aviso oficial de que Lucía no ha regresado a casa. Se activa entonces un dispositivo de búsqueda que, en las primeras horas, recuerda más a la reacción ante un accidente que a la de un posible delito: se piensa que la anciana, con Alzheimer, puede haberse desorientado y caído en algún barranco cercano. Esa noche y las siguientes, más de un centenar de personas —Guardia Civil, Infoca, Policía Local, Protección Civil, familiares y vecinos— peinan la zona del paraje del Royo Morera y sus alrededores.

Los medios hablan de helicópteros de la Guardia Civil e Infoca, grupos de rescate, perros adiestrados y un puesto de mando avanzado coordinando las batidas. Se rastrean ramblas, bancales, cortijos abandonados y cuevas. Se amplía el círculo a municipios cercanos como Bédar, Mojácar o incluso el Campo de Níjar, porque la lógica inicial sigue siendo la misma: una mujer mayor, enferma, se ha desorientado. Pero pasan los días y no aparece ni un solo rastro: ni zapatillas, ni ropa enganchada en una alambrada, ni restos en barrancos. Nada.

En medio de esa nada, hay un detalle que se queda clavado en la memoria de la familia. Durante las batidas con perros de rastreo, los animales se detienen en un punto concreto: un transformador eléctrico situado en el cruce de las dos vías por las que Lucía podía haber pasado al salir de casa de su hermana. Según Beatriz, los perros marcaron allí… y no siguieron. “No pasó de ahí”, explica. Ese cruce marca el inicio del camino que lleva a la casa de Lucía. Para su hija, es el escenario probable de lo que nadie ha podido probar: que ahí se subió —o la subieron— a un coche.

Las búsquedas oficiales intensas duran cinco o seis días, según relata la familia. Después, el dispositivo se reduce y, poco a poco, el caso deja de estar en primera línea. La explicación administrativa es la de siempre: no hay indicios claros de delito, solo una desaparición sin rastro; los recursos se derivan a otras urgencias. La explicación emocional de las hijas es más cruda: “No hubo investigación. Como era mayor, no se puso el mismo empeño que si hubiese sido un joven”. Ellas, en cambio, siguen saliendo al monte casi a diario durante los primeros ocho meses. “Hay pastores que salen diariamente al campo, hay cazadores… y nadie ha visto nada”, se lamentaba Beatriz en 2021.

En octubre de 2018, cuando se cumplen dos años de la desaparición, la historia de Lucía vuelve a primera plana. La Guardia Civil y la Fundación QSDglobal, con Paco Lobatón, organizan una nueva gran búsqueda en la zona, con participación de la USECIA, patrullas de Turre y puestos cercanos, unidades de Granada y agentes del SEPRONA. Se rastrean de nuevo ramblas, cuevas y montes. En uno de esos operativos, los guardias rescatan a un perro que había caído a una cueva en el paraje de Fuente del Royo, una anécdota que llega a los titulares… mientras que sobre Lucía sigue sin surgir ni una pista.


Las hijas de Lucía, Lucía y Beatriz, escriben su propio testimonio en el cuaderno de desaparecidos de la fundación: “Mi madre salió de su casa el día 22 de octubre de 2016 a las 4 de la tarde a casa de su hermana y desde ese día no sabemos nada de ella. Sólo pedimos que sea buscada hasta encontrarla, no descansaremos hasta que sepamos qué pasó y solos no podemos”. Años después, en entrevistas locales, siguen contando lo mismo: sueñan con ella por las noches, salen al campo cada vez que pueden, se dejan las manos en los matorrales buscando en los mismos sitios una y otra vez.

Mientras tanto, el nombre de Lucía García Hernández continúa activo en la web de SOS Desaparecidos, con su ficha actualizada: desaparecida en Turre (Almería) el 22/10/2016, edad actual 87 años, referencia 23-01372. Asociaciones, perfiles en X y programas como Diario de ausencias de RTVE la recuerdan en aniversarios: “Hoy se cumplen 7 años de la desaparición de Lucía García Hernández. Ayúdanos a encontrarla”. La expresión “la extraña desaparición de Lucía, a unos metros de su casa” se repite en titulares, resumiendo en una frase lo incomprensible del caso.

Sobre la mesa siguen las mismas hipótesis que desde el principio. La de un accidente en el campo choca con un dato demoledor: después de años de pastores, cazadores, batidas oficiales y búsquedas familiares, no ha aparecido un solo resto. La de una marcha voluntaria resulta inverosímil para la familia: Lucía era “muy miedosa”, nunca se iba a ningún sitio que no fueran las casas de sus hijas o su hermana, y padecía Alzheimer. La que más se repite en boca de sus hijas es la menos comprobable y, por eso mismo, la más inquietante: que alguien la cogió con un coche en ese cruce donde los perros se pararon y se la llevó sin dejar rastro.


Legalmente, el caso de Lucía es una desaparición sin indicios de criminalidad acreditados, lo que complica que se mantengan grandes equipos de investigación sobre el terreno de forma indefinida. En la práctica, eso significa que, salvo nuevas pistas, el expediente avanza muy lentamente. Para su familia, el problema es estructural: denuncian que los mayores con demencia son tratados a menudo como “personas que se habrán perdido” y no como potenciales víctimas de delito, lo que retrasa reacciones clave como el análisis de cámaras, controles de carreteras o entrevistas en profundidad en los primeros días.

Hoy, casi una década después, el caso de la desaparición de Lucía García Hernández en Turre sigue abierto en lo esencial: no hay cuerpo, no hay escena, no hay explicación. Lo que sí hay es una descripción que no se debe olvidar: mujer de 78 años en el momento de desaparecer, 1,57 de estatura, delgada, pelo corto y rizado negro, ojos marrones, enferma de Alzheimer, desaparecida el 22 de octubre de 2016 en la barriada de Royo Morera. Cualquier información, por pequeña que parezca, puede comunicarse a la Guardia Civil o a los teléfonos 24 horas de SOS Desaparecidos.


La verdadera pesadilla del caso Lucía García Hernández no está solo en imaginar qué pudo pasar en esos 150 metros. Está en el silencio posterior: en los años de batidas que no encuentran nada, en los expedientes que se enfrían, en las hijas que siguen saliendo al monte con la sensación de que el mundo ya ha pasado página. Una mujer mayor salió de su casa en Turre para volver en diez minutos y, desde entonces, es como si se la hubiera tragado la tierra. Que eso pueda ocurrir en una tarde cualquiera, a plena luz del día y a unos pasos de su propia puerta, es lo que convierte esta historia en algo más que un caso: en un recordatorio de que hay desapariciones que siguen abiertas aunque ya casi nadie mire, salvo quienes todavía esperan que Lucía vuelva a cruzar, algún día, el umbral de esa casa en Royo Morera.

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