La vida de Mari Trini había transcurrido entre León y Asturias: vivieron en Matadeón de los Oteros y, después, en Berbes (Ribadesella), donde los vecinos describían un clima de miedo en torno al Portugués, contrabandista con antecedentes de violencia. Durante años, el caso se archivó como marcha voluntaria; con el tiempo, la UDEV reactivó discretamente la investigación al crecer las sospechas sobre el entorno del marido.
En enero de 2018, la Policía registró la casa de Berbes y un pozo/fosa que el marido había rellenado con arena y cemento “sin necesidad aparente”. Ese mismo operativo recogió un testimonio clave: un vecino señaló la balsa minera del Cuetu del Aspa porque, “hace décadas”, habría visto al Portugués arrojar dos coches por el cortado. Aquella pista quedó apuntada… y aguardó su momento.
El giro llegó en octubre de 2025: tras una batimetría y buceos técnicos, la Policía confirmó la existencia de dos vehículos sumergidos en la balsa de la antigua mina de fluorita de Berbes. La jueza de Gijón ordenó continuar los trabajos —con la UDEV y apoyo de la UME o empresas especializadas— para recuperar coches y posibles restos. La hipótesis de trabajo: que los vehículos pudieran vincular la desaparición de 1987 con un escenario de ocultación bajo el agua.
La identidad de las víctimas quedó además enmarcada por una cronología dolorosa: Mari Trini había denunciado antes del parto y, pese a ello, viajó con su agresor el día de la citación judicial. A la salida de la Audiencia, se perdió su rastro. Desde entonces, ni pasaportes, ni altas sanitarias, ni matrículas han devuelto su nombre a ninguna base pública.
El Portugués, 81 años, vive en una residencia de mayores en Castilla y León y guarda silencio. Los delitos imputables por la desaparición estarían prescritos, pero la Justicia no cierra: el objetivo es encontrar a Mari Trini y a Beatriz y reconstruir lo que pasó. La reapertura judicial no pretende castigar a toda costa, sino saber —y permitir un duelo que lleva casi cuatro décadas congelado.
El Camino procesal es complejo: extraer coches de una balsa minera exige medios pesados, asegurar la conservación de indicios y trabajar con peritajes de agua dulce muy degradantes para ADN. Aun así, la jueza ha dejado claro que el interés público prima: si bajo el lodo hay restos humanos o efectos de las víctimas, deben salir a la luz para que hablen por fin.
En la hemeroteca quedan otras piezas: motes que infundían temor, vecindarios en silencio y una mujer que, en León, llegó a usarse con otro nombre en círculos próximos para difuminar su huida del maltrato. El expediente refleja esa violencia de época que se escondía en pueblos pequeños, con denuncias que no siempre activaban protección real.
La reapertura de 2025 no devuelve la vida, pero rompe la impunidad del olvido. Si los coches emergen y hablan —números de bastidor, fibras, objetos— quizá podamos poner fechas, lugares y acciones sobre un relato que hoy solo tiene sospechas. Y si nada aparece, quedará, al menos, la certeza de haber agotado una pista que el propio pueblo susurraba desde hace años.
Que Mari Trini y Beatriz sigan desaparecidas no es un tecnicismo: es la ausencia de una madre y una bebé a quienes un día la Justicia citó… y el miedo se tragó. Ahora la investigación mira al fondo de una charca industrial buscando un cierre digno: verdad, nombre y lugar. Esa es, 38 años después, la única forma posible de justicia.
0 Comentarios