Miriam Vallejo “Mimi”: 89 puñaladas en un camino entre Meco y Villanueva, un caso que se resiste a morir

La noche del 16 de enero de 2019, Miriam Vallejo Pulido, “Mimi”, de 25 años, salió a pasear a cuatro perros por el paraje rural que separa Villanueva de la Torre (Guadalajara) de Meco (Madrid). Era una rutina breve, conocida, a pocos minutos de casa. No volvió. Pasadas las 20:30–20:53, una pareja encontró a Miriam agonizando en un descampado, con decenas de cuchilladas. Sus últimas palabras —“¡Dejadme, dejadme!”— quedaron grabadas en la memoria de quienes la auxiliaron. Minutos después, murió. 

La autopsia habló con una frialdad insoportable: 89 puñaladas repartidas por todo el cuerpo, muchas por la espalda. No hubo robo. No hubo agresión sexual. Solo un ensañamiento que descolocó a los investigadores desde el primer día, y la estampa de los perros junto al cuerpo. El crimen ocurrió a menos de un kilómetro de su vivienda y muy cerca del centro penitenciario de Alcalá-Meco, en un terreno de fácil huida. 

La Guardia Civil reconstruyó los últimos pasos de Miriam y se aferró a los indicios biológicos y de telefonía. En agosto de 2019, siete meses después, detuvo a Sergio S. M., compañero de piso de Miriam y novio de su amiga Celia. La detención se apoyó en rastros de ADN vinculados a la víctima. La hipótesis: un crimen cercano, sin móvil claro, cometido por alguien que conocía sus rutinas y el paraje. 


Durante el otoño de 2019, Sergio ingresó en prisión provisional. En paralelo, la instrucción recogía notas periciales sobre restos biológicos y fibras; incluso se habló de material hallado bajo una uña de la víctima en fases tempranas de la investigación. Pero nada lograba blindarse ante el estándar probatorio que exige un juicio: la cadena de custodia, las posibles transferencias en la colada de la casa compartida y la ausencia de un relato concluyente debilitaban el caso. 

En diciembre de 2019, el Juzgado de Alcalá de Henares dejó en libertad a Sergio tras cuatro meses entre rejas. Una de las piezas que más pesó: el ADN en ropa fue desestimado por la jueza al admitir la posibilidad de contaminación por lavadora. Ese mismo mes, otro medio apuntaba además a la ausencia de ADN de Miriam en prendas clave del investigado, lo que reforzó la excarcelación. 

A partir de ahí, el caso entró en una zona gris. En 2021 se autorizaron nuevas periciales de trayectoria y ADN; en 2023, tras idas y venidas procesales, la causa quedó archivada provisionalmente por falta de pruebas sólidas contra persona determinada. Sergio dejó de figurar como investigado y anunció que reclamaría responsabilidad patrimonial por daños a su honor tras aquel señalamiento que lo llevó a prisión sin juicio. 


El sexto aniversario, en 2025, trajo movimiento: la Guardia Civil reabrió la investigación con una reconstrucción integral en el escenario del crimen, drones y guías caninos incluidos. Fuentes del cuerpo deslizaron que la nueva línea “descarta al anterior sospechoso” y explora la posible participación de varias personas, en sintonía con el grito en plural que escucharon los testigos. 

La cronología pública dibuja hoy un crimen sin autor. Los datos firmes son pocos pero contundentes: la hora aproximada, el paraje, el número de cuchilladas, la falta de móvil evidente y la no existencia de robo o agresión sexual. Lo demás son líneas de trabajo que han cambiado con los años: del entorno cercano como foco casi exclusivo, a un abanico más amplio que mira a trayectorias, tiempos de huida y perfiles que pudieron pasar desapercibidos la primera vez. 

Para la familia, cada detalle importa: los collares luminosos que Mimi probaba esa noche para los perros; los minutos oscuros entre su salida y el hallazgo; la rapidez con la que los agresores se desvanecieron campo a través. Para los investigadores, el reto es casar esos elementos con evidencia forense reproducible que resista examen en sala: un ADN inequívoco, un testigo situacional o una trazabilidad digital irrefutable. Sin eso, el expediente vuelve al cajón. 

Seis años después, el “crimen de Meco” es una herida abierta para un país que lo sigue recordando por su brutalidad. Y también un espejo incómodo: cuando la ciencia no basta y la certeza procesal no llega, el tiempo se convierte en un enemigo silencioso. La investigación está reactivada, pero la verdad aún no tiene nombre. Hasta que lo tenga, la pregunta seguirá flotando sobre el camino de tierra: ¿quiénes la rodearon, quién apretó el acero y cómo lograron desvanecerse sin dejar rastro? 

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