El aviso movilizó de inmediato a la Guardia Civil y a decenas de vecinos. Se organizaron batidas por tierra, y se peinaron márgenes del pantano de Valdecañas y cauces cercanos. La cronología técnica fijó dos jalones: última visión hacia las 10:00 y apagado del teléfono alrededor de las 13:00. Entre una hora y otra se perdió el rastro.
El dispositivo creció hasta convertirse en uno de los más amplios de la zona: 94 agentes, 250 voluntarios, drones del programa PEGASO, unidades caninas y equipos de montaña rastrearon pistas, fincas y arroyos. También se sondearon balsas y zonas encharcadas sin resultados. Ni bastón, ni prenda, ni huella concluyente.
Conforme pasaban las semanas, la investigación quedó abierta en tres hipótesis: accidente (caída o ahogamiento en áreas de agua), desorientación con desenlace fatal en monte bajo, o intervención de terceros. La ausencia de indicios físicos sostuvo las tres líneas, pero ninguna ha podido confirmarse.
La ficha oficial de desaparición sigue activa en el Centro Nacional de Desaparecidos y en SOS Desaparecidos: 1,55 m de altura, unos 55 kg, cabello castaño corto y ondulado, ojos marrones y complexión delgada. La última vez que fue vista vestía camisa blanca (datos difundidos para facilitar la identificación).
Ni el despliegue inicial ni las revisiones posteriores aportaron un anclaje material: no hubo extracción de ADN en objetos atribuidos a una caída, ni señales de arrastre, ni impactos claros en la vegetación que orientasen una dirección. El territorio —una malla de pistas agrícolas y bordes de agua— complica la persistencia de microindicios al sol y al sereno.
La familia y el pueblo han mantenido la memoria viva. Cada aniversario, Bohonal de Ibor organiza actos de recuerdo y recorridos por el trayecto presunto de Rosalía, reclamando que no se abandone la búsqueda. En mayo de 2025, vecinos y autoridades locales volvieron a caminar por los caminos del primer día con una consigna sencilla: “¿Dónde está Rosalía?”
Medios autonómicos han reconstruido el caso como desaparición sin resolver: salida matinal, llamadas a la familia, móvil apagado, gran despliegue y ninguna evidencia. Cinco años después, los reportajes subrayan lo mismo: no hay indicios para cerrar ninguna hipótesis ni restos que permitan un duelo.
La investigación permanece abierta. Cualquier información verificable —un horario, una matrícula, una cámara privada que aún no se revisó, el recuerdo de un caminante— puede convertirse en pieza de encaje. En desapariciones sin escena, los detalles tardíos a veces son la llave.
Rosalía Cáceres salió a andar en un domingo tranquilo y el paisaje no devolvió nada. Su nombre vive en la voz de sus hijos y en un pueblo que, cada mayo, se repite una promesa: seguir buscando hasta que el monte o el agua respondan. Si estuviste en Bohonal de Ibor aquel 25 de mayo de 2020, incluso un pequeño dato puede ser la diferencia.
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