Asesinato de Cloe en Orihuela Costa: la chica de 15 años, el plan tras la ruptura y la condena máxima a dos adolescentes


Cloe tenía 15 años y esa edad en la que el mundo todavía debería hablar de exámenes, música, amigas y planes de fin de semana. Pero en Orihuela Costa su nombre quedó unido a una noche que partió a una familia entera: una adolescente que acababa de cerrar una relación y que, en cuestión de minutos, pasó de estar viva a convertirse en una ausencia imposible de explicar.

El caso ocurrió en noviembre de 2024, y desde el primer momento se investigó como violencia machista porque el principal acusado era su expareja, también menor. La Guardia Civil lo detuvo pocas horas después, mientras el entorno de la víctima intentaba entender cómo una ruptura —algo tan común a esa edad— podía desatar un final irreversible.

La secuencia que reconstruyeron los investigadores y los medios deja un detalle que duele especialmente: Cloe fue localizada gravemente herida y no sobrevivió a las lesiones. La noticia corrió rápido por la Vega Baja porque no era “una historia lejana”: era una chica del instituto, una menor, alguien que podía haber sido compañera de clase de cualquiera.


En los días posteriores, la justicia actuó con las medidas cautelares previstas en menores. Un juzgado acordó el internamiento en régimen cerrado del principal detenido, inicialmente por seis meses prorrogables, mientras se aseguraba la investigación y se protegía el procedimiento. Ese paso, aunque necesario, nunca se vive como alivio para una familia: solo confirma que lo ocurrido era tan grave como parecía.

Conforme avanzó la instrucción, el caso dejó de ser “un solo chico”. En marzo de 2025, se informó de la investigación de un segundo menor, compañero del entorno escolar, por su presunta participación. La idea de que no fue un acto aislado sino algo compartido, planificado o facilitado por otro, añadió una capa más de horror: cuando la violencia se convierte en “proyecto”, la humanidad se apaga del todo.

La Generalitat Valenciana anunció en marzo de 2025 que ejercería la acción popular en el procedimiento, reforzando el carácter institucional del caso como violencia contra una menor. Ese movimiento reflejaba lo que ya era evidente socialmente: no se trataba solo de castigar, sino de asumir que la protección había fallado en el punto más delicado, el de una adolescente intentando terminar una relación.



En mayo de 2025, la causa sumó un elemento procesal clave: la confesión del exnovio ante el Juzgado de Menores, según contó la Cadena SER. Reconoció haberle quitado la vida a Cloe y habló durante horas, aunque limitó sus respuestas a Fiscalía y defensa. La confesión no devuelve nada, pero fija un hecho doloroso: la verdad estaba dentro de quien más cerca había estado de ella.

Mientras la justicia avanzaba, el pueblo y el entorno no se quedaron quietos. En enero de 2025, se realizó una concentración en el lugar de los hechos, con familiares, vecinos y compañeros reclamando memoria y medidas reales de prevención para la juventud. En ese tipo de actos se entiende algo que las estadísticas no cuentan: que el duelo se vuelve colectivo cuando la víctima era menor, porque nadie acepta con normalidad que la adolescencia termine así.

A finales de 2025 llegó la parte que muchas personas esperaban con rabia contenida: la sentencia. El 16 de diciembre de 2025, un Juzgado de Menores de Alicante impuso a los dos adolescentes la pena máxima prevista: ocho años de internamiento en régimen cerrado y cinco años de libertad vigilada. No es una cifra elegida al azar: es el límite legal para menores por hechos de esta gravedad, y por eso el caso reabrió el debate social sobre qué significa justicia cuando el daño lo causan adolescentes.



La sentencia consideró probado que actuaron tras la ruptura reciente, y que hubo una planificación previa. El relato judicial describe un abordaje en una zona de paso y una agresión que terminó con la vida de la menor, sin necesidad de recrearse en detalles para comprender lo esencial: Cloe intentó vivir su libertad y alguien decidió castigarla por ello.

También se fijó responsabilidad civil. Medios que informaron del fallo señalaron una indemnización para la familia, en torno a 360.000 euros, una cifra que no repara nada pero sí reconoce, en lenguaje legal, el tamaño del daño. Porque cuando una hija pierde la vida, no hay compensación real: lo único que queda es memoria y la obligación social de que su nombre no se borre.

En paralelo, el caso expuso un dato repetido en demasiadas historias: no constaban denuncias previas ni alertas institucionales activas. Eso no significa que no hubiera señales; a veces significa que a los 15 años es más difícil identificar el control como violencia, y más difícil aún pedir ayuda sin miedo a que nadie lo tome en serio. La ausencia de denuncia no es tranquilidad; muchas veces es aislamiento.



Aquí es donde el crimen de Cloe se vuelve espejo: la violencia en parejas adolescentes existe, y puede escalar rápido cuando aparecen celos, vigilancia, exigencia de contraseñas, presión para dejar amistades, insultos “normalizados”, o amenazas disfrazadas de drama romántico. El peligro aumenta especialmente cuando una chica intenta cortar la relación, porque el agresor siente que pierde control y busca imponerlo por la fuerza.

Por eso este caso no debería recordarse solo por el juicio, sino por lo que obliga a enseñar a tiempo. Amor no es control, amor no es miedo, amor no es “si me dejas te vas a arrepentir”. En adolescentes, una señal roja enorme es que la relación te haga sentir pequeña, vigilada, culpable por respirar o por reír con otras personas. Y otra señal definitiva: que te pidan secretos, que te aíslen, que te hagan creer que tu vida solo puede girar alrededor de alguien.

Si eres madre, padre, familiar o docente, hay algo que sí funciona: crear espacios para hablar sin castigo. Preguntar cómo se siente, con quién se relaciona, si alguien la presiona, si tiene miedo de terminar una relación. No se trata de controlar a los menores, sino de darles palabras y rutas de salida: que sepan que pedir ayuda no los mete en problemas, los saca de ellos.



Y si eres adolescente y algo de esto te suena, no tienes que gestionarlo sola ni solo. En España, si hay peligro inmediato, llama al 112. Para violencia contra las mujeres existe el 016 (también WhatsApp 600 000 016). Y si necesitas orientación como menor, ANAR 900 20 20 10 y 116 111 pueden ayudarte. Cloe tenía 15 años: recordarla con respeto también es convertir su historia en una advertencia útil, para que ninguna ruptura vuelva a terminar en silencio.

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