El caso de Félix José Esquerdo: cuatro años de silencio en la sierra de El Campello



La tarde del 3 de octubre de 2020, Félix José Esquerdo Martínez salió de casa en Alicante con una frase que sonaba inofensiva: iba a hacer “una ruta con unos amigos que había conocido por internet”. No hubo más llamadas, ni mensajes, ni movimientos de dinero. Su rastro se cortó entre el asfalto de la N-332 y las pistas secas del interior de El Campello (Alicante). Cuatro años después, en abril de 2024, unos voluntarios encontraban su cuerpo a escasos metros de donde, en su día, apareció su moto. La pesadilla de su madre terminaba… pero el modo en que terminó dejó una cadena de preguntas y una sensación amarga: ¿cómo pudo estar allí tanto tiempo sin que nadie lo viera? 

Félix tenía 34 años cuando desapareció. Vivía con su madre, Isabel Martínez, y trabajaba como auxiliar de farmacia en una botica de Benidorm.   Quienes le conocían lo describen como un chico tranquilo, muy pegado a su familia, amante de las motos y de las rutas por la montaña, sin antecedentes de desapariciones previas ni de conductas de riesgo graves. No era el perfil del viajero que se marcha sin avisar: su mundo era su casa, su trabajo, su círculo cercano y esas escapadas de fin de semana que tanto le gustaban.

El 3 de octubre de 2020 salió en su moto tras despedirse de su madre. Según ella misma ha contado en varias entrevistas, le dijo que había quedado con un grupo de gente conocido a través de internet para hacer una ruta por la zona norte de El Campello, hacia la Serra Grossa y el interior.   Después de cruzar la puerta, nada. No contestó al teléfono, no volvió a conectar sus redes, no regresó a dormir. La denuncia por desaparición se interpuso enseguida y su sonrisa empezó a circular en los carteles de SOS Desaparecidos y en medios locales.


Pocos días después llegó la primera “pista”: el 7–8 de octubre, la Guardia Civil localizó la moto de Félix a unos 15 kilómetros de su casa, escondida entre árboles en una zona de monte del Barranc d’Aigües, junto a la carretera N-332, muy cerca del complejo de Pueblo Acantilado, en el término municipal de El Campello.   El hallazgo parecía clave: si la moto estaba allí, era lógico pensar que Félix no debía de andar muy lejos. Pero en las batidas iniciales no se encontró ni su casco, ni su mochila, ni un solo rastro que indicara hacia dónde había ido al bajar del vehículo.

Durante los meses y años siguientes, la investigación quedó en manos de la Policía Nacional, con dispositivos puntuales de búsqueda en la zona donde apareció la moto.   Hubo batidas, revisiones de sendas, búsquedas con perros y comprobaciones de cámaras y gestiones bancarias. Nada dio resultado. Los informes oficiales repetían una misma idea: no se localizaba indicio alguno de criminalidad ni de la presencia actual de Félix. Para la familia, en cambio, la sensación era otra: que la zona no se estaba rastreando con la profundidad y los medios que el caso merecía.

Con los meses, la ficha de Félix José Esquerdo se sumó a la larga lista de desaparecidos de larga duración en España, pero su madre se negó a dejar que el caso se enfriara. Isabel habló en radios, en periódicos y en programas especializados, participó en espacios como R5 Diarios de Ausencia y buscó ayuda en asociaciones de familiares.   Repetía siempre lo mismo: su hijo no era un chico que se marchara sin avisar, y no podía aceptar que todo se redujera a un “se fue por voluntad propia y ya está”. La incertidumbre, decía, era una forma de tortura diaria.


A finales de 2023 y principios de 2024, la lucha de Isabel conectó con nuevas fuerzas. Contactó con la Plataforma Adonay, con Guardias Civiles Solidarios y con la Federación Andaluza de Detección Deportiva (FADD), grupos de voluntarios y profesionales que organizan búsquedas técnicas de desaparecidos en zonas de difícil acceso.   Junto a ellos, y con apoyo del Ayuntamiento de El Campello, se planificó un gran dispositivo de rastreo para un fin de semana de abril: drones, perros, detectores de metales, bomberos, montañeros y familiares trabajarían juntos en unas 140 hectáreas de terreno escarpado alrededor del punto donde se había encontrado la moto cuatro años antes. 

La cita fue el sábado 20 de abril de 2024. A las nueve de la mañana, decenas de personas estaban ya desplegadas en el Barranc d’Aigües, cada grupo con su cuadrícula de búsqueda. Ni siquiera hubo tiempo de montar el campamento de apoyo previsto: antes del mediodía, uno de los equipos localizó, entre matorrales, un saco de dormir con restos humanos en su interior, a muy pocos metros del lugar donde cuatro años antes se había hallado la moto de Félix.   El cuerpo estaba en un estado de degradación avanzado, pero conservaba la ropa con la que desapareció, y cerca del saco se encontraron también objetos compatibles con sus pertenencias.

La escena fue devastadora para la familia: la propia Isabel estaba allí, participando en la batida, cuando se dio la voz de aviso. Cruz Roja tuvo que activar apoyo psicológico para atenderla en el mismo barranco.   Pocos días después, las pruebas de ADN confirmaron lo que todos temían: aquellos restos correspondían a Félix José Esquerdo Martínez. La madre pudo, por fin, recuperar a su hijo… al tiempo que descubría algo que la dejó en shock: el lugar exacto en el que había estado todo este tiempo se encontraba a apenas 100–200 metros de donde la moto fue localizada en 2020. 


En torno al cuerpo se halló, además, un blíster de pastillas y otros indicios que han llevado a los investigadores a barajar la posibilidad de una muerte autoinfligida en aquel mismo lugar, poco después de su desaparición.   Según fuentes citadas por medios especializados, esa hipótesis llevaba años sobre la mesa de forma discreta: un joven solo, en un saco de dormir, sin signos evidentes de intervención de terceros en los restos óseos. A día de hoy, y a la espera de los informes definitivos, no se ha hecho pública ninguna imputación ni se habla de indicios claros de delito por parte de otras personas.

Pero incluso admitiendo esa posibilidad, hay algo que la familia no consigue digerir: ¿cómo es posible que fueran unos voluntarios quienes encontraran el cuerpo en menos de una hora en una zona que ya se había “revisado” cuatro años antes?. Isabel ha denunciado en prensa “irregularidades” y falta de rigor en las primeras búsquedas, y medios como elcierredigital.com o Spy Investigación recogen su sensación de haber recibido poca empatía y pocos medios por parte de las autoridades en los primeros años.   Para ella, saber que su hijo llevaba cuatro años tan cerca de donde cada día pasaba la gente sin verlo es una herida que se suma a la pérdida.

Tras el hallazgo, la historia de Félix ha seguido viva en reportajes y programas dedicados a desapariciones. Televisiones nacionales como Antena 3, laSexta o Telecinco han contado el caso, y la autonómica valenciana À Punt lo ha abordado en su espacio A punt et busca, con la propia Isabel en plató explicando su lucha y su proceso íntimo para intentar cerrar el duelo.   Ella, a su vez, se ha convertido en socia colaboradora de la plataforma Adonay, para ayudar a otras familias que están donde ella estuvo: sin cuerpo, sin respuestas, sin saber qué hacer para mover un expediente que parece olvidado. 


A día de hoy, el caso de Félix José Esquerdo se mueve en un equilibrio incómodo. Por un lado, el hallazgo de sus restos y la ausencia, hasta donde se sabe, de signos claros de violencia ajena apuntarían a una muerte sin participación de terceros, una tragedia íntima en mitad de la sierra. Por otro, quedan demasiadas incógnitas sin resolver: ¿llegó a quedar realmente con esos “amigos de internet” de los que habló a su madre? ¿Por qué dejó escondida la moto entre los árboles? ¿Pudo pasar algo en esa ruta que nunca se llegó a aclarar? Ninguna de esas preguntas tiene hoy respuesta pública.

Más allá de hipótesis, lo que sí deja este caso es un espejo muy duro sobre cómo se gestionan algunas desapariciones de adultos en España. Un chico que sale de casa, una moto encontrada en un barranco, búsquedas oficiales que no dan fruto y, al cabo de cuatro años, un grupo de voluntarios que localiza el cuerpo a unos metros del único rastro conocido. En medio de todo, una madre que ha tenido que aprender, como tantas otras, a convertirse en portavoz, en investigadora y en activista para que el nombre de su hijo no se pierda en la estadística.


Recordar hoy la historia de Félix José Esquerdo Martínez es una forma de devolverle algo de lo que se le arrebató: humanidad. No es solo “un desaparecido de 2020” ni “un cadáver hallado en un saco de dormir”, sino un auxiliar de farmacia, un hijo, un amigo que montó en su moto una tarde de octubre y no volvió. Contarla también es una forma de insistir en lo que su madre lleva años gritando en silencio: que ningún expediente, por mucho tiempo que pase, debería quedar olvidado en un cajón mientras, ahí fuera, en algún barranco o en alguna cuneta, una familia sigue esperando una verdad que le permita, al menos, empezar a despedirse.

Leer más

Publicar un comentario

0 Comentarios