La desaparición de Rosalía Cáceres: el paseo que se tragó Bohonal de Ibor


La mañana del 25 de mayo de 2020, cuando España todavía vivía bajo la sombra del primer estado de alarma, Rosalía Cáceres Gómez, 74 años, salió a caminar por los alrededores de Bohonal de Ibor (Cáceres). Era algo que hacía a menudo: un paseo temprano por los caminos cercanos al pueblo donde había decidido pasar el confinamiento, lejos de Madrid, su lugar de residencia habitual. Ese día, el paisaje era el mismo de siempre; lo que cambió fue que Rosalía nunca volvió a casa. Desde entonces, su nombre quedó atrapado en una fecha y en una pregunta: ¿qué le pasó realmente a Rosalía? 

Rosalía, “Rosa” para los vecinos, había regresado a Bohonal antes de que se decretara el estado de alarma. En lugar de quedarse en Madrid, eligió la tranquilidad del pueblo de origen, rodeada de naturaleza y de gente que la conocía de toda la vida. No era una mujer conflictiva ni tenía problemas conocidos con nadie, según remarcan una y otra vez sus familiares; disfrutaba de sus paseos, de las llamadas con sus hijos y del ritmo lento de la vida rural. Por eso, cuando se perdió su rastro, nadie en Bohonal se creyó que simplemente hubiera decidido irse sin avisar. 

Aquel 25 de mayo, sobre las 8:00 de la mañana, Rosalía salió a caminar por los caminos de siempre, pistas de tierra y sendas que rodean el casco urbano y miran hacia el embalse de Valdecañas. Mientras andaba, mantuvo contacto telefónico con un hijo y con una prima; se sabe que llegó a comentar por dónde iba. Poco después, su teléfono dejó de responder. Ni llamadas, ni mensajes. Cuando llegó la hora en la que debería haber vuelto a casa y no apareció, el paseo dejó de ser rutina para convertirse en alarma. 


Ese mismo día se activó un dispositivo de búsqueda enorme. La Guardia Civil, Protección Civil y centenares de vecinos se lanzaron al campo, peinando cunetas, olivares, jarales y arroyos. Durante las primeras jornadas organizaron turnos cada hora, con relevos también de noche. El caso pronto dejó de ser solo un asunto de pueblo: medios regionales y nacionales comenzaron a hablar de “la misteriosa desaparición de Rosalía Cáceres en Bohonal de Ibor”. Aun así, tras días de esfuerzo, el saldo fue desolador: ni rastro de la caminante desaparecida. 

La búsqueda no se quedó en los caminos. Con el paso de las semanas, se rastrearon tierra, agua y aire: equipos de montaña, perros especializados, embarcaciones y buzos registraron zonas del entorno, incluida la cola del embalse de Valdecañas y cauces próximos. Más tarde se incorporaron drones del Equipo Pegaso para revisar desde el cielo áreas de difícil acceso. Aun así, y pese a repetir batidas en distintas épocas del año, el resultado ha sido siempre el mismo: ningún objeto, ninguna prenda, ninguna señal física que permita decir “Rosalía estuvo aquí después de desaparecer”. 

Mientras el terreno se repasaba una y otra vez, los investigadores trabajaban sobre otra pista: las antenas de telefonía. Sabían que Rosalía había hablado con su hijo y su prima ya en campo abierto, y que el móvil dejó de contestar poco después. Esos últimos enganches a las celdas de la zona permitieron acotar un perímetro, un sector de caminos y vaguadas que se ha convertido en el epicentro del misterio. En septiembre de 2023, la Guardia Civil llevó a cabo una nueva búsqueda “más minuciosa y con medios técnicos” precisamente en ese entorno, de nuevo sin hallazgos relevantes. 


Con el paso del tiempo, la ausencia de pistas físicas ha ido pesando tanto como la ausencia de Rosalía. En noviembre de 2022, el podcast Desaparecidos, de Canal Sur, titulaba uno de sus episodios: “La incertidumbre está matando a la familia de Rosalía Cáceres”. Su yerno y portavoz, Salvador Serrano, explicaba el desgaste de vivir años sin una respuesta clara: ni un cuerpo, ni una señal de vida, ni una explicación convincente de cómo una mujer acostumbrada a esos caminos pudo “desvanecerse” en pleno día, a pocos kilómetros del pueblo, sin que nadie viera nada. 

Esa es precisamente una de las claves que más repite la familia: Rosalía conocía el terreno, caminaba casi siempre por las mismas rutas y no solía arriesgarse en zonas complicadas. El día de su desaparición no había tormenta súbita ni fenómenos extremos que justificaran una caída fortuita en un barranco oculto. Por eso, desde muy pronto, sus allegados empezaron a temer que no estuvieran ante un simple extravío, sino ante algo más: la posible intervención de terceras personas. En entrevistas y concentraciones, han hablado de la “sensación de que alguien sabe algo y calla”, aunque hasta hoy no hay ninguna persona investigada formalmente por estos hechos. 

Mientras la investigación oficial avanzaba lenta, el pueblo decidió no olvidar. Cada 25 de mayo, Bohonal de Ibor se llena de carteles con la foto de Rosalía y de lazos verdes. Se organizan marchas que recorren el mismo camino que se supone que hizo aquella mañana, y las concentraciones en la plaza de España repiten un lema que lleva años instalado en la fachada del ayuntamiento: “Rosalía, sin ti no descansamos”. En 2024 se cumplieron cuatro años; en 2025, ya son cinco, y el pueblo sigue saliendo a la calle para decir en voz alta que no quiere que el caso se enfríe en un cajón. 


En la concentración del quinto aniversario, la familia dio un paso más: pidió públicamente que el caso pasara a manos de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil, la misma que logró desbloquear la desaparición de Manuela Chavero en Monesterio después de años de estancamiento. Argumentan que un equipo nuevo, con medios especializados y otra mirada, podría revisar desde cero todos los datos, los testimonios, los análisis de telefonía y las batidas previas, buscando aquello que quizá se escapó en los primeros meses. No se trata de desacreditar a los agentes que han trabajado hasta ahora, dicen, sino de dar al expediente el “empuje extra” que podría marcar la diferencia. 

Paralelamente, el caso de Rosalía ha llegado a programas de televisión y radio dedicados a personas desaparecidas, así como a espacios de true crime donde se analizan desapariciones en Extremadura junto a la de Francisca Cadenas. En todos ellos se repite el mismo patrón: una mujer de vida sencilla, sin enemigos conocidos, que se evapora en un entorno rural donde “se sabe todo de todos” y donde, precisamente por eso, el silencio resulta aún más inquietante. Cada entrevista con Salvador o con otros familiares se convierte en un recordatorio de que detrás de las fichas de SOS Desaparecidos hay familias que no viven, sino que sobreviven al “no saber”. 

A día de hoy, la ficha de Rosalía Cáceres Gómez sigue activa en los listados de personas desaparecidas: 74 años en el momento de la desaparición, vecina de Madrid, desaparecida el 25-05-2020 en Bohonal de Ibor, “salió a dar un paseo por caminos próximos”. No hay actualización que anuncie hallazgos, ni cambio de estatus. La Guardia Civil insiste en que la investigación continúa “según procedimiento y protocolo establecido”, con análisis de la información que aún pueda llegar. Pero, sobre el papel, estamos ante una de esas desapariciones que se convierten en una especie de eco permanente: un expediente abierto, sin respuestas claras, que se hace más pesado con cada aniversario. 


El caso Rosalía Cáceres habla de muchas cosas a la vez. Del miedo a que alguien querido se esfume en un trayecto corto, sin testigos y sin rastro. De la fragilidad de quienes caminan solos en entornos donde el monte y el agua pueden ocultar huellas… pero también de la posibilidad, siempre incómoda, de que la explicación no esté en la naturaleza, sino en las personas. Y, sobre todo, habla de la vida en pausa de una familia que lleva más de cinco años mirando el mismo camino, escuchando el mismo silencio en el teléfono y repitiendo la misma frase: “Necesitamos saber qué pasó”.

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