La historia de Pilar y Dolores Vázquez, las llamadas gemelas de Sabadell, parece escrita para una pesadilla: dos hermanas idénticas, una relación de pareja rota a golpes y un plan que se fue cocinando en mensajes de voz hasta convertirse, la noche del 9 al 10 de julio de 2021, en la muerte de Pedro Fernández, novio de una de ellas. El caso, conocido ya como el crimen de las gemelas Vázquez, sigue hoy resonando en los tribunales y en la memoria colectiva, no solo por la frialdad del ataque, sino por la sensación de que el mal se organizó casi como si fuera una tarea más del día a día.
Pilar y Dolores, nacidas en 1984, vivían en Sabadell (Barcelona), cada una con su propia pareja, pero con una relación entre ellas muy intensa. Dolores mantenía una relación sentimental con Pedro, un hombre de unos 50 años; Pilar convivía con Isaac Gil, más joven, que acabaría siendo señalado como autor material de la agresión. Para el entorno, la dinámica entre todos era compleja, con discusiones, celos y una sensación de conflicto permanente. Con el tiempo, las hermanas empezaron a hablar de Pedro no como un compañero de vida, sino como un problema a eliminar.
En el centro del relato aparece un elemento clave: los supuestos malos tratos que Dolores habría sufrido por parte de Pedro. Ella se los contaba a su hermana, Pilar, y la angustia que transmitía queda recogida en llamadas al 112 donde pedía ayuda y luego restaba importancia a lo ocurrido. Ningún juzgado llegó a dictar medidas de protección; no hubo condenas ni procedimientos penales firmes contra él. Años después, en el juicio, el jurado dejó claro que esos presuntos episodios no estaban probados, pero la defensa de las gemelas los utilizaría como telón de fondo para intentar explicar —que no justificar— lo que vino después.
Mientras tanto, la realidad se iba torciendo en silencio, en la pantalla del móvil. Los Mossos d’Esquadra intervinieron después los teléfonos de las hermanas y de Isaac, y ahí aparecieron los mensajes de voz que acabarían siendo la columna vertebral del caso. En uno de ellos, dos días antes del crimen, Pilar le decía con aparente naturalidad a su pareja: habían estado hablando de “cómo conseguir cierto producto para dormirlo y luego… eso”, y que “de este viernes no quiere que pase ya”. Remataba el audio con un plan logístico: “Yo me pido el día personal”. No eran desahogos abstractos: estaban fijando fecha y método.
La noche del 9 de julio de 2021, Pedro acudió al piso de Dolores, en Sabadell, invitado a dormir allí. Según declaró el jurado probado, mientras él descansaba, Pilar e Isaac entraron en la vivienda, Isaac armado con una barra metálica. Lo que pasó a continuación fue descrito en la sentencia con palabras sobrias pero duras: un ataque súbito a una persona que estaba dormida, que no pudo prepararse ni defenderse. Cuando Pedro intentó escapar, la agresión se trasladó al pasillo y luego a la escalera de la finca.
Los vecinos fueron testigos involuntarios de la pesadilla. Escucharon golpes, voces, movimiento en plena madrugada. Uno de ellos llegó a grabar, a través de la mirilla, parte de lo que ocurría en el rellano: el cuerpo de Pedro en el suelo, Isaac moviéndolo, las gemelas con una fregona, intentando borrar a toda prisa las manchas visibles. El vídeo, que más tarde se haría público en medios, se convirtió en una de las imágenes más estremecedoras del caso: no mostraba solo la violencia previa, sino la frialdad de limpiar la escena con el cuerpo todavía allí.
Cuando llegaron los Mossos d’Esquadra, alertados por esos vecinos, se encontraron el cuerpo de Pedro ya dentro del piso, envuelto en una manta. El rellano aún conservaba restos que la limpieza exprés no había logrado borrar del todo. La autopsia determinó que la víctima había recibido al menos doce golpes muy fuertes en la cabeza y la cara con la barra metálica, y que eso le causó la muerte. Los investigadores no tardaron en reconstruir el recorrido de la agresión y cruzarlo con los mensajes previos: la planificación previa en WhatsApp se ajustaba, punto por punto, a lo que había sucedido aquella noche.
El caso llegó a juicio con jurado popular en la Audiencia de Barcelona en octubre de 2023. La Fiscalía pidió 24 años de prisión para Isaac y Pilar, y algo más para Dolores por el agravante de parentesco: Pedro era su pareja. Las defensas intentaron centrar el relato en la supuesta situación de maltrato, presentando a las gemelas como mujeres atenazadas por el miedo, especialmente Dolores, que alegó haber permanecido “paralizada por el pánico”. Isaac, por su parte, admitió los golpes, pero intentó encuadrarlos en un contexto de discusión y pérdida de control, no de plan frío y deliberado.
El jurado no vio improvisación, sino premeditación. En su veredicto, consideró probado que los tres acusados trazaron un plan para acabar con la vida de Pedro mientras dormía, que actuaron de forma sorpresiva y que intentaron borrar después todos los rastros posibles. El juez impuso, en octubre de 2023, 20 años de prisión para Dolores, 16 años para Pilar y 17 para Isaac, como autor material de la agresión, todos ellos por un delito de asesinato con alevosía, pero sin apreciar ensañamiento. Además, les impuso libertad vigilada tras la condena, prohibición de acercarse a la hija de la víctima y el pago de 200.000 euros de indemnización a la familia de Pedro.
Lejos de cerrar el caso, la sentencia abrió otra fase: la de los recursos. En febrero de 2024, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) celebró la vista de apelación. La acusación particular —en nombre de la familia de Pedro— y la Fiscalía pidieron subir la pena hasta 25 años de prisión para cada uno, alegando la “brutalidad” y el “salvajismo” innecesarios del ataque, y cuestionando que el tribunal hubiera tenido en cuenta, a su favor, la idea de unos posibles malos tratos que el propio jurado no dio por probados. “La víctima no era ningún maltratador, era una buena persona”, remarcó el abogado de la familia.
Por su parte, la defensa de Dolores recurrió la sentencia pidiendo incluso la nulidad del juicio o su absolución. Argumentó que la relación con Pedro era intermitente, discutió el agravante de parentesco y sostuvo que la gemela estaba “en plena ofuscación” por creer que su hermana sufría violencia, aunque los tribunales insisten en que, incluso si hubiese habido conflictos en la pareja, eso no puede convertirse en coartada ni rebaja moral para un ataque organizado entre tres adultos contra un hombre dormido. Hasta hoy, a la espera de resolución firme del TSJC, las gemelas siguen proclamando su inocencia y presentándose como víctimas de “un error judicial”, algo que muchos comparan —a su manera y con matices muy discutibles— con el caso Wanninkhof.
El eco mediático del caso Pilar y Dolores Vázquez ha sido enorme. Programas de televisión, podcasts y reportajes han diseccionado durante meses los audios, los vídeos de la escalera, las declaraciones cruzadas, hasta convertir a las hermanas en personajes casi de ficción: “las gemelas del crimen de Sabadell”. Ese apodo, sin embargo, corre el riesgo de ocultar algo básico: al otro lado hay una víctima con nombre y apellidos, Pedro Fernández, y una familia que ha tenido que ver cómo los detalles más íntimos de su vida se convierten en materia de debate, mientras vuelven una y otra vez a esa madrugada en la que su hijo, su padre, su amigo, trató desesperadamente de huir por una escalera que se convirtió en trampa.
Mirado con distancia, el crimen de las gemelas Vázquez habla de muchas cosas a la vez: de cómo una narrativa de “supuesto maltrato” puede usarse como combustible para un plan letal; de cómo las conversaciones de WhatsApp, que parecen banales, pueden revelar la anatomía de una decisión terrible; y de cómo el mal no siempre llega con desconocidos en un callejón, sino de la mano de quienes comparten mesa, sofá y cama. .
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