Milena Sánchez Castro tenía 20 años, era española de origen cubano, vivía en Alcalá de Henares y llevaba poco tiempo moviéndose en el mundo de los “sugar daddies”. El 28 de noviembre de 2022, la Policía Nacional encontró su cuerpo sin vida, con golpes y signos de una muerte violenta, en una habitación cerrada con candado en un piso de la calle Fray Luis de León, en pleno centro de Madrid. En la habitación de al lado, unos días antes, había aparecido ahorcado un hombre de 53 años, su cliente habitual. Desde entonces, el caso de Milena Sánchez Castro es una mezcla de versión oficial, dudas familiares y una madre que asegura haber destapado una trama que capta chicas jóvenes en redes.
Antes de convertirse en un titular, Milena era una chica muy querida en su entorno. Había pasado parte de su vida en Guadalajara, y en los últimos meses se había independizado para vivir con su novio en Alcalá de Henares. Sus amigos y familiares la describen como alegre, coqueta, muy presente en redes sociales, con ganas de tener una vida mejor que la que había conocido. Esa búsqueda de independencia económica y de “vida de lujo” es, según su madre y su abogada, la puerta por la que acabó entrando en un mundo que no era el suyo: el de las acompañantes de pago para hombres mucho mayores.
En chats, agendas y notas de su móvil, los investigadores encontraron un universo codificado: clientes marcados como “SD” (sugar daddies), citas en hoteles y pisos de alto nivel, y, dentro de ese nicho, un segmento todavía más oscuro: hombres que pagaban por prácticas íntimas de riesgo, donde la violencia y la humillación formaban parte del paquete. La investigación policial, y más tarde varios programas de true crime, concluyeron que Milena estaba siendo explotada, que no gestionaba sola su agenda y que había personas que se quedaban con parte del dinero que generaba su trabajo como acompañante.
El 22 de noviembre de 2022, Milena salió de su casa en Alcalá rumbo al centro de Madrid. SOS Desaparecidos situó su último rastro aquella mañana en la Puerta del Sol, desde donde se desplazó hacia la zona de Jacinto Benavente y Tirso de Molina para encontrarse con uno de sus clientes fijos. Ese hombre era Alfonso F.B.A., de 53 años, informático, separado, con un piso en la calle Fray Luis de León 7. Según la reconstrucción policial, tomaron algo por el centro y luego subieron a la vivienda de él, donde Alfonso tenía una habitación preparada para prácticas sexuales muy concretas: atar a las chicas, limitarles la respiración y simular escenas extremas.
A partir de ese momento, el silencio. Milena no volvió a casa, dejó de responder al móvil y desapareció de las redes. Su pareja sentimental denunció la desaparición al día siguiente en la comisaría de Alcalá de Henares. El 25 de noviembre, SOS Desaparecidos difundió su ficha: 1,50 de estatura, delgada, pelirroja con extensiones y ojos marrones claros, vecina de Alcalá, vista por última vez al desplazarse a Madrid. La familia, desesperada, comenzó a pedir colaboración ciudadana: para ellos era impensable que Milena se hubiera ido sin avisar, dejando atrás a su madre, a su hermana y a su novio.
Lo que la familia no sabía es que, en paralelo, la Policía ya había entrado en la escena clave del caso. El 24 de noviembre, una mujer avisó de que Alfonso no contestaba: los agentes encontraron al hombre ahorcado en el baño de su piso de Fray Luis de León. Todo apuntaba a un suicidio. Registraron la vivienda de forma superficial, se llevaron el cuerpo y cerraron la puerta. Nadie vio –o nadie supo interpretar– que en una de las habitaciones, cerrada con candado, yacía Milena. Incluso se ha contado que una persona llegó a verla envuelta en telas y pensó que era una figura decorativa, una especie de maniquí sin vida.
El giro llegó el 28 de noviembre de 2022. Siguiendo el rastro del teléfono de Milena y cruzándolo con los datos de su agenda de clientes, los investigadores volvieron a aquel piso de Arganzuela, esta vez con otra mirada. Vieron una habitación cerrada con candado, la forzaron y allí la encontraron: Milena estaba en el suelo, parcialmente cubierta, con múltiples golpes y señales de una agresión extrema. Habían pasado varios días. Ese cuarto había estado “conviviendo” con el suicidio de Alfonso, con la entrada de policías, con toda una escena ya contaminada por el paso del tiempo.
La inspección de la habitación añadió otro ingrediente inquietante. Bajo luz ultravioleta, los agentes localizaron, escrita en la pared, la expresión “Helter Skelter”, el mismo lema que los seguidores de Charles Manson dejaron en una de sus matanzas en 1969. Para la Policía, esa referencia encajaba con el perfil de un cliente obsesionado con prácticas sexuales extremas y con ciertas fantasías de dominación; para la familia, abría la puerta a la idea de un posible ambiente de ritual, de grupo o de algo que iba más allá de un encuentro privado entre dos personas.
La autopsia de Milena concluyó que había muerto por asfixia en un contexto de relaciones íntimas y que presentaba numerosos traumatismos. La investigación oficial ligó su muerte a una práctica erótica de alto riesgo en la que se juega con la respiración de la otra persona. Según el auto de la jueza del Juzgado de Instrucción 44 de Madrid, Alfonso, su “sugar daddy”, la dejó sin aire durante ese juego, cruzó un límite que no supo controlar y la mató. Después, habría ocultado el cuerpo en la habitación cerrada, salido de la casa y, días más tarde, se habría quitado la vida.
En febrero de 2023, la magistrada dejó prácticamente escrita la versión oficial: Milena murió el 22 de noviembre de 2022, en ese piso, a solas con Alfonso, y por un proceso asfíctico ligado a una relación sexual; no veía “el más mínimo indicio” de la intervención de nadie más. Anunció su intención de archivar la causa una vez recibidos los últimos informes forenses, levantó el precinto del piso y rechazó nuevas diligencias pedidas por la familia, como identificar a posibles terceros o ampliar las pruebas en la vivienda. En términos judiciales, el caso quedaba a un paso de cerrarse como muerte violenta con autor fallecido.
Pero para la madre de Milena, y para la criminóloga y abogada Carmen Balfagón, la historia no encaja. Ellas hablan de una trama que capta chicas jóvenes en Instagram y otras redes, las viste de “mundo de lujo” y luego las explota en circuitos donde algunos hombres pagan por ejercer violencia sobre mujeres muy jóvenes. Sostienen que Milena “no se prostituía, la prostituían”, que alguien manejaba su agenda, que filtraba los clientes y que se quedaba con parte del dinero. También subrayan detalles inquietantes: que otra escort estuvo en el piso después de la muerte de Milena sin que nadie viera el cuerpo, que el tiempo exacto de la muerte no está tan claro, que la inscripción en la pared sugiere un ambiente de grupo y no solo de cliente individual.
El despacho B&CH, junto a una agencia de detectives privados, asegura haber reunido indicios que matizan o contradicen la versión oficial: rastros de explotación, movimientos de dinero, contactos que ofrecen chicas para prácticas extremas. Su objetivo declarado es doble: por un lado, que no se cierre el caso como una especie de “accidente” íntimo con mala suerte; por otro, que se reconozca a Milena como víctima de violencia contra las mujeres en contexto de explotación sexual, no como una simple “escort” que asumió riesgos voluntariamente. La jueza, de momento, se ha mantenido en su posición, pero la familia continúa recurriendo cada decisión para que se sigan abriendo puertas.
El caso Milena Sánchez Castro ha encendido un debate incómodo sobre los llamados sugar daddies y el mercado de prácticas violentas. Programas como Territorio Negro y Crímenes Ibéricos han recordado que detrás de la imagen “glamurosa” que a veces se vende en redes —viajes, cenas caras, regalos— puede esconderse un circuito donde ciertas chicas son tratadas como material de usar y tirar, y donde la línea entre deseo y agresión desaparece. En ese contexto, la palabra “Helter Skelter” brillando en una pared madrileña no es solo una referencia pop: es la firma simbólica de un mundo que coquetea con la crueldad.
A día de hoy, con la vía penal prácticamente agotada y el presunto responsable muerto, la batalla se libra en otro terreno: el de la memoria y el relato. La madre de Milena recorre platós y entrevistas recordando que su hija tenía 20 años y “cara de niña”, que entró en ese circuito engañada, que hubo adultos que se beneficiaron de su vulnerabilidad. Pide que se siga investigando la posible red de captación y explotación, que no se levante la mano sobre quienes la introdujeron en ese mundo y que el nombre de su hija no quede reducido a “la escort de Helter Skelter”.
Contar hoy el caso de Milena Sánchez Castro con las palabras sensibles suavizadas no significa bajar el volumen de lo que le pasó; significa negarse al morbo fácil y mirar al fondo: una chica de 20 años que quiso ganar dinero rápido y acabó perdida en un entorno de adultos dispuestos a todo; un cliente con poder, una habitación cerrada, una frase en la pared y una investigación que, para la justicia, ya está casi escrita… pero que, para su familia, sigue llena de sombras. Mientras no se aclaren todas las incógnitas, repetir su nombre —Milena Sánchez Castro— es una forma de decir que no era una muñeca, ni un personaje de una historia oscura: era una vida real, arrancada demasiado pronto, en un piso de Madrid donde todavía resuenan preguntas que nadie ha querido responder del todo.
0 Comentarios