El caso de Mónica de la Llana: desaparición en La Morera de Montsant, sospechas sobre su pareja y una familia atrapada en la incertidumbre



El 21 de julio de 2022, en La Morera de Montsant, un pequeño pueblo del Priorat (Tarragona), el nombre de Mónica de la Llana García, 44 años, quedó congelado en un vacío inquietante. Ese día dejó de contestar al móvil, no apareció a una comida con una amiga en Reus, no volvió a su casa y, desde entonces, nadie de su entorno la ha vuelto a ver. Tres años después, su cuerpo sigue sin aparecer, pero la investigación señala de forma cada vez más directa a su pareja de entonces, Carlos M., hoy en prisión preventiva, acusado de haberle hecho daño mortal y de haber ocultado lo que ocurrió. 

Antes de convertirse en un caso mediático, Mónica era “la Vasca”: una mujer de origen vasco, madre de un hijo ya adulto, trabajadora de hostelería, alegre, muy sociable y con carácter. Vivía entre Reus y Valls, encadenando trabajos como camarera, y era conocida por su pelo largo y negro, sus ojos verdes y su complexión delgada, tal y como refleja el cartel de SOS Desaparecidos: 1,70 m, unos 58 kg, pequeña cicatriz en el labio inferior y, detalle importante, necesidad de medicación por problemas cardíacos y de asma. 

Meses antes de desaparecer, Mónica había decidido “subir a la montaña” para empezar de cero. Se fue a La Morera de Montsant para vivir con un hombre al que conocía desde hacía poco tiempo —entre seis y ocho meses—, Carlos, vecino del pueblo. Lo que empezó como una ilusión rápida se convirtió pronto en una relación tóxica, con discusiones constantes, control, humillaciones y episodios de violencia física y psicológica que ella misma empezó a dejar por escrito… y en audio. En junio de 2022 grabó con su móvil un episodio de agresión en la cocina y envió el audio a un amigo con un mensaje escalofriante: “Ni una, nunca más. Si me pasa algo, este audio se lo mandas a la Policía”. 


La noche previa a su desaparición fue todo menos tranquila. Testigos de Cornudella de Montsant recuerdan una discusión muy fuerte entre Mónica y su pareja en un bar del pueblo. Según relató después su hermana, fue una bronca “que vio todo el mundo”, otro capítulo más de una relación en la que él ya le había llegado a decir frases como “te voy a enterrar” o “te vas a acordar de mí”, amenazándola si contaba que la maltrataba. Aun así, Mónica seguía haciendo planes: había quedado para comer con una amiga en Reus, quería contarle lo que estaba viviendo y salir de aquel círculo de miedo. 

La mañana del 21 de julio de 2022 es la línea roja del calendario. Ese día, Mónica tenía previsto ir a Reus: comer con una amiga, ver a otras personas y, en teoría, acudir también a temas de trabajo. La versión de Carlos fue que, sobre el mediodía, la llevó en coche hasta la parada de autobús de Cornudella de Montsant y la dejó allí para que cogiera un bus rumbo a Reus. Desde entonces, dijo, no volvió a saber de ella, aseguró que intentó llamarla sin éxito y que pensó que se habría marchado por su cuenta. Sin embargo, cuando los investigadores hablaron con el conductor del autobús, este declaró que no recordaba a ninguna mujer con esas características ese día. La amiga en Reus, por su parte, esperó… y Mónica nunca llegó. 

Al principio, nadie saltó enseguida a la alarma máxima. Mónica era independiente, tenía épocas de ir muy a su aire y a veces podía pasar varios días sin dar señales. Pero pronto empezaron a aparecer detalles que no cuadraban: no contestó a las llamadas de su madre cuando la mujer iba a ser operada, no reclamó su medicación en ninguna farmacia, no hubo movimientos bancarios, no publicó nada en redes sociales y, sobre todo, no llamó a su hijo ni apareció el 13 de septiembre, fecha en la que madre e hijo cumplen años el mismo día. Para su familia, aquello fue definitivo: si Mónica no llamaba el día del cumpleaños de su hijo, algo muy grave estaba pasando. 


La denuncia por desaparición activó a los Mossos d’Esquadra y a asociaciones como SOS Desaparecidos, que difundieron el caso a nivel estatal. La investigación pasó por varias unidades hasta quedar, en 2023, en manos de la Policía Judicial de Sabadell, que decidió empezar de cero: citar de nuevo a los testigos, revisar trayectorias, reconstruir cronología y, sobre todo, analizar las señales de los teléfonos móviles. Esa revisión fue clave: el dispositivo de Mónica nunca salió de La Morera de Montsant, pese a la versión de que había viajado en bus hasta Reus. 

Mientras el expediente crecía, también lo hacía el miedo de su entorno hacia el hombre que vivía con ella. Vecinos y conocidos describen a Carlos como alguien intimidante, de carácter agresivo, al que “se le tenía miedo” en Cornudella y La Morera. Los audios que Mónica guardó y que han trascendido a la prensa muestran a un hombre que la amenaza, que habla de “enterrarla” si lo “deja mal” y que juega con el recuerdo del padre fallecido de ella para hacer daño. Para los investigadores, esos audios son el retrato de un contexto de violencia de pareja sostenida que refuerza la hipótesis de que la desaparición no fue voluntaria. 

El gran giro llegaría en noviembre de 2024. Tras más de dos años de investigación, cambios de equipo y frustración familiar, los Mossos detuvieron a Carlos M. en Barcelona. El Juzgado de Violencia sobre la Mujer nº 1 de Valls ordenó su ingreso en prisión provisional sin fianza, investigado por homicidio, ocultación del cuerpo y maltrato físico y psicológico. Desde entonces está interno en la cárcel de Mas Enric (Tarragona). Las búsquedas se han centrado en la casa donde vivían, terrenos alrededor y varias fincas vinculadas a él y a su familia en el Priorat; se han usado luminol, perros y técnicas forenses avanzadas, pero de momento no se han localizado restos de Mónica. 


En los días posteriores a la detención, salieron a la luz detalles que helaron a la familia. Según explicó la hermana de Mónica, los investigadores habrían comprobado que tres meses después de la desaparición alguien encendió el móvil de Mónica en La Morera de Montsant con otra tarjeta SIM, y que ese alguien —según las pesquisas— habría sido el propio Carlos. Si esto se confirma en juicio, se convierte en un indicio demoledor: desmonta la versión de que él “intentó llamarla” tras dejarla en la parada, y plantea que se quedó con el terminal todo ese tiempo. Además, la Policía habría encontrado pertenencias personales de Mónica en poder de él, objetos que ella siempre llevaba encima y que no tendría sentido que se hubiera dejado si realmente hubiera cogido un autobús para empezar una vida nueva. 

A partir de ahí, la investigación se ha movido bajo la llamada doctrina del “corpus delicti” indirecto: no hay cuerpo, pero sí un conjunto de indicios tan fuertes que podrían bastar para sostener que se cometió un delito grave contra la vida de Mónica. A día de hoy, los Mossos siguen rastreando fincas, pozos, caminos rurales y, según distintas informaciones, no descartan escenarios como enterramientos en terrenos de la familia o el uso de vehículos —como una caravana que habría sido quemada— para hacer desaparecer rastros biológicos. El acusado, sin embargo, mantiene el silencio: no colabora y no ha indicado dónde estaría Mónica. 

Para la familia, esta es la parte más cruel de la pesadilla. María Jesús, hermana de Mónica, se ha convertido en la voz pública del caso: ha hablado con medios, ha relatado cómo acude a terapia por la ansiedad, ha explicado el impacto en su madre y en el hijo de Mónica, un joven muy reservado que evita hablar del tema. Han dejado claro que pedirán la pena máxima para el acusado si llega a juicio, pero, por encima de todo, repiten una súplica: que alguien diga dónde está Mónica para poder despedirse de ella. “Cuando entierras a alguien puedes llorarlo —decía María Jesús—, pero esto es como vivir con una parte de tu vida arrancada y flotando en el aire”. 


A julio de 2025, se cumplen tres años sin Mónica de la Llana. La instrucción sigue abierta y, según fuentes judiciales, el juicio podría celebrarse a lo largo de 2026 o principios de 2027, si la Audiencia Provincial de Tarragona mantiene los plazos previstos. Mientras tanto, las diligencias continúan: declaraciones de vecinos, análisis de dispositivos, nuevos rastreos y la esperanza de encontrar algún resto que permita cerrar el círculo. Los investigadores insisten en que, aunque el tiempo juegue en contra, los indicios ya reunidos tienen un peso similar al de “doscientas pruebas pequeñas”. 

El caso de Mónica de la Llana es hoy algo más que un expediente en un juzgado. Es un ejemplo doloroso de cómo la violencia machista y el control psicológico pueden escalar hasta una desaparición que se sospecha letal, en un entorno rural pequeño donde todo el mundo se conoce pero el miedo calla. Es también un recordatorio de que los avisos —los audios, las confidencias a amigas, el “si me pasa algo, envía esto a la policía”— no siempre llegan a tiempo a quien tendría que proteger. Y es, sobre todo, la historia de una mujer concreta, con un hijo, una familia y una vida, a la que alguien hizo desaparecer de la forma más devastadora: borrando su rastro y dejando a los suyos en un limbo que se alarga ya demasiado. Mientras no se sepa dónde está Mónica y qué pasó exactamente aquel 21 de julio, La Morera de Montsant seguirá arrastrando esta pesadilla, y su nombre seguirá siendo una llamada a no minimizar ninguna señal de maltrato ni ninguna desaparición que huele, desde el primer día, a algo mucho más oscuro que una simple marcha voluntaria.

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