El caso Nahir Galarza: el crimen de Gualeguaychú que aún divide a la Argentina


La madrugada del 29 de diciembre de 2017, una moto quedó tirada en una calle de Gualeguaychú, Entre Ríos. Sobre el asfalto yacía Fernando Pastorizzo, de 20 años, con dos impactos de arma de fuego. No había señales de robo, no faltaba la moto, no faltaba la billetera. Horas antes, lo habían visto con su exnovia, Nahir Mariana Galarza, una chica de 19 años que estudiaba abogacía y subía fotos luminosas a las redes. Lo que empezó como una escena confusa en una calle oscura se convertiría en uno de los casos más polémicos y mediáticos de la historia reciente argentina. 

Para entender el caso Nahir Galarza, hay que retroceder unos años. Nahir y Fernando se conocían desde la adolescencia; su vínculo, iniciado hacia 2012, fue definido por unos como “relación de pareja” y por otros como algo intermitente, lleno de idas y vueltas, encuentros escondidos, celos y discusiones. Mensajes, publicaciones en redes, testimonios de amigos y hasta fotos de un viaje juntos a Brasil con la familia Galarza mostraban que Fernando estaba más integrado a ese entorno de lo que la familia de Nahir dijo en un primer momento. Esa pelea sobre “qué eran” —pareja formal o algo casual— terminó siendo clave en el juicio. 

La noche anterior al hecho, los dos estuvieron juntos. Salieron, discutieron, se reconciliaron, se volvieron a pelear, según reconstruyeron luego testigos y chats. Cerca de la madrugada, Fernando llevaba a Nahir en la moto. En algún punto de ese recorrido, todo cambió: ella llevaba consigo el arma reglamentaria de su padre, policía, una pistola 9 mm que había tomado de la vivienda familiar sin que él lo notara, y luego devolvió al mismo lugar. Fernando recibió un disparo por la espalda y otro de frente; la moto cayó, él quedó tendido en la calle y Nahir caminó de vuelta a su casa, unas veinte cuadras, sola, en la oscuridad. 


La mañana del 29, cuando ya todos sabían de la muerte de Fernando, Nahir publicó en sus redes una foto de ambos con un mensaje amoroso, como si nada hubiera pasado. Ese gesto, que para la acusación fue una maniobra para despistar, quedó grabado en la memoria colectiva. Al día siguiente, el 30 de diciembre, la joven se quebró: primero ante sus padres, luego ante la Policía, reconoció que había disparado. Dijo que había sido “accidental”, habló de discusiones, de miedo y de una relación cargada de violencia mutua. A partir de ese momento quedó detenida, acusada de homicidio calificado por el vínculo. 

El proceso fue veloz: en apenas seis meses el caso llegó a juicio oral. El tribunal de Gualeguaychú, integrado por los jueces Mauricio Deruddi, Arturo Dumón y Alicia Vivian, escuchó a decenas de testigos, analizó peritajes balísticos y psicológicos, y revisó los mensajes de WhatsApp, las fotos de viajes, las llamadas perdidas la noche del hecho. Peritos explicaron que el primer disparo podría haber sido compatible con un “evento no del todo controlado”, pero que el segundo impacto, a corta distancia y de frente, era claramente intencional. El tribunal concluyó que Nahir no actuó en legítima defensa ni en un accidente, sino que decidió disparar. 

El 3 de julio de 2018, Nahir Galarza fue condenada a prisión perpetua por homicidio calificado por la relación de pareja, sin agravantes de alevosía ni de uso de arma, que habían sido pedidos por la fiscalía pero descartados por los jueces. Esa pena implica que deberá cumplir al menos 35 años efectiva, es decir, que recién podría aspirar a una salida en 2052, cuando tenga más de 50 años. Se convirtió así en la mujer más joven en recibir una condena a perpetua en Argentina, con 19 años recién cumplidos. 


El impacto mediático fue enorme. Durante meses, los noticieros repitieron una y otra vez su rostro, sus fotos en la playa, sus selfies, mientras los familiares de Fernando reclamaban justicia, recordándolo como un chico trabajador, futbolero, que no merecía ese final. A la vez, sectores del feminismo y del activismo comenzaron a preguntarse por las dinámicas de violencia en la relación, señalando mensajes humillantes, escenas de control, amenazas cruzadas. En un país acostumbrado a bautizar los casos con el nombre de la víctima mujer, aquí el expediente se conoció como “caso Nahir Galarza”: no el nombre del joven muerto, sino el de la chica que le quitó la vida. 

Tras quedar firme la condena a nivel provincial, Nahir fue trasladada a la Unidad Penal N.º 6 de mujeres en Paraná, Entre Ríos, donde sigue alojada. Desde la cárcel mantuvo un perfil alto: cartas, entrevistas, una fuerte presencia en medios y en redes a través de terceros. Con el tiempo, su defensa empezó a plantear que el caso debía reexaminarse con perspectiva de género, insistiendo en que la relación había sido profundamente violenta y que la lectura judicial había sido sesgada. Sin embargo, todos los recursos presentados ante tribunales entrerrianos y cámaras federales fueron rechazados. 

En enero de 2022, el caso dio un giro inesperado. A través de su nueva abogada, Raquel Hermida Leyenda, Nahir hizo una declaración explosiva: dijo que “ella no había matado a Fernando, que había sido su padre, Marcelo Galarza”. Según la letrada, la joven la llamó desde la cárcel para pedirle que lo denunciara; poco después formalizó una presentación en la Fiscalía, acusando a su padre de haber disparado aquella madrugada y a parte del poder judicial de haber encubierto la verdad. Al mismo tiempo, denunció a un tío paterno por abusos sufridos en la infancia. 


La frase “Yo no lo maté a Fernando, fue papá” hizo estallar la interna familiar. Su madre, Yamina Kroh, salió públicamente a respaldar esa nueva versión y contó que ella misma había sufrido violencia de género. Dijo: “le creo a mi hija, ahora todo me cierra”. El padre de Nahir, policía, negó haber sido el autor del crimen. En notas anteriores había dicho una frase ambigua: “Nahir me protegió demasiado”, que volvió a circular con fuerza. La Fiscalía de Gualeguaychú analizó la denuncia y terminó desestimándola por falta de elementos que derribaran la sentencia original. 

Mientras tanto, en redes y programas de televisión llegaron a circular videos “reconstruidos” del hecho que intentaban colocar al padre como autor, pero no eran pericias oficiales, sino recreaciones parciales sin valor probatorio. La Justicia dejó claro que, para reabrir un caso con condena firme, se necesitan pruebas nuevas sólidas, no solo un cambio de relato de la propia condenada. Ese requisito nunca se cumplió: ningún elemento material acompañó la nueva versión, y los peritajes originales seguían apuntando a Nahir como única responsable. 

Aun así, la defensa insistió hasta el máximo nivel. Presentó recursos extraordinarios y planteos de nulidad que llegaron a la Corte Suprema de Justicia de la Nación. El 26 de noviembre de 2024, el máximo tribunal desestimó el último intento de revisión y dejó la condena a perpetua definitivamente firme: no hubo arbitrariedad en la sentencia, ni violación de garantías constitucionales, según el fallo firmado por los jueces Ricardo Lorenzetti, Juan Carlos Maqueda y Horacio Rosatti. La propia Corte volvió a rechazar un recurso de reposición, cerrando la puerta a nuevas apelaciones internas. 


Hoy, Nahir Galarza sigue presa en Entre Ríos, convertida en un símbolo incómodo. Para algunos, representa el rostro de una chica que, aun joven, tomó una decisión irreparable y ahora busca reescribir la historia para aliviar su condena. Para otros, encarna el resultado extremo de una relación tóxica y de una justicia que, dicen, no miró lo suficiente la violencia previa. La única certeza judicial, a diciembre de 2025, es que la sentencia está firme y que la muerte de Fernando Pastorizzo fue atribuida a ella de manera definitiva. 


El caso Nahir Galarza deja muchas preguntas en el aire: sobre las armas que circulan en hogares comunes, sobre los vínculos adolescentes atravesados por celos y manipulación, sobre cómo los medios construyen héroes y monstruos en cuestión de horas, y sobre qué hacemos con las versiones que cambian cuando la condena ya está escrita. Entre el ruido de la televisión, los hashtags y los debates jurídicos, hay algo que no debería perderse: un chico que salió en moto aquella madrugada y no volvió, una familia que lo llora desde 2017 y una joven que, desde una celda, sigue repitiendo que la verdad no es la que quedó en los papeles. En esa tensión entre lo que dicen las sentencias y lo que claman los protagonistas es donde este caso sigue siendo, más que un expediente, una auténtica pesadilla a cielo abierto.

Leer más

Publicar un comentario

0 Comentarios