La desaparición de José Luis Morantes Valcárcel: el joven que se esfumó entre Béjar y Hervás



La historia de José Luis Morantes Valcárcel empieza como tantas otras en una ciudad pequeña y tranquila, Béjar (Salamanca), y termina convirtiéndose en uno de esos casos que parecen tragados por un punto ciego del mapa. Un chico de 26 años sale de casa una mañana de julio de 2007 y, en algún lugar del camino entre Béjar y Hervás, su rastro se rompe para siempre. Casi dos décadas después, su nombre sigue apareciendo en los listados de personas desaparecidas de Salamanca, como una herida que el tiempo no consigue cerrar. 

José Luis era un joven bejarano con una vida sencilla y una particular vulnerabilidad: las noticias oficiales hablan de una deficiencia psicológica, una discapacidad intelectual ligera que lo hacía más confiado y dependiente de los demás. No era un delincuente, ni alguien que viviera al límite; era el típico chico de pueblo al que todo el mundo reconoce por la calle y al que su familia cuidaba con especial atención. Precisamente por eso, su desaparición nunca encajó con la idea de una “marcha voluntaria” para empezar de cero lejos de casa.

El 13 de julio de 2007 (algunas fuentes sitúan formalmente el inicio de la desaparición entre el 13 y el 14), José Luis sale de su domicilio en Béjar. Viste pantalón blanco ancho con tiras, zapatillas de deporte de camuflaje y camisa de manga corta de cuadros rojos y marrones. No lleva documentación, ni tarjeta bancaria, ni teléfono móvil. Sí lleva encima unos 600 euros en efectivo, según el cartel difundido posteriormente por SOS Desaparecidos. Es un detalle crucial: no deja atrás nada que indique un plan preparado, solo algo de dinero en billetes y su ropa del día a día.


A partir de ese momento, la policía reconstruye casi hora a hora los movimientos del joven hasta el 20 de julio, fecha en la que se le pierde la pista de manera definitiva. Saben que sale de Béjar, que se desplaza hacia el sur, que pasa por la zona de Baños de Montemayor y Hervás, y que en esos días tiene ocasión de cambiarse de ropa, lo que indica que estuvo en algún domicilio o alojamiento. Pero no viaja solo: contacta con personas concretas, visita ciertos lugares de ocio y termina relacionándose con un entorno del que su familia apenas sabía nada.

El dato más inquietante de esa reconstrucción aparece en un reportaje posterior sobre restos óseos hallados en Hervás: la Guardia Civil recuerda que, antes de desaparecer, José Luis fue visto subiendo a un vehículo en el aparcamiento de un club de alterne en la zona de Hervás. No iba conduciendo él; lo vieron subir como pasajero. Desde ese momento, todo lo demás son conjeturas: quién conducía, hacia dónde fueron, qué pasó después. Lo único seguro es que, tras esa imagen fugaz, el rastro físico del joven se borra.

Cuando José Luis no regresa a casa y deja de dar señales, la familia enciende todas las alarmas. La Comisaría de Béjar abre diligencias y empieza una búsqueda que, al principio, tiene algo de carrera contrarreloj. Se difunden sus datos, su fotografía, su descripción. La policía pide colaboración ciudadana e insiste en que cualquier detalle puede ser importante. No se trata de un adulto que “se fue por su cuenta” y ya volverá: es un joven vulnerable que ha desaparecido en un contexto extraño.


El dispositivo de búsqueda se vuelve enorme para la escala de la zona. Participan funcionarios de la Comisaría de Béjar, unidades de la Comisaría General de Policía Científica, grupos de GEAS, unidades caninas, agentes de Salamanca y voluntarios de Protección Civil de Plasencia. Peinan caminos, arroyos, fincas y áreas boscosas entre Béjar, Baños de Montemayor y Hervás. Se revisan pozos, cunetas, zonas de difícil acceso. Todo con un mismo resultado: nada. Ni una prenda, ni un objeto, ni un indicio físico que permita situar a José Luis en un punto concreto después del 20 de julio.

Las investigaciones no se limitan al terreno. En agosto de 2007, se producen tres detenciones: dos hombres y una mujer, señalados por su supuesta implicación en la desaparición. Uno de ellos queda en libertad con cargos; los otros dos pasan a disposición del Juzgado nº 2 de Béjar y llegan a ingresar en prisión preventiva mientras se analizan sus posibles conexiones con José Luis. Sin embargo, con el paso de los meses, ninguna prueba sólida los vincula de manera concluyente con un delito contra el joven. Al final, la causa se diluye: las detenciones no acaban en condena y la desaparición entra en el terreno de los casos sin resolver.

El pueblo no se olvida tan rápido. En 2008, asociaciones vecinales de Béjar movilizan a cientos de personas en una manifestación para pedir que el caso no se archive, que se siga investigando, que nadie cierre la carpeta de José Luis Morantes Valcárcel. Años más tarde, en 2020, cuando se cumplen 13 años de su desaparición, el portal local i-bejar.com recuerda el caso: José Luis habría rondado ya los 40 años, pero para su familia sigue siendo el chico de 26 que salió de casa y nunca volvió. “Es una herida que no se cerrará”, dicen entonces sus allegados.


En 2015, la aparición de restos óseos en una finca junto al cementerio de Hervás reabre un hilo de esperanza… y de miedo. La Guardia Civil delimita la zona, recoge los huesos y abre una investigación con todas las hipótesis sobre la mesa. Una de ellas, inevitable, es si podrían pertenecer a José Luis, dada su desaparición en 2007 y la cercanía geográfica. Finalmente, los análisis descartan esa posibilidad: se concluye que los fragmentos proceden de enterramientos antiguos del propio cementerio, sin relación con el caso del joven bejarano. Otra vez, la posibilidad de una respuesta se esfuma.

Mientras tanto, el nombre de José Luis sigue circulando en las plataformas de desaparecidos. SOS Desaparecidos y el Centro Nacional de Desaparecidos lo mantienen en sus listados como un caso abierto, con ficha que lo sitúa “entre Béjar y Hervás (Salamanca)” y recuerda la ropa que llevaba y ese detalle de los 600 euros en efectivo. Algunos carteles recientes actualizan edad y año, pero los reportajes locales y el historial del caso dejan claro que su pista se desvaneció en julio de 2007. El tiempo pasa, las fechas se mueven en las fichas, pero la realidad es la misma: casi veinte años después, nadie sabe dónde está.

¿Qué pudo ocurrir entre el aparcamiento del club de alterne de Hervás y el silencio absoluto que vino después? Las hipótesis son varias y, a falta de pruebas, todas se mueven en terreno delicado. Una es la de una desaparición forzada: que alguien se aprovechara de la vulnerabilidad de José Luis, lo subiera a ese coche y le hiciera daño lejos de miradas, haciendo después desaparecer cualquier rastro. Otra, mucho menos probable según su entorno, es que hubiera decidido marcharse por su cuenta y lograra vivir todos estos años fuera del radar, sin documentación, sin cuentas bancarias, sin contacto con su familia. Con la información disponible, ninguna se puede probar… pero tampoco descartar del todo.


En 2025, artículos sobre desaparecidos en Salamanca siguen mencionando su nombre: “el rastro de José Luis Morantes se desvaneció hace diecinueve años, en algún punto entre Béjar y Hervás”. Es una frase corta, pero lo dice todo: se habla de rastro, no de cuerpo; de desvanecerse, no de cierre; de un “algún punto” que podría ser cualquier curva de una carretera secundaria, cualquier pista forestal, cualquier casa apartada. Ningún juez ha declarado su muerte, ninguna familia ha podido hacer un duelo completo.

El caso de José Luis Morantes Valcárcel es, al final, la historia de un joven vulnerable que desaparece en un tramo muy concreto de mapa y de un sistema que, pese a desplegar recursos y detener sospechosos, no logra darle una respuesta a su familia. No hay escena de crimen clara, ni confesión, ni restos que lo expliquen todo. Hay un chico que salió con un pantalón blanco y 600 euros en el bolsillo, un coche en un aparcamiento de Hervás, una familia que nunca dejó de hacer preguntas y un silencio que se ha hecho demasiado largo.

Recordarlo hoy, con cuidado en las palabras y sin añadir morbo donde solo hay dolor, es negarse a que su nombre quede reducido a una línea en una estadística de desaparecidos. Mientras no se sepa qué pasó con José Luis, cada cartel, cada artículo y cada vez que alguien vuelva a pronunciar “desaparición de José Luis Morantes Valcárcel entre Béjar y Hervás” es una forma de decir que esta pesadilla sigue abierta… y que todavía hay una familia esperando esa llamada que, casi veinte años después, no ha llegado.

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