En septiembre de 2024, el nombre de Raquel B. L., 54 años, empezó apareciendo en carteles de personas desaparecidas. Vivía en Villalbilla, un municipio tranquilo a las afueras de Madrid. En cuestión de días, su fotografía pasó de las redes a los informativos… y después a algo todavía más oscuro: el hallazgo de su cuerpo en una pequeña habitación oculta en su propio chalé, junto a un altar y envoltorios de pastillas. A su lado, el hombre con el que convivía: César S. G., un “maestro espiritual” asturiano que se hacía llamar Ramaathis Mam.
Antes de convertirse en “la mujer del zulo de Villalbilla”, Raquel era, según han descrito sus allegados, una mujer trabajadora, vendedora de seguros, de vida discreta y sin grandes excentricidades. Medía alrededor de 1,60, pelo castaño ondulado, ojos marrones: la típica descripción de ficha que de repente se vuelve vital cuando alguien se esfuma. Vivía con César en un chalé de la urbanización El Robledal, donde, para los vecinos, eran simplemente “los religiosos”: una pareja reservada, muy volcada en lo espiritual, que apenas hacía ruido.
César, en cambio, ya tenía una vida paralela construida en internet y en círculos esotéricos. Se presentaba como “Ramaathis Mam”, gurú místico, seguidor de la filosofía Hare Krishna, “canal” de seres extraterrestres y autor de libros de espiritualidad como Revelaciones extraterrestres o Secret Codes of the Dark Forces. En su propia biografía contaba que, de niño y de joven, unos seres de luz se le habrían aparecido para guiarle en su “crecimiento espiritual”, experiencia que le llevó a vivir once años en un templo de la India. Desde España impartía charlas, escribía sobre “fuerzas oscuras” y ofrecía terapias alternativas.
En el sótano del chalé de Villalbilla, César había acondicionado una pequeña estancia sin ventanas, a la que se accedía agachándose por una puerta diminuta a ras de suelo. Algunos medios la describieron como un zulo; otras fuentes matizan que era una habitación muy reducida, insonorizada, preparada para rezos, meditación y “retiros” personales. Allí, según las investigaciones, Raquel pasaba largas horas para aislarse del ruido, rodeada de ofrendas y símbolos devocionales relacionados con la tradición Hare Krishna. Lo que debería haber sido un espacio de recogimiento acabó convertido en escenario de su final.
Según la versión que César dio a la Guardia Civil, el 31 de agosto de 2024 Raquel salió de casa sobre las 9:30 de la mañana con una mochila pequeña, rumbo a Yuncos (Toledo) para pasar unos días con su madre. Aseguró que, dos horas después, ella lo llamó para decirle que ya había llegado, que se había dejado el cargador del móvil y que apagaría el teléfono para ahorrar batería. No volvió a hablar de ella, dijo, hasta que el 3–4 de septiembre decidió denunciar su desaparición. Ese retraso de varios días fue el primer dato que hizo saltar las alarmas de los investigadores.
Mientras se activaba la alerta de SOS Desaparecidos, la Guardia Civil empezó a tirar de hilos. Pronto supo que Raquel nunca llegó a casa de su madre y que su coche apareció aparcado a apenas cuatro calles del propio chalé de Villalbilla. Los registros de telefonía también indicaban que el móvil de ella nunca salió de la zona, al contrario de lo que decía su marido. Con esos datos sobre la mesa, los agentes pidieron permiso para registrar la vivienda; César se negó. Hubo que esperar a que el juzgado autorizara una orden de entrada.
Entre las piezas más inquietantes del puzle está una llamada al 112 que Raquel hizo el 1 de septiembre, cuando oficialmente ya se encontraba “en Toledo”. A las 11:02, una voz muy débil pide ayuda y dice algo que pone la piel de gallina: “Estoy atrapada en un zulo… creo que estoy teniendo un brote psicótico… no estoy sola”. La llamada se corta enseguida. La investigación ha determinado que esa comunicación se hizo desde la casa de Villalbilla, donde solo vivían ella y César. Esa llamada se ha convertido en una de las pruebas más importantes para reconstruir sus últimas horas.
El 8 de septiembre de 2024, con la orden judicial ya en la mano, la Guardia Civil entró al chalé acompañada por perros del servicio cinológico. Tras revisar las estancias principales, se fijaron en una pequeña puerta en una pared, a ras del suelo. Tuvieron que agacharse para entrar. En esa habitación mínima e insonorizada encontraron el cuerpo de Raquel, tendida sobre una cama, en avanzado estado de descomposición. Tenía espuma en la boca y, a su alrededor, había varios blísters de medicamentos y un altar con imágenes y ofrendas. No se apreciaban lesiones externas evidentes. La escena, descrita por los propios agentes, era más propia de una película que de un chalé de urbanización residencial.
La autopsia preliminar confirmó que no había signos de agresión física directa en el cuerpo, pero dejó abierta la puerta a una muerte por ingestión masiva de fármacos, a la espera de los análisis toxicológicos. Se conoció también que Raquel había tenido dos episodios previos de intento de hacerse daño a sí misma, algo que los investigadores debían valorar con cuidado: podía apuntar a una decisión desesperada, pero también a un posible contexto de presión psicológica. El caso quedó bajo un juzgado especializado en violencia contra la mujer y el Ministerio de Igualdad empezó a recabar datos ante un posible crimen machista.
Paralelamente, los agentes comenzaron a analizar los mensajes de WhatsApp enviados desde el móvil de Raquel después de la supuesta marcha a Toledo. En ellos, alguien escribía frases del tipo “no te olvides de rezar”, recordatorios de mantras, referencias espirituales. La Guardia Civil investiga si esos textos habrían sido escritos en realidad desde el entorno de César para simular que ella estaba fuera de casa y construir una coartada. La sospecha oficial, recogida por varios medios, es que Raquel nunca salió del zulo desde al menos el 1 de septiembre, fecha de la llamada al 112, hasta el día en que fue encontrada sin vida.
Con este contexto, César fue detenido y enviado a prisión provisional, investigado por un posible delito de homicidio o de inducción a que Raquel se hiciera daño, además de por una posible denuncia falsa al haber activado todo el operativo como si se tratara de una desaparición en carretera. Su perfil mediático se disparó: los titulares hablaban del “gurú asturiano que dice hablar con extraterrestres”, del “místico de Villalbilla” o del escritor esotérico que oficiaba ceremonias en casa mientras su mujer fallecía en una habitación sin ventanas. Él, por su parte, ha mantenido siempre que es inocente y que desconocía que Raquel estuviera allí.
En octubre y noviembre de 2024, la Sección 26 de la Audiencia Provincial de Madrid, especializada en violencia sobre la mujer, revisó el caso. Tras dos meses en la cárcel, César quedó en libertad con medidas cautelares: obligación de firmar cada semana en el juzgado, retirada del pasaporte y prohibición de salir de España. La Audiencia consideró que, con los datos disponibles en ese momento, no había indicios lo bastante sólidos como para mantener la prisión preventiva, sin que eso signifique que la investigación se cierre ni que se descarte su responsabilidad. El procedimiento continúa abierto; la causa de la muerte sigue pendiente del análisis toxicológico completo y de la valoración de todos los indicios.
Lo que sí parece claro para los investigadores es que la historia que César contó no encaja: resulta difícil de creer que, durante días, no se diera cuenta de que Raquel estaba en una habitación oculta de su propia casa; que denunciara su desaparición hablando de un viaje a Toledo que nunca existió; o que no hablara con la madre de ella hasta cuatro días después, cuando supuestamente estaba en su domicilio. A eso se suma la llamada al 112 diciendo “estoy atrapada en un zulo” y el hecho de que el coche de Raquel apareciera casi en la misma calle de siempre. El caso es, hoy, uno de los sucesos más enigmáticos y discutidos de los últimos años.
Bajo la superficie esotérica, el caso de Ramaathis Mam y Raquel plantea preguntas muy terrenales: ¿hasta qué punto una persona vulnerable puede quedar atrapada bajo la influencia de alguien que se presenta como guía espiritual? ¿Qué sucede cuando una relación de pareja se mezcla con discursos de “maestro y discípula”, retiros en habitaciones cerradas y promesas de salvación mística? ¿Cómo distinguir un refugio espiritual de una jaula disfrazada de templo? Los investigadores no han cerrado ninguna hipótesis: ni la de un acto desesperado en soledad, ni la de una muerte provocada o facilitada por el entorno.
A día de hoy, mientras el procedimiento judicial sigue su curso, lo único seguro es que Raquel ya no está, y que su final tuvo lugar en una habitación pequeña, aislada del mundo, convertida en mezcla de santuario y tumba. César, alias Ramaathis Mam, mantiene la presunción de inocencia y continúa en libertad vigilada, pendiente de lo que determine la justicia. El resto somos espectadores de una historia que parece salida de un libro esotérico mal leído: un gurú que dice hablar con otros mundos, una mujer atrapada en una habitación de ofrendas y una verdad que, por ahora, sigue escondida detrás de una puerta baja, al fondo de un pasillo, en un chalé cualquiera de la periferia de Madrid.
En esta pesadilla, más allá del morbo del “zulo” y del “místico de Villalbilla”, conviene no olvidar lo esencial: Raquel era una persona real, con trabajo, familia, miedos y esperanzas. Su nombre no puede quedar reducido a un titular. Hasta que no sepamos qué pasó exactamente entre el 31 de agosto y el 8 de septiembre de 2024, su caso seguirá siendo una llamada de atención sobre los peligros de ciertas dependencias emocionales y espirituales, y sobre lo fácil que es que una búsqueda de paz termine, sin que nadie se dé cuenta, en el silencio más absoluto.
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