En febrero de 2019, la familia de Jesús María (Jesús Mari) Baranda, un jubilado de 67 años, denunció su desaparición en Castro Urdiales (Cantabria). Lo que al principio parecía la marcha repentina de un hombre reservado se transformó, meses después, en uno de los casos más inquietantes de la crónica negra reciente: un expediente en el que solo apareció una parte de su cuerpo, guardada dentro de una caja, mientras el resto sigue sin localizarse a día de hoy.
Antes de convertirse en víctima, Jesús Mari Baranda era un vecino más de Castro. Nacido en Barakaldo, había trabajado toda su vida en la banca hasta llegar a ser director de sucursal. Al jubilarse se instaló en esta localidad costera cántabra, donde llevaba una vida tranquila: paseos, amigos del barrio, una rutina sin estridencias. Quienes le conocían lo describen como un hombre educado, discreto y confiado, que buscaba, por fin, una vejez en calma frente al mar.
En ese contexto aparece Carmen Merino, una mujer gaditana que acaba convirtiéndose en su pareja sentimental. Comienzan a convivir en el piso de Jesús Mari en Castro Urdiales y, con el tiempo, él llega a firmar un testamento en el que la nombra heredera universal de todos sus bienes, incluido el propio piso donde vivían. Ese gesto, que en su momento se interpretó como un acto de confianza y amor, se convertirá más tarde en una de las claves del caso.
A comienzos de febrero de 2019, el contacto con Jesús Mari se corta. No responde al teléfono, no aparece por sus lugares habituales y deja de verse en el pueblo. Su familia empieza a inquietarse y, en cuestión de días, presenta la denuncia por desaparición. Mientras tanto, según la investigación, Carmen se encarga de tranquilizar al entorno: explica que él “se ha ido”, que está de viaje, que necesita desconectar. Durante ocho meses, de febrero a septiembre, mantiene esa versión ante amigos, vecinos y familiares.
La investigación destapará que, en ese periodo, la mujer habría seguido cobrando su pensión y moviendo dinero desde sus cuentas, aprovechando que figuraba como persona de confianza y futura heredera. Incluso llega a enviar mensajes desde el móvil de Jesús Mari a algunos allegados, para reforzar la idea de que él sigue bien y simplemente ha decidido alejarse. Todo eso mientras, en paralelo, el hombre consta oficialmente como desaparecido.
Una de las figuras clave del caso es la señora de la limpieza. Según el sumario, Carmen la llama y le entrega varias bolsas de basura grandes y muy pesadas, pidiéndole que se deshaga de ellas. La empleada obedece sin abrirlas; más tarde, los investigadores sospecharán que en esas bolsas podrían ir partes del cuerpo del desaparecido. Durante esos meses, además, Carmen limpia la casa a fondo, cambia el colchón del dormitorio y deja de dormir allí, alegando que no puede hacerlo por motivos emocionales.
El giro más macabro llega en septiembre de 2019. Meses antes, Carmen había dejado una caja a una vecina, pidiéndole que se la guardara. Le dijo que dentro había “objetos íntimos”, que le daba vergüenza que alguien los viera, y la vecina aceptó sin mirar. Con el tiempo, la caja empieza a desprender un olor extraño. El 28 de septiembre, la mujer decide por fin abrirla. En su interior encuentra envuelta en periódicos la parte superior del cráneo de una persona, ya muy deteriorada. Llama aterrorizada a la policía. Los análisis confirman poco después que se trata de restos de Jesús Mari Baranda.
A partir de ese momento, el caso pasa a ser conocido en toda España como el “crimen de la cabeza” de Castro Urdiales. La Guardia Civil centra toda su atención en el piso de Jesús Mari y en su pareja. El fragmento óseo se envía al Instituto de Medicina Legal de Santander, mientras equipos especializados buscan el resto del cuerpo en diferentes puntos, incluido el vertedero de Meruelo, sin éxito: hasta hoy, ningún otro resto ha sido localizado. El escenario que se dibuja es el de una muerte violenta en el domicilio, un posterior despiece del cuerpo y la desaparición deliberada de casi todas las partes.
Carmen Merino es detenida y enviada a prisión provisional en 2019, mientras se instruye la causa. Ante el juez, insiste en su inocencia: asegura que no tuvo nada que ver con la desaparición ni con la muerte de su pareja, y que ignora cómo llegaron esos restos a la caja. Su defensa plantea dudas sobre cuestiones clave: cuándo murió exactamente Jesús Mari, dónde y de qué manera. Sin embargo, para la acusación, el conjunto de indicios —el testamento, los movimientos de dinero, las bolsas, la caja, la limpieza exhaustiva del piso— dibujan una historia muy diferente.
En noviembre de 2022 arranca el juicio con jurado en la Audiencia Provincial de Cantabria. La Fiscalía pide inicialmente 25 años de prisión por asesinato, con alevosía y ánimo de aprovechamiento económico, mientras la acusación particular coincide en que Jesús Mari no tuvo posibilidad de defenderse. Sin embargo, el jurado no considera probado que Carmen utilizara medicamentos para dejarlo indefenso, por lo que descarta la alevosía. Finalmente, la declara culpable de homicidio con agravante de parentesco y de haberse quedado con dinero de su pareja.
En diciembre de 2022, la sentencia fija una condena de 15 años de prisión por homicidio, además de la obligación de indemnizar a los familiares. Es la resolución que da nombre oficial al caso como el del “cráneo de Castro Urdiales” y que confirma que Carmen guardó durante meses la parte superior del cráneo en una caja antes de entregársela a la vecina. La decisión generó debate: para algunos, la pena era demasiado baja para un hecho tan extremo; para otros, estaba ajustada a lo que se había podido probar sin tener el cuerpo completo.
La defensa recurre, alegando errores en las instrucciones al jurado y falta de pruebas directas sobre el momento y forma de la muerte. Pero en julio de 2024, el Tribunal Supremo confirma íntegramente la condena de 15 años, dando por válido el relato de la Audiencia: Carmen Merino acabó con la vida de Jesús Mari Baranda en febrero de 2019, se deshizo de casi todo el cuerpo y conservó una parte en la caja que terminaría destapando el crimen.
El capítulo económico del caso ha seguido vivo incluso con la autora ya condenada. En 2025, distintos autos civiles recogen que Carmen Merino ha renunciado a heredar el piso de Jesús Mari en la calle Padre Basabe, donde se habría producido la agresión, a cambio de no reintegrar unos 21.000 euros que sacó de sus cuentas. De este modo, la vivienda no pasará a manos de la mujer condenada por su muerte, un gesto que la familia considera al menos un pequeño acto de reparación simbólica.
El caso de Jesús Mari Baranda ha quedado grabado en la memoria colectiva como uno de los crímenes más perturbadores de los últimos años. Ha sido analizado en pódcasts, programas como Territorio Negro, documentales y series de true crime —como el episodio “El crimen de la cabeza” de la serie Asesinas—, y recientemente la televisión vasca ha vuelto a revisarlo insistiendo en lo “único, cruel y dantesco” del expediente. Más allá del impacto mediático, la historia de Jesús Mari es la de un jubilado que confió tanto en su pareja que la convirtió en heredera universal… y terminó pagando esa confianza con lo más valioso: su vida.
Contar hoy el caso Jesús Mari Baranda con palabras cuidadas, evitando el morbo, es una forma de recordar que detrás del apodo “crimen de la cabeza” había una persona de carne y hueso, un hombre que solo quería una vejez tranquila en Castro Urdiales. Su cuerpo sigue sin aparecer, pero la justicia ha señalado a una responsable y los tribunales han cerrado el camino de la impunidad. Lo que queda ahora es la memoria: la de una familia que sigue sin poder despedirse del todo, y la de una sociedad que mira este caso como una advertencia sobre hasta dónde puede llegar la codicia cuando se mezcla con la intimidad y la confianza de una relación.
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