La Manada de Castelldefels: los “cazadores” de citas que acabaron pactando penas mínimas por sus ataques en grupo


La madrugada ya no protegía a nadie en Castelldefels. Entre marzo y mayo de 2021, cinco chicos jóvenes se movían por aplicaciones de citas y redes sociales buscando algo más que una salida nocturna: según la investigación judicial, formaban un grupo organizado para captar chicas vulnerables y someterlas a ataques sexuales en grupo en un piso de la ciudad. Años después, su caso sería bautizado como el de la “Manada de Castelldefels”, un nombre que remite de forma directa a la cultura que ellos mismos admiraban en sus chats. 

Las víctimas confirmadas son tres mujeres jóvenes, que coincidieron en un patrón: contacto inicial por app, invitación a una “fiesta tranquila” en un piso de Castelldefels, consumo de alcohol, y un giro brusco cuando se quedaban aisladas con varios de los chicos. Ninguna de ellas tenía relación previa con el grupo; llegaron confiando en una cita o un plan de amigos… y salieron de allí con una experiencia que les rompió la vida. Los investigadores no descartan que haya más afectadas que nunca se atrevieron a denunciar. 

Del otro lado estaban cinco hombres, amigos entre sí, que compartían un chat de WhatsApp en el que se comparaban abiertamente con la Manada de Pamplona y fantaseaban con “compartir” chicas. En esos mensajes, incautados por los Mossos d’Esquadra, se leen frases que hablan de mujeres como objetos y celebran que ellas vayan muy bebidas porque “así se viene trío”. Esa conversación digital fue una de las piezas clave para demostrar que no se trataba de incidentes aislados, sino de un grupo con una dinámica de caza. 


El modus operandi, descrito en autos y notas periodísticas, es frío. Los acusados localizaban a las chicas a través de apps de citas y redes, las invitaban a un piso donde les prometían una noche tranquila con bebidas y música, y aprovechaban que llegaban solas y con confianza. Según el sumario, buscaban mujeres vulnerables, a menudo muy desinhibidas por el alcohol, y una vez dentro del piso las aislaban, apagaban luces, cerraban puertas y las rodeaban. Lo que para ellas era una cita; para ellos, según la Fiscalía, era un plan premeditado. 

En uno de los episodios, una de las jóvenes relató que, tras llegar al piso con la idea de conocer a un chico, fue llevada a una habitación donde entraron varios más. Allí, entre besos no deseados, manos que no paraban y comentarios humillantes, se vio acorralada y superada. Los hechos están tipificados en la causa como agresiones sexuales grupales (el término jurídico que se usa en España cuando hay acceso sexual sin consentimiento con violencia, intimidación o situación de anulación de la voluntad). No hace falta recrear los detalles: basta con entender que su voluntad y su capacidad de reaccionar quedaron anuladas. 

Tras cada ataque, según los Mossos, los acusados seguían escribiéndose entre ellos. En sus mensajes se jactaban de haberse “aprovechado” de las chicas y de que las podían denunciar, se referían a ellas como “destrozadas” y hablaban de repetir la misma dinámica con otras víctimas. A la vez, mantenían cierto contacto con las chicas para intentar que no dieran el paso de ir a comisaría, mezclando disculpas, minimización de lo ocurrido y gaslighting emocional. Esa doble cara —bravatas en el chat, tono suave ante ellas— es uno de los rasgos más escalofriantes del caso. 


La pesadilla empezó a romperse cuando una de las víctimas se lo contó a un amigo, que fue quien dio la voz de alarma. A partir de ahí llegaron las denuncias y la primera chica ya no estaba sola: otras dos mujeres describieron patrones muy similares en el mismo piso y con los mismos hombres. La Fiscalía de Barcelona y los Mossos d’Esquadra tiraron del hilo: requisaron móviles, analizaron chats, cruzaron horarios de aplicaciones y ubicaciones, y construyeron una cronología de ataques cometidos en la primavera de 2021, en plena pandemia y con el ocio nocturno todavía restringido. 

En diciembre de 2022, la titular del Juzgado de Instrucción nº 5 de Gavà ordenó prisión provisional comunicada y sin fianza para los cinco acusados. El auto señalaba que actuaban “en grupo, de forma organizada y reiterada” y que se aprovechaban de que las chicas “iban muy bebidas” para anular su capacidad de decisión. Los medios empezaron a hablar entonces de la “Manada de Castelldefels”, haciendo eco de ese patrón de grupo que ya había estremecido al país años antes con el caso de Pamplona. 

La investigación terminó con una calificación estremecedora. La Fiscalía acusó a los cinco de integrar un grupo criminal concebido para cometer delitos de violencia sexual, les imputó tres ataques sexuales grupales, delitos contra la intimidad por presuntas grabaciones y otras figuras asociadas, y llegó a pedir en conjunto hasta 196 años de prisión, con peticiones individuales de entre 28 y 53 años según el grado de participación y antecedentes. 


Pero el 16 de septiembre de 2025, justo cuando iba a arrancar el juicio en la Audiencia de Barcelona, el caso dio un giro. Los cinco acusados aceptaron un pacto de conformidad con la Fiscalía y las acusaciones particulares: reconocieron los hechos, admitieron que formaban parte de un grupo organizado para atacar sexualmente a mujeres vulnerables, pidieron perdón en público y se comprometieron a pagar indemnizaciones de 30.000 euros a cada víctima. A cambio, sus condenas se redujeron a una horquilla de entre 3 años y 11 meses y 8 años y 5 meses de prisión. 

El Ministerio Público defendió el acuerdo explicando que la prioridad era evitar que las tres mujeres tuvieran que pasar por un juicio con declaración pública, contrainterrogatorios y exposición mediática, algo que podía reabrir heridas y provocar una revictimización severa. Las víctimas, según informó la propia Fiscalía, habían manifestado que preferían cerrar el proceso con este pacto antes que revivir cada detalle ante un tribunal y ante la opinión pública. La sentencia se dictó “in voce” y quedó firme el mismo día, por delitos de pertenencia a grupo criminal y agresiones sexuales. 

Fuera de la sala, sin embargo, el acuerdo encendió el debate. ¿Cómo se pasa de una petición máxima de casi dos siglos de cárcel a condenas que, en el caso de los menos implicados, ni siquiera garantizan un largo tiempo en prisión efectiva? Para algunas asociaciones feministas y sectores de la opinión pública, el pacto dejó la sensación de que un caso que ejemplificaba el terror de las agresiones en grupo terminaba con castigos demasiado suaves. Para otras voces, escuchar a los propios agresores reconocer lo que hicieron, verlos pedir perdón y saber que las víctimas no tendrían que testificar era un mal menor dentro de un sistema penal que nunca repara del todo el daño. 


La Manada de Castelldefels se suma así a una lista de casos que han convertido la expresión “manada” en un símbolo de algo más profundo: grupos de hombres jóvenes que se animan unos a otros a cruzar todas las líneas, cosificando a las mujeres, grabando las agresiones como trofeos y tranquilizándose con la idea de que “es difícil que nos pillen todos”. Sus chats, su forma de hablar de las chicas, su autoetiqueta copiando a la manada de Pamplona, retratan una cultura donde la masculinidad se mide por la capacidad de traspasar límites y reírse de las consecuencias. 

Contar este caso con cuidado en las palabras —evitando el morbo, sin repetir términos crudos pero sin disimular la violencia— es una forma de mirar de frente lo que hay detrás de esa etiqueta. No son solo “los de la Manada de Castelldefels”: son cinco hombres concretos que usaron apps de citas y un piso en la costa barcelonesa para coordinar ataques en grupo; son tres mujeres que confiaron y acabaron viviendo una experiencia que les marcará para siempre; es una justicia que, entre peticiones de siglos de cárcel y pactos de pocos años, intenta hacer encajar una realidad que nunca entra del todo en un número de condena.


Mientras en Castelldefels se vuelve a llenar la playa, los bares y los pisos de estudiantes, el eco de este caso sigue flotando: un recordatorio de que el consentimiento no se negocia, no se interpreta y no se comparte en grupo. Y de que, aunque los nombres de los agresores algún día dejen de sonar, las historias de las víctimas merecen seguir contándose con respeto, para que otras chicas que hoy abren una app de citas sepan que su cuerpo y su voluntad no son un “plan de amigos”, sino una línea que nadie tiene derecho a cruzar.

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