El 25 de marzo de 2017, un coche quedó aparcado a las afueras de Vegas de Domingo Rey, una pequeña pedanía de Agallas (Salamanca). Dentro viajaba Manuel Moro Martín, 53 años, vecino de Ciudad Rodrigo y apasionado de la montaña. Aquel día salió a hacer una ruta que conocía bien, con la idea de regresar a casa sobre las diez de la noche. Nunca volvió. Ocho años después, su nombre sigue en los listados de personas desaparecidas y su caso se ha convertido en uno de los grandes enigmas de la provincia de Salamanca.
Antes de ser “el senderista desaparecido de Agallas”, Manuel era simplemente Manolo: asturiano de nacimiento, pero residente en Ciudad Rodrigo desde hacía unos 25 años, muy querido por la comunidad montañera de la zona. De complexión atlética, 1,74 de estatura, unos 70 kilos, pelo negro largo y ondulado, barba, bigote y ojos marrones, su desaparición aparece descrita con precisión en la ficha de SOS Desaparecidos, que sigue activa a día de hoy.
Su vida giraba en buena parte alrededor del campo. Amaba caminar, encadenar rutas, perderse —en el buen sentido— por la sierra. Amigos y familia recuerdan que llegó a completar a pie más de 2.000 kilómetros entre Roma y Santiago, y que la zona de La Canchera, en la Sierra de Gata salmantina, era un terreno que conocía y disfrutaba. No era un turista despistado: era un senderista experimentado, acostumbrado a orientarse en montaña.
La mañana del 25 de marzo, Manolo salió de su casa en Ciudad Rodrigo, vestido con ropa de montaña, y condujo hasta Vegas de Domingo Rey, donde estaba arreglando una pequeña vivienda familiar. Aparcó el coche a las afueras del pueblo con la intención de iniciar desde allí una ruta hacia el pico de La Canchera, de unas dos horas de subida. Avisó a los suyos: sobre las 22:00 estaría de vuelta. Esa promesa, sencilla, se convertiría después en la primera señal de alarma.
Pasó la hora prevista y Manuel no daba señales. No respondió al teléfono, no volvió a casa, no contactó con nadie. “Desde el primer momento sabíamos que algo no iba bien, porque Manolo siempre nos dijo que volvería sobre las diez de la noche, y al no regresar supimos que le había ocurrido algo”, recordaría después su hermano José. La familia avisó a la Guardia Civil, que localizó el vehículo en Vegas de Domingo Rey y centró allí el inicio de la búsqueda.
Lo que siguió fue un despliegue enorme para una zona tan pequeña. Se organizaron batidas masivas con agentes de la Guardia Civil de Salamanca y Cáceres, bomberos voluntarios de Ciudad Rodrigo y decenas de montañeros que conocían bien la sierra. Durante semanas rastrearon caminos, cortafuegos, arroyos y laderas alrededor de Vegas de Domingo Rey, siguiendo los itinerarios más probables hacia La Canchera. A pesar del esfuerzo, no apareció ni un solo rastro: ni ropa, ni mochila, ni huellas que permitieran reconstruir los últimos pasos de Manuel.
Quienes han pateado la zona describen un terreno tan bello como traicionero. Alrededor están Maja Robledo, el nacimiento del río Hurdano, el Collado de Don Diego y áreas de monte bajo muy extensas, con desniveles, pequeños saltos de agua, cuevas y zonas donde la vegetación puede ocultarlo todo. Aquél día, además, el tiempo era malo; la familia y algunos expertos han apuntado siempre a la posibilidad de una caída en una zona abrupta o de que fuera arrastrado por el río al intentar buscar refugio.
La única pista humana conocida es el testimonio de un pastor que aseguró haberlo visto de lejos “a mitad de camino” de la ruta, caminando con su mochila, aunque sin llegar a hablar con él. Es una imagen fugaz: un hombre en ruta a media montaña, un saludo que nunca llegó, y luego el vacío. A partir de ahí, todo son conjeturas. Las batidas, incluso en las zonas más complicadas, no consiguieron localizar nada que confirmara un accidente ni que apuntara a la intervención de otras personas.
En agosto de 2017, cuando se cumplieron 131 días sin noticias, La Gaceta de Salamanca resumía el sentir general: “ni un solo rastro que pueda indicar su paradero”. Los voluntarios reconocían que habían “parcheado todo” pero que en algún punto lo habían perdido. El caso quedó en manos de la Guardia Civil como investigación abierta, pero sin nuevas líneas claras que seguir. El monte parecía haberse tragado a Manuel sin dejar huella.
En marzo de 2019, dos años después, fue la familia quien alzó la voz. Su madre, Feli, y su hermano José hablaron con la prensa para lanzar un mensaje que sonaba a ruego: “que no se olviden de Manolo”. Contaban que el caso estaba parado, que ya no se organizaban búsquedas y que solo quedaban las preguntas. “Mi madre es la que peor lo lleva. Intentamos no hablar del tema para no remover, pero hay días que inevitablemente son más complicados”, admitía entonces su hermana Covadonga.
En 2021, cuando se cumplieron cuatro años de la desaparición de Manuel Moro, la misma hermana se sinceró de nuevo: “hemos tirado la toalla”. Explicaba que al principio preguntaban constantemente, pero que con el tiempo se habían quedado sin fuerzas y sin respuestas: ninguna de las búsquedas había arrojado pistas, y el caso seguía oficialmente abierto pero, en la práctica, congelado. La Subdelegación del Gobierno reiteraba entonces que no se había cerrado el expediente, aunque reconocía que no había ninguna novedad que investigar.
A septiembre de 2024, los medios salmantinos lo siguen citando como uno de los cuatro desaparecidos sin rastro en la provincia, junto a Abraham A.D.L., José Antonio Martínez y José Luis Morantes. “El 25 de marzo de 2017 Manuel cogió su mochila y sus botas de trekking para realizar una ruta de senderismo. Se le perdió la pista en Vegas de Domingo Rey… y desde entonces nadie sabe nada del mirobrigense”, resumía un reportaje reciente sobre desaparecidos en Salamanca. Su ficha en SOS Desaparecidos continúa activa, marcando ya más de ocho años sin noticias.
¿Qué pasó realmente aquel día? La hipótesis que más repite su entorno es la de un accidente en zona muy abrupta, quizás combinado con el mal tiempo: una caída en un cortado, un resbalón hacia el cauce del río, una lesión que le impidiera moverse en un lugar donde nadie pudiera verlo. No hay indicios claros de una marcha voluntaria ni pruebas de delito; lo único tangible es un vacío en el mapa y en las vidas de quienes le esperan. La montaña, a veces, puede convertirse en un laberinto donde una sola mala decisión es suficiente para que alguien desaparezca sin dejar rastro.
El caso de Manuel Moro Martín es, al final, la historia de un hombre que conocía la sierra y de una familia que se ha quedado sin lugar al que llevar flores, sin fecha para cerrar el duelo y sin respuesta que calme la pregunta más dura: “¿dónde está?”. Mientras su nombre continúe en los carteles de personas desaparecidas, en las bases del Centro Nacional de Desaparecidos y en la memoria de los senderistas que caminan por La Canchera, esta pesadilla sigue abierta. Y cada vez que alguien comparte su ficha o vuelve a pronunciar “Manuel Moro Martín, desaparecido en Vegas de Domingo Rey el 25 de marzo de 2017”, está diciendo, de alguna manera, justo lo que pide su madre: que no se olviden de Manolo.
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