La noche en que Aurora salió con una Biblia escondida: el caso que mantiene en vilo a Tarragona desde 2004



La noche del 27 de febrero de 2004, en la urbanización Boscos de Tarragona, Aurora Mancebo Leirós salió de casa sin móvil, sin bolso, sin DNI y sin dinero. Solo se llevó algo que cogió a escondidas: una Biblia, envuelta en un pañuelo. Tenía 24 años. Sus padres la vieron marcharse con un “voy a dar una vuelta”… y jamás volvieron a verla. Veinte años después, su nombre sigue ligado a una de las desapariciones más inquietantes de la crónica negra española.  

Aurora no era una desconocida en su propio barrio, pero durante años había vivido casi encerrada. De adolescente sufrió una brutal agresión en plena calle, a manos de la nueva pareja de su exnovio, que la dejó con secuelas y un trastorno de estrés intenso. A partir de entonces, casi no salía de casa y pasó unos siete años en tratamiento, protegida por sus padres, intentando recomponer una vida que se había quebrado demasiado pronto. 

A finales de 2003 pareció llegar un pequeño respiro. Aurora empezó a dar pasos hacia fuera: nuevas amistades, salidas esporádicas a la cafetería Leman, en la Rambla Nova de Tarragona, y un interés creciente por temas espirituales y esotéricos. Su diario, donde anotaba casi todo, se fue llenando de reflexiones sobre “ángeles” y otras ideas que preocupaban a sus padres. Curiosamente, dejó de escribir de golpe el 24 de febrero de 2004, justo después de pasar su primera noche entera fuera de casa en años. Cuatro días más tarde… se desvaneció. 


El 27 de febrero fue un día extraño. Aurora canceló una cita médica, se dio un baño larguísimo y sus padres la notaron nerviosa. Cuando llegaron a casa sobre las nueve de la noche, la vieron inquieta; media hora después, salió diciendo que iba a pasear. No se llevó el teléfono, que quedó en la vivienda. Tampoco bolso ni dinero. En silencio, abrió un cajón, cogió la Biblia familiar —un libro que, según sus padres, nunca le había interesado especialmente— y la escondió entre su ropa. Era la primera vez en años que salía sola de noche. 

Ese viernes había ambiente en la ciudad. Varios testigos sitúan a Aurora en la zona de la cafetería Leman, donde un pequeño grupo de amigos celebraba un cumpleaños: dos hombres y tres mujeres. Días antes, su mejor amigo, Fidel, ya la había notado extraña, insistiendo en ir a un pub concreto del puerto deportivo, La Gioconda, como si esperara encontrarse allí con alguien. Aquella noche del 27, otro nombre entró en juego: el de Edgar Mauriz Granell, un joven de 19 años, alto, moreno, que trabajaba como camarero y conducía un Seat Ibiza rojo. 

Según la investigación, Aurora y Edgar abandonaron juntos la zona portuaria de Tarragona. Fue la última vez que alguien la vio. Su familia, al no tener noticias, empezó a preocuparse de inmediato. La llamaron al móvil y se dieron cuenta de que estaba en casa. Su padre salió a buscarla por los alrededores sin éxito. Lo que en muchos casos se toma como “una chica joven que se habrá ido por su cuenta”, aquí se convirtió desde el inicio en alarma: Aurora no se marchaba así, sin medicación, sin dinero, sin avisar. 



La respuesta del entorno fue masiva. Centenares de vecinos, Policía Nacional, Guardia Civil y voluntarios se organizaron para rastrear bosques, caminos y fincas cercanas a Boscos durante días. Se revisaron pozos, márgenes de carreteras, barrancos. Pero la sensación de que algo no encajaba se volvió certeza doce días después, cuando un vecino que paseaba con su perro encontró, en medio del bosque, un escenario que parecía preparado para ser descubierto. 

A escasos kilómetros de la casa de Aurora, en una zona que ya había sido registrada varias veces, aparecieron su abrigo, sus pantalones, su calzado, su ropa interior, sus pendientes… y la pequeña botella con arena de colores que solía llevar consigo. También estaba la Biblia que se había llevado aquella noche, envuelta en un pañuelo. Todo estaba prácticamente seco, pese a que en esos doce días había llovido. En algunas prendas se detectó sangre de Aurora. Para la familia y los investigadores, la escena olía más a puesta en escena que a abandono real. 

Desde entonces, la hipótesis principal fue clara: no se había ido por voluntad propia, sino que alguien la había hecho desaparecer. Un profesor de criminología, consultado por el programa Equipo de Investigación, señalaba la Biblia como “el gran misterio”: sus padres insistían en que Aurora no era religiosa, que solo les había preguntado días antes si aún conservaban una en casa. La idea de que el lugar de hallazgo no fuera el escenario real, sino un decorado frío plantado por alguien, se consolidó como la teoría más fuerte. 


La investigación acabó señalando a un único sospechoso: Edgar Mauriz Granell. Un compañero de trabajo declaró a la Policía que, días después de la desaparición, Edgar le había descrito con detalle cómo Aurora había perdido la vida y cómo la había enterrado en una finca familiar en El Morell, un pequeño municipio de la provincia de Tarragona. Esa confesión, sumada a los testimonios que los situaban juntos en la última noche y al famoso Seat Ibiza rojo en el que se marcharon, motivó su detención. 

Edgar pasó unos dos meses en prisión preventiva y salió bajo fianza de 12.000 euros. La finca de su familia en El Morell fue excavada, se usó georradar, se levantó tierra hasta donde la ley y los medios técnicos lo permitieron. No se hallaron restos de Aurora. Sin cuerpo, sin pruebas físicas concluyentes, el procedimiento se fue debilitando. Edgar quedó en libertad y, dos décadas después, sigue sin haber sido juzgado por este caso, aunque su nombre continúa asociado a la desaparición en todos los reportajes y crónicas. 

La familia de Aurora no se resignó. Crearon la Asociación Ciudadana por Aurora Mancebo Leirós, organizaron concentraciones, financiaron nuevas búsquedas y volvieron una y otra vez a los mismos terrenos, incluso costeando por su cuenta un georradar que marcó “puntos sensibles” que pedían excavar. En 2022, dieciocho años después, las cámaras de televisión volvieron a grabar cómo se revisaba un pozo en El Morell, en otro intento desesperado por encontrar lo que pudiera quedar de ella. Tampoco allí hubo resultados. 


Programas como Crims o Equipo de Investigación han reconstruido la última semana de vida conocida de Aurora: la salida a La Gioconda con Fidel, su mirada “rara” e intranquila, el grupo de nuevos amigos vinculados a temas espirituales, la figura de Edgar entrando y saliendo de su entorno. Mientras tanto, el tiempo procesal ha seguido corriendo. En 2024, al cumplirse veinte años de la desaparición, el Diari de Tarragona recordaba el caso y recogía la frase que resume el sentir de sus padres: saben, en su interior, a quién señalan, pero la justicia nunca ha podido responderles. 

Hoy, la desaparición de Aurora Mancebo es una herida abierta en Tarragona: no hay cuerpo, no hay sentencia, no hay lugar al que llevar flores. Solo un conjunto de prendas encontradas demasiado tarde y demasiado secas, una Biblia donde nadie esperaba verla y la sensación de que alguien tuvo tiempo de mover cada pieza antes de que el foco se encendiera. ¿Cómo se sigue viviendo cuando sabes que tu hija salió de casa con la promesa de “ya os lo contaré” y la única respuesta que obtienes son silencios y escenarios impostados en mitad de un bosque? ¿Y cuántos casos como el de Aurora siguen a la espera de que alguien rompa, por fin, el pacto de mentiras, silencio y tiempo que los mantiene en la oscuridad?

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