El 8 de noviembre de 2022, la señal del móvil de Sandra Bermejo se apagó frente al Cantábrico, en uno de los paisajes más imponentes y solitarios de Asturias: el Cabo Peñas. Desde ese día, el “caso Sandra Bermejo” se convirtió en uno de los misterios recientes más inquietantes de España: una psicóloga madrileña, 32 años, que sale a dar un paseo… y termina apareciendo, semanas después, en el mismo lugar, sin que nadie pueda explicar con certeza qué ocurrió entre esos dos momentos.
Sandra había nacido y crecido en Madrid. Psicóloga, inquieta, muy vinculada al mundo del bienestar y la ayuda a los demás, se trasladó a Gijón en 2020 buscando una vida más tranquila cerca del mar. Trabajaba dando terapia, hacía formación, mantenía contacto con su entorno madrileño y se había acostumbrado a recorrer en solitario algunos rincones naturales de Asturias, donde encontraba calma y silencio para desconectar de la intensidad emocional de su profesión.
El 8 de noviembre fue, en apariencia, un día normal. Estaba afincada en Gijón, tenía citas, planes, rutinas. A media tarde, su rastro digital se dirige hacia el Cabo Peñas, en el concejo de Gozón. A las 17:00 horas, aproximadamente, un repetidor de telefonía registra por última vez la señal de su móvil en el aparcamiento más cercano a la Peña Gaviera, un mirador natural sobre un acantilado que se alza decenas de metros sobre el mar. Después de ese registro… nada. Silencio.
Poco después, su coche aparece correctamente cerrado en ese mismo estacionamiento. Dentro están su bolso, la documentación, las tarjetas bancarias. Afuera no hay signos de forcejeo ni de robo. Falta, sin embargo, un elemento clave: el teléfono. Para los investigadores, esa combinación de detalles abre un abanico de hipótesis; para la familia, desde el primer momento, es una señal de alarma: “si te vas con alguien conocido, ¿dejas tu coche, tu bolso, tu documentación y tus tarjetas ahí?”.
La búsqueda se activa de inmediato. Guardia Civil, Policía Nacional, equipos de rescate de montaña, drones, unidades caninas y embarcaciones rastrean durante días la costa asturiana entre neblinas, viento y olas golpeando contra la roca. Voluntarios, vecinos y personas llegadas desde Madrid recorren sendas, miradores, playas y aldeas. Se revisan citas, llamadas, redes sociales y contactos recientes. Pero el paisaje parece haberse tragado a Sandra sin dejar rastro visible.
Mientras el operativo avanza, las explicaciones se bifurcan. La Policía de Gijón baraja, al principio, tres posibilidades: desaparición voluntaria, incidente accidental en la zona de acantilados o acción de terceros. Con el paso de los días, y ante la falta de indicios de violencia en el coche o en el entorno inmediato, el peso de la investigación se inclina hacia dos líneas: un posible percance en la zona o un acto autoinfligido, sin descartar del todo otras opciones. La familia, en cambio, insiste en que se trata de una desaparición forzosa.
El 23 de diciembre de 2022, un pescador localiza restos humanos en una zona rocosa del Cabo Peñas, en un área de difícil acceso donde el Cantábrico golpea con fuerza la base del acantilado. Es el mismo entorno donde se perdió la pista de Sandra mes y medio antes. El hallazgo reabre el caso con un tono más oscuro: ya no se trata solo de localizar a una mujer desaparecida, sino de entender qué la llevó hasta allí y en qué circunstancias se produjo su final.
El 4 de enero de 2023, la confirmación llega desde los laboratorios de Policía Científica: el perfil genético de esos restos coincide con el de Sandra Bermejo. La asociación SOS Desaparecidos desactiva la alerta; la familia, mientras tanto, recibe la noticia con una mezcla de dolor y rechazo a la versión que empieza a imponerse desde los informes oficiales. Para ellos, Sandra no encaja en la idea de alguien que se acerca al borde de un acantilado para provocarse un daño ni de quien se descuida al punto de caer sin más.
Los suyos recuerdan que tenía planes a futuro, proyectos profesionales, vínculos fuertes y una personalidad que no reconocen en las hipótesis de incidente fortuito o de daño autoinducido. A través de portavoces y de su entorno, la familia descarta de forma tajante tanto el accidente simple como la idea de que ella hubiera provocado su final. Se aferran a preguntas que nadie ha sabido cerrar: ¿dónde está el teléfono?, ¿cómo llegó exactamente hasta la base del acantilado?, ¿por qué apareció en una zona que, según ellos, no encaja con la dinámica de una caída directa?
Los investigadores, por su parte, hacen público otro relato: los informes forenses no muestran signos claros de una agresión previa ni huellas que apunten con fuerza a la intervención de otra persona; las lesiones son compatibles con una caída desde altura en un entorno extremadamente escarpado. Ante la ausencia de indicios de acción violenta por parte de terceros, la Policía concluye que la opción más probable es un percance o un acto autoinfligido sin participación ajena, aunque subraya que nunca se alcanzará una certeza absoluta sobre cada minuto de aquella tarde.
En junio de 2023, el Juzgado de Instrucción número 7 de Avilés dicta auto de sobreseimiento y archiva la causa: con los informes de Medicina Legal y las pruebas practicadas, el juez considera que no hay evidencias de participación de terceras personas en el fallecimiento de Sandra. La familia presenta recurso, convencida de que aún hay líneas de trabajo por explorar. Pese a ese recurso, la realidad judicial a día de hoy es clara: el procedimiento se cerró sin que se declarara la existencia de un delito.
Un año después de la desaparición, la prensa asturiana resumía el “caso Sandra Bermejo” con una frase que lo dice todo: múltiples hipótesis, ninguna certeza. Los acantilados de Cabo Peñas siguen recibiendo turistas, caminantes y amantes de la naturaleza sin que nadie pueda señalar el punto exacto donde terminó la vida de la psicóloga madrileña. En la memoria colectiva quedan el coche intacto en el aparcamiento, la ruta sin testigos, la señal del móvil silenciada y un mar que devolvió solo fragmentos de una historia que nunca se ha podido reconstruir del todo.
Hoy, el nombre de Sandra Bermejo se ha convertido en símbolo de esos casos en los que la frontera entre lo accidental, lo voluntario y lo criminal nunca termina de definirse. Un expediente archivado, una familia que se resiste a aceptar la versión oficial y un paisaje que, cada vez que la niebla se cierra sobre el cabo, parece guardar secretos que nadie ha logrado arrancarle. ¿Cómo se convive con un final que está certificado en papel… pero no explicado en la conciencia de quienes conocían a la víctima? ¿Y cuántas otras historias, como la de Sandra, quedan suspendidas entre informes técnicos y sospechas familiares, atrapadas para siempre en ese punto ciego donde la verdad se diluye?
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