La mañana del 20 de mayo de 2014, Khrystyna Savenchuk salió de su casa en Xàbia con un destino sencillo: el IES Nº1, a cinco minutos caminando. Tenía 14 años —en algunos informes se habla de 15—, era de origen ucraniano y llevaba tres años viviendo en la Costa Blanca. Esa mañana, como tantas otras, su padre la vio salir “de refilón” por la puerta. Nunca más volvió a verla.
Su familia había emigrado desde Ucrania en 2011 buscando tranquilidad y oportunidades. En Jávea, Khrystyna estudiaba en el IES Nº1 / La Mar y trataba de adaptarse al idioma, a los compañeros, a una vida completamente nueva. Según contaron sus padres y recogieron varios medios, le costaba hacer amistades, pasaba muchas horas en su habitación con el ordenador y en los últimos meses se mostraba más reservada de lo habitual.
Aquel martes salió de casa sobre las siete y media de la mañana, pero hay un detalle inquietante: no se llevó la mochila del instituto. Solo el teléfono móvil y la ropa que vestía. No llegó a entrar en clase; los profesores confirmaron después que no asistió a ninguna asignatura ese día. Para sus padres, la alarma saltó cuando no regresó a la hora habitual y el móvil empezó a sonar sin respuesta.
Al día siguiente, su madre Natalia se presentó desesperada en el centro educativo. Allí descubrieron algo más: una compañera aseguró haber visto a Khrystyna cerca de la avenida Augusta, donde se encuentra el instituto; otra dijo haberla visto poco después en el cine Jayan, camino del puerto. Todo apuntaba a que, en lugar de girar hacia el instituto, siguió recto hacia la zona del mar. Un desvío mínimo… que cambió todo su destino.
La denuncia se presentó esa misma noche del 20 de mayo ante la policía local, y de inmediato comenzaron las primeras batidas en Jávea y alrededores. Vecinos, amigos, estudiantes y profesores se organizaron para pegar carteles y recorrer los lugares que más frecuentaba la menor. El caso, desde el inicio, se consideró de riesgo: una adolescente sin documentación, sin dinero y sin experiencia para moverse sola lejos de su entorno.
Dos semanas después llegó un golpe todavía más duro. Revisando su armario, sus padres encontraron una carta manuscrita en ucraniano, escondida entre la ropa. En ese texto, Khrystyna hablaba del final de una relación con un chico al que conocía por internet, decía que había perdido la ilusión y se despedía de sus padres pidiéndoles que no sufrieran por ella. La familia llevó de inmediato la carta a la Guardia Civil, que intensificó la búsqueda ante el temor de que pudiera hacerse daño.
Los investigadores se volcaron en el rastro digital. Al analizar el ordenador de Khrystyna descubrieron que alguien había borrado los últimos nueve días de historial de navegación y búsquedas antes de su desaparición. También rastrearon el teléfono móvil: la última señal conocida no se registró en Jávea, sino en una estación de servicio de Sagunto, a unos 150 kilómetros al norte, ese mismo día por la tarde. Después, el móvil se apagó o dejó de emitir.
La pregunta entonces fue obvia: ¿cómo llegó una menor sin dinero ni documentación desde Jávea hasta Sagunto? La hipótesis de que hubiera viajado acompañada cobró fuerza. Al mismo tiempo, la investigación destapó una relación intensa por internet con un chico de origen ruso que vivía en Alemania, cerca de Koblenz. Él fue identificado y tomado declaración; negó cualquier implicación y, hasta hoy, no se ha podido probar que participara en la desaparición, pero su figura sigue flotando en el expediente.
La comunidad educativa se volcó públicamente. Se organizaron concentraciones en el IES Nº1, minutos de silencio y lecturas de manifiestos en varios idiomas pidiendo la vuelta de la “niña de Jávea”. El director, Vicent Chorro, llegó a admitir en voz alta la posibilidad de que el centro no hubiera detectado a tiempo el “infierno” que ella pudiera estar viviendo, e insistió en que cualquier alumno que sufriera acoso o violencia pidiera ayuda sin miedo.
Paralelamente, se buscaron escenarios de riesgo en el entorno natural que ella solía visitar. Se peinaron el Cap de Sant Antoni, la zona del faro, acantilados y la Cova Tallada, con embarcaciones y helicóptero, ante la posibilidad de que hubiera tenido un final trágico junto al mar. No se encontró ni una prenda, ni un objeto, ni un indicio firme. La costa seguía muda.
Con el paso de los años, el caso de la menor ucraniana desaparecida en Xàbia nunca se archivó del todo. La Guardia Civil ha mantenido la investigación abierta y, según fuentes recogidas por medios nacionales, trabaja con un escenario “muy oscuro” en el que resulta difícil creer en una marcha voluntaria. Se manejan hipótesis que van desde una captación por internet y salida encubierta de España, hasta la posible intervención de redes que operan más allá de la Marina Alta.
En noviembre de 2025, el programa “À Punt et busca” y varios reportajes de televisión volvieron a poner el caso de Khrystyna Savenchuk en primera línea. Recordaron que hoy tendría alrededor de 25–27 años y que no se descarta que esté viva, quizá en algún punto de Europa, gracias a la facilidad de movimiento dentro del espacio Schengen. El eco mediático reabrió heridas… pero también trajo de vuelta la pregunta que nunca se fue: ¿qué pasó realmente aquel 20 de mayo?
En Xàbia, cada aniversario se recuerda su rostro: actos en el instituto, concentraciones, carteles renovados, publicaciones en redes donde su familia sigue pidiendo algo tan sencillo y tan enorme como una pista. La ficha de SOS Desaparecidos sigue activa, con su altura, su peso, su melena castaña y aquella mirada adolescente congelada en 2014, mientras el tiempo avanza sin respuestas.
Porque el caso de Khrystyna Savenchuk no es solo la desaparición de una estudiante camino al instituto; es la historia de una ruta desviada hacia el puerto, de un teléfono que viaja sin explicación hasta una gasolinera lejana y de un silencio digital cuidadosamente borrado. ¿Fue realmente una huida solitaria de una chica rota por dentro, o alguien aprovechó su vulnerabilidad para llevársela lejos de Jávea sin dejar huellas? ¿Y cuántas más Khrystyna siguen hoy tras una pantalla, tecleando mensajes que nadie sospecha que podrían ser el primer paso hacia una desaparición que, años después, aún no sabemos cómo contar?
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