María Jesús “Maje” Moreno y Antonio Navarro: el crimen de Patraix, el garaje de Valencia y la mentira que se sostuvo hasta que las grabaciones hablaron



Aquella mañana del 16 de agosto de 2017, el barrio de Patraix (Valencia) despertó como cualquier otro día de verano: persianas a medias, calor pegado a las paredes y vecinos pensando en lo de siempre. En el garaje de un edificio de la calle Calamocha, un hombre llamado Antonio Navarro Cerdán, ingeniero, se disponía a salir hacia su jornada. Nadie imaginaba que ese trayecto de rutina iba a terminar en el lugar más inesperado: el mismo punto donde guardas el coche, donde crees que estás a salvo. 

Antonio tenía 35 años y estaba casado con María Jesús Moreno Cantó, conocida mediáticamente como “Maje”, enfermera. La imagen hacia afuera era la de una pareja joven, de vida normal, de esas que parecen estar construyendo futuro. Pero en este caso, lo que se veía por fuera no tenía nada que ver con lo que se estaba gestando por dentro, en mensajes, llamadas y silencios calculados. 

En ese garaje, Antonio fue sorprendido y recibió un ataque con un objeto punzante. Su vida se apagó allí mismo, antes de poder pedir ayuda, antes de entender qué estaba pasando. El lugar donde debía comenzar el día se convirtió en escena de horror: un cuerpo en el suelo, un edificio que tardó minutos en comprender que no era un “accidente”, y una pregunta inmediata que se repitió en los portales: ¿quién podía hacer algo así y por qué? 


Al principio, el caso se investigó sin un móvil claro. En los crímenes de garaje, la primera sospecha suele ir hacia el robo o el asalto. Pero aquí había algo que no encajaba: no era un golpe impulsivo, sino una emboscada. Quien lo esperaba conocía la hora, el sitio y la rutina. Y cuando la policía entiende eso, el foco cambia: ya no se mira hacia la calle, se mira hacia el entorno más cercano. 

En ese entorno estaba su esposa. Durante los primeros compases, Maje fue “la viuda”, la mujer que llora, la que recibe abrazos, la que se sostiene como puede ante una pérdida incomprensible. Pero la investigación avanzó y empezó a dibujar otra cara: la de una vida paralela, con relaciones ocultas, mensajes cruzados y un vínculo especialmente relevante con un compañero del ámbito sanitario. 

Ese hombre era Salvador Rodrigo Lapiedra, auxiliar de enfermería y compañero de trabajo de Maje. Su nombre fue creciendo dentro del caso como crecen los nombres que no deberían aparecer: primero como sospecha, luego como pieza clave. Y a partir de ahí, el crimen de Patraix empezó a mostrar su estructura real: no era un hecho aislado, sino una trama íntima en la que alguien convenció a otro para hacer lo irreversible. 


Una de las bisagras del caso fueron las intervenciones telefónicas y el rastro digital. La historia se fue construyendo con conversaciones, notas, encuentros, contradicciones y pruebas que no dependen de la memoria de nadie: dependen de lo que quedó registrado. Y cuando los investigadores empezaron a escuchar ciertas llamadas, el relato público cambió de rumbo para siempre. 

La justicia terminó sosteniendo que Maje fue quien impulsó el plan, y que Salvador fue quien ejecutó el ataque en el garaje. Lo más inquietante es la frialdad práctica: la llave, el acceso, la hora exacta, el “hazlo así”. No es una historia de rabia momentánea, sino de preparación. Y cuando un crimen se prepara, el miedo que deja no se limita a la víctima: se contagia a cualquiera que alguna vez bajó a un garaje creyendo que la rutina lo protege. 

El juicio llegó en 2020 y se siguió con atención máxima. El 30 de octubre de 2020, un jurado popular declaró culpables a ambos acusados. La imagen que quedó en el imaginario fue la de una verdad cayendo por su propio peso tras meses de investigación: la “viuda” no era solo viuda, y el compañero no era solo compañero. Era, según el veredicto, un crimen planificado desde dentro. 


Poco después, llegó la sentencia: 22 años de prisión para María Jesús Moreno (por el agravante de parentesco) y 17 años para Salvador Rodrigo. No fue un cierre emocional —porque el cierre emocional no existe cuando alguien pierde a un hijo, un hermano, un amigo—, pero sí fue un cierre judicial contundente: culpabilidad y penas claras. 

Más adelante, el caso volvió a moverse por instancias superiores. En enero de 2022, se informó de que el Tribunal Supremo confirmó la pena de 17 años para Salvador Rodrigo. Según la misma información, Maje no recurrió ante el Supremo. Esa confirmación terminó de sellar el destino penal del autor material, dejando el caso firme en una parte esencial. 

Con los años, la historia siguió reapareciendo por su impacto mediático, y en 2025 volvió a conversación pública por una adaptación en plataformas, lo que reabrió el debate de siempre: cómo se cuenta un crimen real cuando hay una víctima y una familia que sigue viviendo con la ausencia. El problema no es hablar del caso; el problema es olvidarse de que esto no es ficción para quienes quedaron atrás. 


Porque detrás de todo, Antonio Navarro Cerdán sigue siendo el centro real: un hombre que bajó a su garaje para ir a trabajar y no volvió. El crimen de Patraix se convirtió en símbolo no solo por lo que pasó, sino por lo que revela: que la traición más peligrosa no siempre viene de un desconocido, y que el daño puede entrar disfrazado de confianza, de pareja, de “hogar”. 

Este caso también deja una enseñanza incómoda sobre señales y control. No siempre hay gritos visibles desde la calle. A veces lo que existe es doble vida, manipulación emocional, mentiras sostenidas, aislamiento, presión. Cuando una relación te empequeñece, cuando te hace caminar con miedo, cuando te obliga a justificar lo injustificable… eso no es amor: es una alarma.

Si tú o alguien cercano está viviendo control, amenazas o miedo dentro de una relación en España, hay recursos que pueden ayudar incluso aunque no exista denuncia previa. El 016 atiende 24/7 (no aparece en la factura; aun así conviene borrar el registro del dispositivo), y también existe el WhatsApp 600 000 016 y el correo 016-online@igualdad.gob.es. En peligro inmediato, llama al 112. 

El crimen de Patraix terminó con condenas, sí, pero dejó algo más difícil: una advertencia. La rutina puede romperse en el sitio más cotidiano, y la confianza puede ser utilizada como llave para lo irreparable. Por eso este caso sigue helando la sangre tantos años después: porque no ocurrió “en un callejón”, ocurrió en casa, en un garaje, en la vida real… donde nadie cree que le puede tocar hasta que ya es tarde.

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