Marta del Castillo Casanueva: la tarde del 24 de enero, las siete versiones y la búsqueda que nunca terminó




Marta del Castillo Casanueva tenía 17 años, vivía en Sevilla y aquel 24 de enero de 2009 salió de casa con una normalidad que hoy duele solo de pensarlo. Era una tarde cualquiera en el barrio, de esas en las que una madre pregunta a qué hora vuelves y una hija responde sin darle demasiada importancia. Marta quedó con su exnovio, Miguel Carcaño, y ese simple plan —verse, hablar, arreglar asuntos— terminó convirtiéndose en el comienzo de uno de los casos más angustiosos y mediáticos de España. 

Esa noche, cuando Marta no regresó, el reloj empezó a pesar como plomo. La familia llamó a sus amistades, buscó explicaciones rápidas, caminó calles con una mezcla de esperanza y miedo. La denuncia por desaparición se formalizó de madrugada y, desde el primer momento, la investigación se agarró a un punto clave: la última persona con la que se sabía que había estado. En barrios donde todo parece cerca, la distancia entre “la vi hace un rato” y “no está” puede ser una fractura que ya no se recompone. 

En los primeros días, Sevilla se llenó de carteles, batidas y llamadas a la colaboración ciudadana. Pero mientras el ruido crecía fuera, dentro del caso se abría una grieta inquietante: las versiones. La historia de Marta quedó marcada por declaraciones cambiantes sobre qué ocurrió y, sobre todo, sobre algo que todavía hoy duele más que cualquier titular: dónde está. Porque aquí el tiempo no solo se midió en días de búsqueda, sino en promesas rotas y en lugares señalados que, una y otra vez, no devolvieron nada. 



Cuando la investigación avanzó, el nombre de Miguel Carcaño quedó en el centro. Lo que se reconstruyó judicialmente fue que Marta estuvo en un domicilio de la calle León XIII y que aquella noche ocurrió una agresión que terminó con que le quitaran la vida. Lo terrible, lo que convierte el caso en una pesadilla larga, es que ese “final” nunca vino acompañado de lo que toda familia necesita para poder despedirse: un lugar, una certeza completa. 

A partir de ahí, la historia se convirtió en un mapa de búsquedas. Se habló del Guadalquivir, de un vertedero, de distintas zonas y de pistas que se abrían como puertas… para cerrarse después con el mismo golpe: no estaba. Cada nueva localización señalada levantaba expectativas, movilizaba recursos y devolvía a la familia al mismo punto, como si la verdad se asomara y luego se escondiera otra vez. Esa dinámica fue una de las marcas del caso: la sensación de que siempre faltaba un paso, siempre faltaba una pieza, siempre faltaba el dato que no se estaba diciendo. 

El juicio y las sentencias trajeron una verdad judicial sobre lo ocurrido, pero no la verdad completa sobre el paradero del cuerpo. Miguel Carcaño fue condenado por haberle quitado la vida a Marta, y el Tribunal Supremo abordó después cuestiones relevantes del caso en casación. En paralelo, el procedimiento dejó fuera condenas por el hecho principal para otras personas inicialmente señaladas, lo que alimentó durante años la sensación de laberinto: había condena, sí, pero la historia seguía incompleta, y cuando una familia no puede encontrar a su hija, lo incompleto lo ocupa todo. 


En ese laberinto apareció también el nombre de Francisco Javier García, conocido como “El Cuco”, entonces menor, que fue condenado por encubrimiento en el ámbito de menores, mientras el foco público seguía girando alrededor de contradicciones y relatos cambiantes. Con los años, su figura y la de su madre volvieron al centro por un motivo distinto: el debate sobre si mintieron en sede judicial y qué consecuencias podía tener eso. 

En junio de 2024, la Audiencia de Sevilla absolvió a “El Cuco” y a su madre del delito de falso testimonio en el procedimiento que se había abierto por sus declaraciones, según informó RTVE. Para la familia de Marta, esa absolución no fue un simple “capítulo legal”: fue otra sensación de puerta cerrada, otra capa de frustración en un caso donde el dolor se multiplica cada vez que la justicia no consigue arrancar la información que falta. 

Y, aun así, la búsqueda no se apagó. A lo largo de los años se autorizaron y se realizaron nuevas actuaciones y rastreos en distintos puntos, con la esperanza de que un informe técnico, una corriente del río, un movimiento de tierra o una pista tardía hiciera aparecer lo que nadie ha logrado encontrar. El caso fue entrando y saliendo de los titulares, pero para los padres de Marta los titulares no cambian nada: lo único que cambia su vida es saber dónde está su hija. 


Lo más inquietante del caso Marta del Castillo no es solo el crimen, sino el mecanismo que lo volvió interminable: las versiones. Cada relato distinto no fue solo confusión; fue tiempo perdido, búsquedas en falso, esperanza levantada y derrumbada. Y cuando esa repetición dura años, empieza a parecer que el propio caso se alimenta del silencio, como si la verdad completa dependiera de una sola frase que alguien se niega a pronunciar. 

En Sevilla, el nombre de Marta se convirtió en símbolo de muchas cosas: de la necesidad de respuestas, del dolor de las familias que buscan, del papel de los medios, de la presión social cuando falta alguien joven. Pero, sobre todo, se convirtió en símbolo de una ausencia concreta: una silla vacía que no se llena con condenas si no hay un lugar donde llevar flores, donde decir adiós, donde cerrar el círculo de lo humano. 

Han pasado años y el caso sigue teniendo un corazón que no cambia: Marta salió una tarde de enero y nunca volvió. Esa frase, tan simple, es la que rompe por dentro porque no debería existir. Y es ahí donde la historia se vuelve verdaderamente oscura: cuando una ciudad entera recuerda una fecha —24 de enero— como si fuera una cicatriz, y cuando una familia sigue caminando la misma pregunta sin cansarse, porque rendirse sería aceptar que el silencio ganó. 


A día de hoy, lo verificable en fuentes públicas es que hubo una condena firme para Miguel Carcaño por la muerte de Marta, que el paradero del cuerpo continúa sin conocerse, y que en 2024 se produjo la absolución de “El Cuco” y su madre en el procedimiento por falso testimonio. Y, mientras eso siga así, el caso Marta del Castillo no será solo un expediente: seguirá siendo una historia abierta, escrita a base de ausencia, donde lo único que falta —y lo único que importa de verdad— es encontrarla.

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