Anabel Segura, de 22 años, salió a correr como hacía habitualmente.
Deportiva, vital y llena de sueños, aquel día nada parecía alterar la tranquilidad del vecindario.
Pero su rutina terminó en tragedia cuando un coche se detuvo junto a ella y dos hombres la obligaron a entrar por la fuerza.
En cuestión de segundos, Anabel desapareció.
Lo que parecía un lugar seguro se convirtió en escenario de uno de los secuestros más mediáticos de los años 90 en España.
Su familia, desconcertada, denunció la desaparición y pronto recibiría las primeras señales de los secuestradores: exigían 150 millones de pesetas (casi un millón de euros) a cambio de su liberación.
La pesadilla apenas comenzaba.
Lo que la familia desconocía era que Anabel ya no estaba con vida.
Pocas horas después del secuestro, los criminales habían acabado con ella.
Sin embargo, durante meses siguieron extorsionando a los Segura con llamadas y falsas promesas de liberación.
Un juego macabro que prolongó el sufrimiento de sus padres, convertidos en rehenes de la mentira.
La prensa cubrió el caso día tras día.
La historia de Anabel llenaba titulares, tertulias y portadas, generando un clima de indignación nacional.
¿Cómo era posible que una joven desapareciera a plena luz del día en una de las zonas más vigiladas de la capital?
El miedo y la sensación de vulnerabilidad crecieron en toda la sociedad española.
Durante más de dos años, el misterio se mantuvo sin resolverse.
Hasta que, en 1995, la Guardia Civil logró cerrar el círculo.
Las investigaciones señalaron a Emilio Muñoz y Cándido Ortiz, dos hombres con problemas económicos que habían ideado el secuestro como un plan de enriquecimiento rápido.
El plan se derrumbó con la confesión de uno de ellos.
Gracias a esa confesión, los agentes encontraron el cuerpo de Anabel en una fosa en una zona boscosa de Seseña, Toledo.
La verdad golpeó con fuerza: Anabel había sido asesinada el mismo día de su secuestro.
Todo lo ocurrido después fue una cruel manipulación destinada únicamente a obtener dinero.
El juicio confirmó las sospechas.
Ambos secuestradores fueron declarados culpables y condenados a penas de más de 40 años de prisión.
Sin embargo, nada podía reparar el daño causado a la familia Segura, que había vivido dos años aferrada a la esperanza de que su hija aún estuviera viva.
El caso de Anabel Segura marcó un antes y un después en España.
Mostró que la sensación de seguridad en zonas residenciales privilegiadas podía quebrarse en cuestión de segundos.
También dejó en evidencia cómo la ambición y la desesperación podían convertir a dos hombres en verdugos de una vida inocente.
Anabel tenía 22 años.
Era alegre, independiente y estaba en la plenitud de su juventud.
Sus últimos pasos fueron de deporte y confianza, hasta que se cruzó con la codicia disfrazada de oportunidad.
Porque a veces, lo más aterrador no es caminar de noche por un callejón oscuro…
sino descubrir que el peligro puede acecharte en pleno día, en el lugar donde menos lo esperas.
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