Era la madrugada del 14 de agosto de 2003, en Coín, un pequeño municipio de Málaga.
Las fiestas del pueblo acababan de terminar, y las calles aún guardaban el eco de la música y el olor a pólvora.
Entre los vecinos que regresaban a sus casas estaba Sonia Carabantes, una joven de 17 años que había pasado la noche con sus amigas.
Se despidió de ellas y emprendió sola el camino de vuelta a casa.
Nunca llegó a cruzar el umbral de su puerta.
Al día siguiente, su familia denunció la desaparición.
La alarma recorrió el pueblo como un rayo.
Vecinos, voluntarios y Guardia Civil se unieron para peinar olivares, caminos y cortijos cercanos.
Cada minuto que pasaba aumentaba la angustia.
Y cinco días después, el 19 de agosto, la búsqueda terminó con la peor noticia: el cuerpo de Sonia fue hallado en un olivar, con claros signos de violencia.
La indignación se mezcló con el dolor.
La investigación comenzó de inmediato, pero los primeros días resultaron desconcertantes.
No había testigos directos ni sospechosos evidentes.
La presión social y mediática crecía, mientras los investigadores analizaban minuciosamente la escena en busca de cualquier detalle que pudiera señalar al culpable.
El giro llegó gracias a la ciencia.
Los restos biológicos recogidos en el caso de Sonia fueron comparados con bases de datos y coincidieron con otro crimen ocurrido en 1999 en Mijas: el de Rocío Wanninkhof.
Esa conexión reveló lo que nadie esperaba: ambas jóvenes habían caído en manos del mismo depredador.
El asesino tenía nombre: Tony Alexander King, un ciudadano británico con un historial de agresiones sexuales en Reino Unido.
Había logrado instalarse en España bajo una identidad nueva, ocultando su pasado delictivo.
Fue detenido en septiembre de 2003, y la investigación confirmó que estaba detrás no solo del crimen de Sonia, sino también del asesinato de Rocío.
El juicio fue demoledor.
King fue condenado en 2006 a 36 años de prisión por la muerte de Sonia Carabantes, y a otra condena similar por el asesinato de Rocío Wanninkhof.
Las pruebas de ADN, su historial y su propia confesión cerraron el caso.
Pero la verdad dejaba al descubierto un error judicial que pesará siempre en la memoria colectiva.
Durante años, Dolores Vázquez, expareja de la madre de Rocío, había sido acusada y condenada injustamente por ese crimen.
Pasó 17 meses en prisión siendo inocente, mientras el verdadero culpable seguía libre y repitió su patrón con Sonia.
El caso no solo reveló la brutalidad de un asesino, sino también las consecuencias de una justicia influenciada por prejuicios y presión mediática.
El asesinato de Sonia Carabantes marcó un antes y un después en la investigación criminal en España.
Impulsó mejoras en el uso de la genética forense, en la cooperación internacional para vigilar a delincuentes reincidentes y en la reflexión sobre cómo los juicios mediáticos pueden arruinar vidas inocentes.
Sonia tenía 17 años.
Era alegre, soñadora y con un futuro lleno de posibilidades.
Pero se cruzó con un depredador que nunca debió haber tenido la oportunidad de atacar de nuevo.
Porque a veces, lo más aterrador no es solo perder a alguien…
sino descubrir que la justicia miró hacia el lugar equivocado, dejando al verdadero monstruo libre para volver a matar.
0 Comentarios