Tenía 15 años, una devoción por la música y la moda, y el hábito de avisar siempre si iba a llegar tarde. La madrugada del lunes 18 de febrero de 2019 la pasó en casa de su hermana, en el barrio de Britz (Neukölln, Berlín). A las 7:46, el teléfono de Rebecca se conectó por última vez al wifi del hogar; alrededor de las 8:15, una amiga abrió un Snapchat donde la vio con sudadera de BTS, una chaqueta rosa, vaqueros rotos y zapatillas Vans. Ese día su escuela —la Walter-Gropius-Schule, en la Fritz-Erler-Allee— empezaba tarde, a las 9:50. No llegó. Tampoco apareció su mochila roja Vans, la bolsa beige-rosa, ni una manta lila de la casa. Desde entonces, todo ha sido eco.
La cronología de aquella mañana se volvió quirúrgica. El cuñado regresó de una fiesta sobre las 5:45; a las 7:00, la hermana salió con su hija rumbo al trabajo. Cuando la madre llamó a las 7:15 y, luego, a las 8:25, solo saltó el buzón de voz. Nadie vio a Rebecca abandonar la vivienda. A las pocas semanas, en televisión —Aktenzeichen XY— un investigador del LKA pidió testigos y reveló un dato que reorientó la pesquisa: el coche familiar, un Renault Twingo frambuesa usado por el cuñado, fue captado por control de matrículas en la A12 hacia Frankfurt (Oder) a las 10:47 del 18 de febrero y de nuevo a las 22:39 del día siguiente.
Con el paso de los años, la hipótesis oficial se endureció: la Tercera Comisaría de Homicidios sostiene que Rebecca no salió con vida de la vivienda de su hermana; el cuñado fue detenido dos veces y liberado por falta de pruebas. La línea digital, sin embargo, avanzó a la velocidad de un expediente pesado: la fiscalía pidió a Google datos de Rebecca y del cuñado en 2020; llegaron en 2021 y su decodificación no se completó hasta 2023. En abril de 2023, los investigadores registraron de nuevo la casa y practicaron pruebas acústicas; según la prensa, buscaban objetos con los que pudiera haberse cometido una estrangulación. Nada concluyente. El expediente siguió abierto… y mudo.
Cada aniversario reaviva preguntas viejas con nombres nuevos. Un video vecinal —analizado por la fiscalía en 2024— mostró, según WELT, el Twingo pasando por la calle cercana a las 7:24 y regresando 46 minutos después; no aportó avances, pero afianzó la sospecha de que el coche se movió cuando Rebecca aún debería estar en casa. Al mismo tiempo, la policía ha pedido prudencia a los “investigadores” aficionados cuyo celo, advierte la fiscalía, entorpece el trabajo: seis años después, la presión pública es inmensa y el margen para los errores, mínimo.
Queda un vacío insoportable entre la rutina de una mañana escolar y el vértigo de una desaparición. ¿Salió con su manta lila para un encuentro secreto? ¿La interceptaron antes de cruzar el umbral? ¿O la verdad está encerrada todavía en las paredes donde durmió por última vez? De Rebecca no hay cuerpo, ni huellas en el bosque, ni señales en el agua. Solo un pasillo, un coche, y un reloj detenido a las 7:46. Y el miedo, tan berlinés y tan humano, de que el silencio se haga costumbre y, a fuerza de repetirse, parezca normal.
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