Su plan parecía sencillo para alguien con sus tablas: había salido de Benasque el día anterior para una ruta de varios días y contemplaba pernoctar en el refugio no guardado de Vénasque, muy cerca de la cumbre donde se tomó la foto. Tras aquellos mensajes, llegó incluso una videollamada de 90 segundos con Dan Colegate. Ninguna señal más. Nadie la vio volver por el Portillón de Benasque; nadie la vio seguir hacia el Port de la Glère. Sólo la certeza de una caminante sola en una cordillera que conocía bien.
Cuando no regresó, Dan dio la alerta el 25 de noviembre. La búsqueda se desplegó a ambos lados de la muga: Pelotón de Gendarmería de Alta Montaña en Francia, equipos españoles, helicópteros, rastreos en altura. El temporal cortó pronto el esfuerzo y la nieve selló las huellas: a inicios de diciembre se suspendieron las batidas, para reanudarse con el deshielo de la primavera siguiente. El paisaje, entretanto, acumuló sus secretos bajo capas de hielo y piedra.
El 23 de julio de 2021, un corredor de montaña halló un cráneo junto a la traza bajo el Port de la Glère, unos kilómetros al oeste del último punto confirmado. Una semana después, las pruebas de ADN confirmaron que pertenecía a Esther; el resto de su equipo no aparecía en las inmediaciones pese a nuevas revisiones. El 9 de agosto, fue Dan quien localizó el cuerpo y las pertenencias en una zona alta y difícil, muy cerca de donde se encontró el hueso. Los investigadores añadieron un matiz frío: los animales salvajes posiblemente habían desplazado restos montaña abajo.
La conclusión oficial llegó enseguida: accidente. Según la fiscalía francesa y la policía, Esther habría resbalado y caído unos 30 metros en una ladera cerca del Port de la Glère. Las lesiones eran compatibles con una caída, y hasta el calzado —poco adherente para el hielo de ese día— apuntaba en esa dirección. La policía francesa también dejó claro que Dan no era sospechoso. Un relato seco, técnico… suficiente para cerrar un sumario, no siempre para calmar una ausencia.
Quedaron preguntas flotando en la misma atmósfera enrarecida de las grandes alturas: ¿por qué aparecieron restos en un corredor que ya había sido rastrillado varias veces? ¿Cuánto movieron la nieve, el deshielo y la carroña el tablero de evidencias? Meses antes de los hallazgos, Dan había barajado otro escenario —que la hubieran “tomado contra su voluntad”—, una hipótesis que la autopsia y el lugar del hallazgo terminaron relegando. Hoy el caso está cerrado como accidente, pero en los Pirineos la verdad también se erosiona: se fragmenta, rueda, cambia de vertiente. A veces, lo más aterrador no es perderse en la montaña; es volver… y que las respuestas se queden atrapadas entre rocas que no hablan.
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