Ángeles Zurera: 17 años de vacío, pozos sin fondo y un nombre que no se apaga

 

Era la noche del 2 de marzo de 2008 en Aguilar de la Frontera (Córdoba). Ángeles Zurera Cañadillas, 42 años, salió de casa tras una llamada. No dijo a dónde iba. No volvió. Desde entonces, su vida se convirtió en una pregunta sin respuesta que aún resuena en su pueblo.

Las primeras horas fueron de teléfonos mudos y recorridos a la desesperada. La familia denunció la desaparición y la Guardia Civil activó rastreos en la campiña cordobesa: pozos, fincas, arroyos, naves. Nada. Doce días antes, Ángeles había denunciado una agresión de su exmarido; aquel antecedente encendió aún más las alarmas, pero no hubo pruebas concluyentes de su implicación. 

La investigación se centró pronto en el entorno más cercano. Su exmarido fue detenido semanas después, quedó en libertad con cargos por violencia de género y continuó investigado; la línea judicial llegó a archivarse provisionalmente, mientras la policial se mantuvo abierta. El caso, sin cuerpo, se volvió cuesta arriba. 



Pasaron los años… y treinta operativos de búsqueda después, la certeza era la misma: Ángeles no se había ido voluntariamente y alguien sabía más de lo que dijo. La constancia de su familia y de los investigadores sostuvo un expediente que se negaba a morir. 

En agosto de 2024, la Guardia Civil reactivó las excavaciones en terrenos agrícolas entre Monturque y Cabra, apoyándose en georradar y maquinaria pesada. La jornada terminó sin hallazgos, pero abrió nuevas líneas para descartar zonas y orientar la siguiente batida. 

Pocos días después, otra jornada de rastreo—esta vez con el experto Luis Avial—concluyó de nuevo sin resultados, aunque se tomaron muestras para análisis. No había rastro físico; sí hipótesis y zonas calientes alrededor de lugares vinculados al trabajo del exmarido.


En 2025, al cumplirse 17 años de su desaparición, se realizaron nuevas búsquedas con georradar y la investigación volvió a mirar fincas y polígonos del entorno. La conclusión, por enésima vez, fue negativa; la determinación, intacta: no hay desaparición voluntaria y el principal sospechoso sigue siendo el mismo.

El caso de Ángeles es también una lección forense: se puede acusar sin cadáver si los indicios son robustos y convergentes, pero llegar hasta ahí exige pruebas materiales o una nueva revelación que rompa el círculo de silencio. Por eso cada batida que no encuentra a Ángeles pesa doble: como fracaso operativo y como tiempo que se escapa. 

Mientras tanto, Aguilar de la Frontera no olvida. Cada aniversario hay velas, carteles y concentraciones; su familia mantiene viva la búsqueda y se apoya en colectivos de desaparecidos que han documentado el caso y sus más de tres decenas de operativos. La memoria de Ángeles es, hoy, la brújula que guía a quienes siguen peinando la campiña. 



Quedan preguntas que atraviesan el aire como un eco: ¿quién llamó aquella noche y la sacó de casa? ¿Dónde están sus restos? ¿Cuándo podrán sus hijos cerrar el duelo con una tumba? Porque lo más aterrador no es solo el asesinato: es el silencio de un cuerpo que no aparece, el vacío que convierte la espera en una pesadilla que ya dura diecisiete años

Publicar un comentario

0 Comentarios