Anna Todorova: cuatro meses de silencio en una bañera


 Fue el 1 de abril de 2020 en L’Alcúdia de Crespins (Valencia). En pleno confinamiento, Anna Todorova Andonova, de 45 años y origen búlgaro, desapareció de la vida pública sin que nadie lo notara. Nadie denunció su ausencia de inmediato. Nadie imaginó que la pesadilla ya estaba dentro de su casa. 

Pasaron cuatro meses hasta que, el 20 de agosto de 2020, la Guardia Civil entró en la vivienda alertada por el olor y la falta de noticias. En la bañera hallaron el cuerpo de Anna, en avanzado estado de descomposición. La escena era insoportable, pero también reveladora: el crimen se había cometido a comienzos de abril y el cadáver había permanecido oculto durante todo ese tiempo. 

Las primeras detenciones llegaron de inmediato: su hija, Marya Tereza H.A. (“Teri”), de 18 años entonces, y su novio, menor de edad. Una jueza decretó prisión provisional para ambos, investigados por asesinato. La hipótesis inicial hablaba de un móvil económico y de una convivencia con el cadáver que heló a la comunidad. 


La reconstrucción judicial dibujó una frialdad escalofriante. Según el relato fiscal y las admisiones en juicio, el novio llegó al portal con un cuchillo y tres barras de pan —coartada por si lo paraban en pleno estado de alarma—, subió a la casa, roció con amoníaco a Anna mientras dormía en el sofá y la agredió. La hija, entre idas y venidas, le asestó cortes en el cuello. Era el plan que ambos habían urdido. 

Luego vino el saqueo. Con las tarjetas de su madre retiraron unos 6.200 euros en cajeros durante semanas; según varias crónicas, el trasfondo incluía deudas de drogas del novio por cantidades mínimas que hoy resultan insoportables frente al horror cometido. Todo mientras el cuerpo de Anna primero quedó en el pasillo y después fue llevado a la bañera. 

En el juicio (3 de junio de 2024), Teri confesó su participación y pidió perdón: “Entré en shock… él me decía ‘hazlo, hazlo’”. Admitió que la agresión comenzó con su pareja y que ella terminó por apuñalar a su madre. La crónica de la sala recogió frases que hielan la sangre y que mostraron la violencia y la manipulación que convivían en aquel piso.



Dos días después, el jurado popular la declaró culpable de asesinato y robo con violencia. El 13 de junio de 2024, la Audiencia Provincial de Valencia impuso 23 años y medio de prisión (20 por asesinato con agravante de parentesco y 3 por robo), además de indemnizar a su hermano. La sentencia cristalizó lo que el país llevaba días leyendo con estupor.

El novio, menor en el momento del crimen, ya había sido condenado a 7 años de internamiento por un Juzgado de Menores. La pieza separada cerró su responsabilidad y dejó fijado que la planificación y ejecución se hicieron en plena pandemia, un marco que fue usado como tapadera —y coartada— para moverse y para prolongar el ocultamiento. 

La instrucción destapó además detalles perturbadores: una amiga oyó la confesión y la cadena de confidencias llevó a los agentes hasta la puerta; hubo intentos de limpiar y deshacerse de indicios; y durante meses, la hija alimentó a vecinos y allegados con la idea de que Anna estaba “fuera”. Eran piezas de un mismo relato: el silencio como estrategia y la banalidad del mal como atmósfera cotidiana. 



Hoy, el “caso Anna Todorova” queda en la memoria negra de España por su crueldad y su frialdad doméstica. Preguntas que siguen doliendo sobrevuelan el expediente y la conciencia colectiva: ¿cómo se asesina a quien te dio la vida? ¿Cuántas señales pasaron desapercibidas? ¿Cuántos horrores se esconden tras puertas que creemos seguras? Porque a veces lo más aterrador no llega de la calle: ya está sentado a tu mesa, esperando que nadie mire.

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