Laura y Marina: el doble crimen de Cuenca que España no puede olvidar

 

Era el 6 de agosto de 2015 en Cuenca. Laura del Hoyo (24) decidió acompañar a su amiga Marina Okarynska (26) a un último encuentro con su ex, Sergio Morate. Iban a devolver unas pertenencias, cerrar una puerta y seguir con sus vidas. Nunca volvieron.

La alarma fue inmediata: carteles, batidas, geolocalizaciones, la ciudad entera buscando dos rostros que se habían vuelto urgentes. Durante seis días, Cuenca vivió con el corazón encogido mientras los investigadores recorrían caminos, pozas y cortados en torno a la hoz del Huécar. 

El 12 de agosto llegó la verdad: un vecino encontró los cuerpos semienterrados y cubiertos con cal viva cerca del nacimiento del río Huécar, en el término de Palomera. La cal pretendía borrar el tiempo; en cambio, lo fijó para siempre. 


Desde el inicio, las miradas se posaron en Morate: había antecedentes por violencia y la desaparición simultánea del sospechoso encajaba demasiado. La policía activó una orden internacional de búsqueda; el país intuía que el caso no era una simple fuga. 

La huida fue corta. El 14 de agosto detuvieron a Morate en Lugoj (Timisoara, Rumanía), en casa de un conocido. Un tribunal rumano acordó su extradición a España días después. La coartada se deshacía al mismo ritmo que el calendario.

Los forenses fijaron el horror con precisión: Marina fue asfixiada con una brida —“estrangulamiento a lazo”— tras recibir un golpe que la dejó inerme; Laura murió por ahogamiento después de un fuerte golpe, cuando ya no quedaban testigos que Morate aceptara. La fosa con cal estaba preparada. No fue un arrebato: fue planificación.


En octubre–noviembre de 2017, un jurado popular lo declaró culpable y la Audiencia de Cuenca lo condenó a 48 años de prisión: 25 por el asesinato de Marina (con agravantes) y 23 por el de Laura, además de indemnizaciones superiores al medio millón de euros para las familias. Era la traducción jurídica de una violencia que ya no admitía matices. 

La pena quedó confirmada en instancias superiores; no hubo prisión permanente revisable, sino el máximo legal acumulado por dos asesinatos en aquel marco procesal. La cifra no devuelve vidas, pero fija responsabilidades sin grietas. 

Cuenca guarda su memoria en mosaicos, flores y aniversarios; España, en una lección áspera: las señales previas importan. Control, amenazas, aislamiento… todos los indicios que se minimizan hasta que el “no va a pasar” se convierte en parte de una sentencia.


Lo que empezó como una devolución de objetos terminó como una doble ejecución. Laura murió por lealtad, Marina por decir basta. Y la pregunta sigue latiendo: ¿cuántas alertas deben sonar para que la protección llegue a tiempo? Porque a veces el monstruo no aparece en un callejón: abre la puerta, te cita a una hora y te espera

Publicar un comentario

0 Comentarios