Diana Quer: 497 días de silencio, un pozo en Asados y un nombre que la noche ya no pudo esconder

A Pobra do Caramiñal, 22 de agosto de 2016. Fiestas, música, risas. Diana Quer, 18 años, camina sola de vuelta a casa. A las 2:40–2:43 escribe por WhatsApp a un amigo: está “acojonada”, alguien la llama “morena, ven aquí”. Minutos después la conversación se corta: su móvil dejará de emitir a las 2:58 y no volverá a encenderse. Fue la última huella viva de Diana. 

Durante semanas, su rostro invade noticieros y marquesinas. La Guardia Civil rastrea playas, montes y cunetas. A finales de octubre, un mariscador encuentra su iPhone en el agua, cerca del puerto de Taragoña/Neixón, en la ría de Arousa, a kilómetros del punto donde se le perdió el rastro. El terminal, empapado en sal, se convierte en un pequeño oráculo técnico para rearmar sus pasos y descartar la fuga voluntaria. 

El caso parece encallar… hasta la Navidad de 2017. La noche del 25 de diciembre, en Boiro, una joven denuncia que un hombre ha intentado raptarla. Hay matrícula, hay descripción, hay un método: abordaje nocturno, coche, fuerza. La pista lleva a un vecino de Rianxo con antecedentes por delitos sexuales, al que todos llaman “El Chicle”: José Enrique Abuín Gey. Lo detienen el 31 de diciembre. 


Ante la presión policial, Abuín se rompe. Primero fabula; luego confiesa que actuó solo y guía a los agentes hasta una vieja nave industrial en Asados (Rianxo). Allí, bajo una chapa, en un pozo anegado de agua, los buzos localizan un cuerpo lastrado con peso. Habían pasado 497 días. El pozo estaba a unos 200 metros de la casa familiar del detenido. 

Los investigadores reconstruyen la madrugada: abordaje, reducción, traslado forzado en coche. En el vehículo de Abuín hallan bridas, cinta y una sábana; en la nave, señales compatibles con el relato indiciario. Las periciales sostendrán en juicio que la muerte se produjo por estrangulación, con alta probabilidad de mediación de bridas, y que la agresión sexual concurrió en los hechos. 

El hallazgo del pozo no solo recupera a Diana; cierra la trampa de un método. El intento de rapto de Boiro —por el que Abuín será condenado en 2019 a 5 años y 1 mes— fue la llave que abrió la puerta del caso Quer: misma zona de caza, misma hora, mismo patrón de dominación. La colisión de ambos expedientes convirtió una sospecha en prueba. 


En noviembre de 2019 se celebra el juicio por el asesinato de Diana. Un jurado popular declara culpable a Abuín. El magistrado-presidente impone prisión permanente revisable por asesinato con agresión sexual y detención ilegal; una pena que el Tribunal Supremo confirmará el 26 de noviembre de 2020. El debate público sobre esta pena —incorporada al Código Penal en 2015— se reaviva con su nombre. 

La cronología completa, vista desde la distancia, tiene precisión de reloj: desaparición el 22/08/2016; hallazgo del móvil el 27/10/2016; intento de rapto en Boiro el 25/12/2017; detención y confesión el 31/12/2017; hallazgo del cuerpo esa misma madrugada; condenas en 2019 y confirmación en 2020. La ciencia —telefonía, geolocalización, rastro material— ganó donde el ruido mediático había perdido. 

Para la familia, la justicia llega sin alivio. La madre de Diana ya lo había dicho al principio, cuando muchos aún hablaban de fuga: “a mi hija alguien se la llevó”. Tenía razón. La condena pone nombre y método; no devuelve la vida ni apaga el eco de una frase que quedó congelada en una pantalla a las 2:40: “me estoy acojonando”. 


Hoy, cada 22 de agosto, Galicia enciende una vela por Diana Quer. Su caso es advertencia y memoria: no fue la noche; fue un hombre con un patrón. No fue el mar; fue un pozo tapado con una chapa. La diferencia entre perderse y ser arrebatada la marcan 497 días, un teléfono rescatado del agua y un nombre que la justicia ya no permite olvidar. 

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