La última imagen fiable lo sitúa camino de la sierra, equipado con ropa de montaña, botas y el bastón en la mochila. No hay confirmación de coche propio en el punto de partida: su familia cree que tomó un autobús para arrancar una ruta circular —lo hacía a menudo—; de hecho, solo llevaba dinero para el trayecto de ida. A partir de ahí, el mapa se llena de conjeturas y la cronología se rompe.
La denuncia se formaliza al comprobar que no regresa. Guardia Civil, Protección Civil, voluntarios, equipos caninos y rescate en montaña peinan la Sierra de Mijas durante semanas: arroyos, simas, cortados, antiguas canteras, todo a golpe de cuadrícula. No aparece ni una prenda, ni una huella, ni un objeto personal. En 2012, sin indicios materiales, el juzgado archiva provisionalmente la causa.
Quienes lo conocían insisten en un detalle que importa: Juan Antonio no era un aficionado. Desde adolescente pateó esa sierra hasta el punto de escribir una guía con 54 cavidades inventariadas. Sus compañeros mantienen una hipótesis dura pero verosímil: quizá descubrió una nueva sima —la número 55— y no pudo salir. En escenarios kársticos, una boca mínima puede tragar a un experto si la caída o un bloqueo lo atrapan fuera de vista.
La familia, sin embargo, nunca dejó de buscar alternativas: si no hay rastro en superficie y no hay hallazgos en pozos y pedreras, ¿pudo desorientarse hacia otra ladera? ¿pudo alguien auxiliarlo —o perjudicarlo— sin dejar marca? Mijas ha visto operativos periódicos reactivarse con drones, cámaras térmicas y nuevas lecturas del relieve, pero el resultado sigue siendo el mismo: silencio.
A lo largo de estos años han circulado rumores típicos de las grandes desapariciones —prendas sueltas, mochilas, supuestos avistamientos—, pero la familia y las asociaciones que acompañan el caso piden ceñirse a lo verificado: no ha aparecido su mochila ni su bastón ni objeto alguno atribuible con certeza a Juan Antonio desde el 20 de julio de 2010. Cada dato no confirmado desvía recursos y erosiona la búsqueda.
El retrato técnico de riesgo ayuda a entender por qué una sierra “cercana” puede ser letal: simas verticales camufladas por jaras y pinos, cortes de caliza inestables, canales de derrubios que sepultan cualquier indicio y un subsuelo kárstico lleno de conductos angostos. Un mal gesto en una boca sin registrar basta para desaparecer sin testigos a pocos minutos de un sendero. Por eso, la hipótesis espeleológica sigue siendo la más fuerte entre los especialistas que lo conocían.
Con el caso archivado desde 2012, la estrategia de la familia ha sido no permitir que baje la señal pública: blog, redes, actos conmemorativos y una petición constante a equipos y autoridades para revisitar zonas con tecnología más fina. En 2025, al cumplirse 15 años, los medios andaluces recordaron su ficha y que el expediente policial continúa abierto a información pese a la falta de novedades.
Queda lo humano: el testimonio de los suyos. “Es como buscar una aguja en distintos pajares —admite su hermana—, porque no sabemos la ruta exacta que tomó”. A la dureza técnica se suma la emocional: ninguna de las búsquedas les ha permitido cerrar nada. Ni accidente probado, ni indicio criminal, ni huida; solo la ausencia que impone un monte al que creyeron conocer tanto como la palma de su mano.
Si vivís o transitáis por la Sierra de Mijas y encontráis material de espeleología antiguo, restos de bastón, prendas o una boca disimulada con caída reciente, no toquéis nada y avisad al 112 o a la Guardia Civil, citando la desaparición de Juan Antonio Gómez Alarcón (20/07/2010). En casos así, el milagro casi nunca es grande: suele ser un detalle mínimo que, por fin, rompe el silencio del monte.
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