El hotel Bumi Aditya no era un resort blindado, sino un alojamiento de dos estrellas en medio de una aldea, a pocos cientos de metros de la playa. Según reconstruyó la policía, en la madrugada del 2 de julio dos hombres entraron por la ventana de la habitación 107 mientras Mati dormía. La asfixiaron con una toalla y robaron el dinero que llevaba en efectivo: unos 156 euros (tres millones de rupias). Eran un empleado y un ex trabajador del propio hotel.
Durante semanas, el caso avanzó a trompicones. La investigación formal no arrancó hasta agosto tras la solicitud de la Embajada de España; el 21 de agosto, agentes hallaron parte de sus pertenencias en la zona de basuras del Bumi Aditya: ropa, sandalias, mochila y libros, pero faltaban el teléfono, el pasaporte y tarjetas. El 30 de agosto, la policía encontró su cuerpo enterrado bajo la arena de una playa cercana (Tikugan/Alberto), a menos de un kilómetro del hotel.
Un mensaje remitido el 6 de julio encendió todas las alarmas: decía que Mati estaba “en Laos”, escrito en un inglés torpe que no cuadraba con sus hábitos. Las autoridades confirmaron después que nunca salió de Indonesia. Esa pista, junto al silencio en redes, endureció la sospecha de sus amigas: algo iba terriblemente mal.
Los detenidos —S.U. (34) y H.R. (30)— confesaron entre contradicciones. La policía les imputa asesinato premeditado y robo con violencia (artículos 340, 338 y 365.4 del Código Penal indonesio). Según los investigadores, el móvil fue económico: los autores sabían que Mati llevaba efectivo porque había intentado pagar por adelantado su estancia. La trazabilidad del móvil robado y revendido permitió seguir el rastro hasta ellos.
La autopsia, practicada en el hospital policial Bhayangkara de Mataram tras varios aplazamientos por falta de forenses en la provincia, confirmó signos de violencia: traumatismos por objeto contundente en cabeza, cuello y tórax, compatibles con una muerte violenta por asfixia. La imagen forense reforzó la hipótesis que los agentes ya manejaban desde el inicio de septiembre.
El itinerario del cuerpo estremece: primero lo ocultaron en un cuarto de generadores del hotel, luego lo movieron a la parte trasera, después a un descampado y finalmente a la playa el 24 de agosto, donde fue hallado seis días más tarde por la policía. Ese calendario, unido a la inacción en las primeras semanas, alimentó la indignación del entorno de la víctima.
Amigas y familiares señalan además las sombras que envuelven al hotel: cámaras de seguridad averiadas desde hacía tiempo, reseñas negativas previas por robos y, sobre todo, el papel de una contable que habría enviado el falso mensaje desde “Laos” y recomendado a Mati pagar por transferencia para que guardara el efectivo. La policía no la ha imputado, pero su nombre sigue en el foco de las dudas públicas.
En España, el caso abrió un debate incómodo: ¿respondieron con suficiente rapidez y contundencia las autoridades? Exteriores asegura que la embajada actuó “desde el primer minuto” en cuanto recibió la notificación (26 de julio), coordinando a diario con instituciones indonesias; la familia pide más implicación y presencia sobre el terreno. En Lombok, el Bumi Aditya quedó vacío y su actividad online, paralizada.
Mati había elegido vivir ligera, con una mochila, un cuaderno y una serenidad que contagiaba. Su final no solo sacude por el espanto, sino porque contradice la confianza que sostenía sus viajes: la idea de que el mundo, pese a todo, es habitable. Hoy, con dos sospechosos detenidos y la causa encarrilada, el duelo reclama memoria y justicia: que la playa que apreció no sea recordada por el silencio que la cubrió, sino por el clamor que despertó.
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