Era la tarde tibia de un mayo cualquiera en Blanes, Girona. Un niño de diez años, bata escolar y bicicleta pequeña, salió del colegio Santa María con una misión sencilla: recoger hojas de morera para sus gusanos de seda. Se llamaba Fermín Villegas Córdoba. A dos calles de su casa, el mundo se volvió un borde afilado.
Cuando no regresó, la inquietud se convirtió en alarma. Hallaron primero la bicicleta, luego la bolsa y el cinturón escolar, dispersos como migas de pan que no llevaban a ninguna parte. La noche cubrió el pueblo con ese silencio espeso que antecede a las malas noticias. Nadie había visto nada. Nadie había escuchado un grito.
El golpe llegó de madrugada: en el pozo municipal de agua apareció el cuerpo de Fermín. Había sido agredido sexualmente y presentaba una puñalada. El pozo, cubierto de ortigas, no encontró explicación; solo devolvió un cuerpo y un miedo nuevo para una comunidad que ya no volvería a caminar igual sus calles.
La investigación arrancó con prisas y vacíos. Demasiados ojos y demasiadas manos en una escena que pedía método y contención. Las primeras horas —siempre decisivas— se diluyeron en idas y venidas, en hipótesis que nacían antes de que llegaran las pruebas. Y el pozo, que debía ser respuesta, se volvió un enigma más.
Poco después, fueron detenidos un padre y su hijo, agricultores de la zona, conocidos del niño. Hubo una confesión quebradiza, frases a medias, un relato que no se sostenía al reconstruir los hechos. Al cabo de los días, la cuerda de esa versión se rompió: sin huellas, sin arma, sin coherencia, la causa perdió su único hilo.
Los dos quedaron en libertad. El expediente, sin anclajes sólidos, empezó a llenarse de papeles que no encajaban entre sí. El pueblo, herido, hizo lo que hacen los pueblos: levantar susurros. Pero el rumor no es justicia; y la justicia sin pruebas es solo una sala vacía.
Con el paso de los años, el caso se enfrió hasta doler menos por fuera y más por dentro. ¿Hubo muestras conservadas? ¿Se preservaron vestigios biológicos del pozo, de la ropa, de los objetos? Si existieron, no regresaron todavía convertidos en certezas. La tecnología forense de entonces no alcanzaba; la del presente espera, a veces, muestras que ya no están.
Hoy, el nombre de Fermín persiste como una pregunta que no caduca. La ruta del colegio, las moreras, el pozo: un triángulo pequeño que se tragó la lógica. En cada aniversario alguien recuerda la bata, la bici, el gesto serio de un niño que no debía aprender tan pronto la palabra “miedo”.
Este debería ser también un llamado: reexaminar lo que quede, buscar en fondos archivísticos, cruzar bases de ADN, recrear digitalmente trayectos y horarios, abrir puertas a quien no habló en su momento. Los casos viejos no mueren: a veces solo esperan a que la técnica alcance la memoria.
¿Cómo pudo desaparecer un niño a plena luz para reaparecer, horas después, bajo agua municipal que todos beben? ¿Quién movió, quién miró, quién calló? ¿Y cuántas verdades siguen enterradas porque en las primeras horas —las únicas que no regresan— la investigación tropezó?
Porque lo más aterrador no es solo que el cuerpo de un niño aparezca en un pozo… sino que el tiempo, gota a gota, haya ido tapando la verdad hasta dejarla sin eco.
2 Comentarios
El niño no estaba en ningún pozo estaba al lado de un camino debajo de un árbol
ResponderEliminarmi informacion es que lo encontraron tapado con cañas en la riera...esta familia era familia de mi padre,yo he conocido el muchacho y jugado con él (para mi era un primo de blanes)saludos
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