Ignacio Susaeta: salió “un momento” y la ciudad no lo devolvió (Montevideo, 23 de enero de 2015)

Tenía 23 años, estudiaba Ingeniería y esa tarde del 23 de enero de 2015 dijo que salía “un momento”: llevar un cuaderno a un compañero y pasar luego por lo de su novia antes de volver a casa para el 50º cumpleaños de su padre. A las 20:00 salió en su Chevrolet Spark negro. Nunca regresó. 

A las 22:30, inquieta por la demora, su familia lo llamó. Atendió su hermano; Ignacio alcanzó a decir: “Ya voy, ya voy”. Fue la última comunicación conocida. Después, el teléfono se calló y la noche se volvió un mapa sin coordenadas. 

La denuncia se presentó a primera hora del día siguiente. Dos jornadas más tarde, el 25 de enero, el coche apareció cerrado con la alarma puesta frente a una heladería de Lagomar (Canelones). Dentro estaban su mochila, la cartuchera y cuadernos con apuntes. Ni señales de forcejeo, ni del propio Ignacio, ni un registro claro de hacia dónde caminó. 


La Armada y el Ministerio del Interior iniciaron rastreos por playas y médanos entre Lagomar y Solymar, con apoyo de perros adiestrados. Se peinaron tramos de costa, barrancas, descampados. El operativo se sostuvo durante semanas; el resultado fue el mismo que hasta hoy: ningún rastro. 

El coche fue periciado y devuelto a la familia. Meses después, al revisarlo de nuevo, los padres hallaron la billetera de Ignacio en el interior… sin el documento. Un detalle que acrecentó la incertidumbre sobre qué se miró, qué se pasó por alto y qué significa cada ausencia diminuta cuando todo lo demás ya falta. 

Las “pistas” ciudadanas sumaron ruido: alguien dijo verlo por la Rambla, otro en un ómnibus rumbo al centro, incluso hubo supuestos avistamientos tierra adentro. Ninguna cámara de seguridad lo confirmó, ninguna llamada posterior salió de su línea, ningún movimiento bancario apareció en su nombre. La ciudad grande, con sus ojos múltiples, no pudo certificar una sola imagen útil. 

El expediente pasó por varios jueces y llegó al Departamento de Personas Ausentes de Crimen Organizado. Diez años después, el Ministerio del Interior mantiene el caso activo: ficha con señas (1,82 m, castaño, sin tatuajes, cicatriz pélvica) y el último dato oficial: “salió de su casa a la hora 20:00”. Es, todavía, la línea de tiempo más firme que existe. 

Para sus padres —Alejandra Rodríguez y Juan Susaeta— cada aniversario es una marcha y una entrevista que repite la misma certeza: “Ignacio no se fue”. Denuncian falta de herramientas y alertas coordinadas en los primeros días, y piden que el país piense a los ausentes no como estadísticas, sino como historias que se siguen escribiendo sin su protagonista. 

En enero de 2025, al cumplirse diez años, la prensa volvió a encender el foco: no hay hipótesis sólida, no hay escena, no hay indicio material que explique por qué un estudiante que salió “un momento” quedó atrapado en un vacío perfecto entre Montevideo y Lagomar. La web familiar —“Buscamos a Ignacio Susaeta”— reúne notas, cronologías y el pedido sencillo que sostiene todo: mirar dos veces, llamar si se sabe algo. 


No fue una desaparición “misteriosa”; fue una búsqueda que no se rinde. Si viste a José Ignacio Susaeta Rodríguez (1,82 m; castaño; ojos marrones; cicatriz en pelvis), llama a Personas Ausentes del Ministerio del Interior o a tu servicio local de emergencias. En casos así, el milagro no siempre es grande: a veces es una cámara vieja, una memoria tardía, un detalle mínimo que, por fin, hace ruido. Hasta entonces, Montevideo seguirá repitiendo su nombre en voz baja. 

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