El grupo se fragmenta en caminantes “rápidos” y “lentos”. En algún punto, el niño se adelanta y se queda por delante de quien debía vigilarle. Unos pescadores aseguran verlo y hablar con él junto al río. Luego, nada. Un silencio de bosque que no devuelve pasos, ni voces, ni respuestas.
La búsqueda se arma en minutos y se multiplica en horas: rescatistas, perros, helicópteros, patrullas del condado, voluntarios que peinan laderas, cauces y barrancos. El terreno es traicionero, la climatología se vuelve contra todos, llega la nieve, se borran pistas. Días de mapas y cuerdas, noches de radios encendidas. Sin rastro.
Casi cuatro años más tarde, en mayo de 2003, dos excursionistas encuentran restos en una zona abrupta: un forro polar infantil, unos pantalones, un zapatito con Tarzán dibujado, un molar y un fragmento de cráneo. Las pruebas confirman lo que nadie quería escuchar: pertenecen a Jaryd. La montaña entrega elementos… pero no entrega el cómo.
Las prendas intrigan a los investigadores: la ropa está sorprendentemente poco dañada para un niño perdido en alta montaña; los pantalones aparecen del revés; el calzado, llamativamente conservado. Los huesos son escasos, la degradación ambiental ha sido feroz, y la causa de la muerte queda sin poder fijarse.
La hipótesis del puma asoma de inmediato: hay grandes felinos en la zona y los ataques son silenciosos y letales. Pero faltan los desgarrones característicos, las marcas de garras y la destrucción de ropa que suelen acompañar a un ataque. El patrón no encaja del todo y la teoría queda en “posible, pero no probada”.
La pista humana se mantiene como posibilidad: una abducción breve en un tramo ciego del sendero, traslado y abandono posterior de ropa y restos en un paraje inaccesible. No hay huellas, ni testigos firmes, ni ADN foráneo útil. Es un escenario verosímil en el papel… y frágil en evidencias.
El accidente natural es la tercera vía: desorientación, caída, hipotermia o exposición, y, después, dispersión por fauna y clima. El Big South Trail encadena taludes, pedreras y pendientes capaces de convertir un tropiezo en tragedia. ¿Lo extraño? El “orden” de las prendas halladas y su conservación.
El nombre de Jaryd quedó unido a mejoras en protocolos de búsqueda y a campañas de prevención en Colorado. Su padre, Allyn Atadero, convirtió la ausencia en activismo y memoria, empujó alertas y educación de montaña para familias, y sostuvo durante años una pregunta que ya pertenece a todos: ¿qué le pasó realmente a su hijo?
¿Cómo se esfuma un niño en un sendero con adultos alrededor y deja tras de sí un puñado de pistas que se contradicen entre sí? ¿Cuánta verdad puede guardar un bosque cuando decide contarlo todo menos el final?
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